Los jóvenes ignoran por completo que Fuentes tuvo tiempo atrás una impresionante fábrica de sueños ubicada en la calle Mayor. Su chimenea lanzaba contra la pared un humo de colores cargado de amoríos, aventuras y batallas que quedaban impresos con tinta indeleble en los cerebros enflaquecidos de una caterva de chavales dispuestos a atravesar la jungla en taparrabos armados de lianas, galopar praderas matando indios o enamorar suecas medio en cueros en las playas de Benidorm mientras entonaban "Y viva España" tratando de imitar la voz de Manolo Escobar. La fábrica no era otra que el cine Avenida, versión invierno o verano y, más que crear sueños, los reproducía traídos en cintas de celuloide desde las grandes factorías de Hollywood o de los talleres casi artesanales de Madrid y Barcelona.
Cómo no morir de nostalgia por una institución, el cine Avenida, que durante los mejores años de tu vida en Fuentes te ha hecho sentir que eres aventurero como Tarzán, héroe como Ben Hur, justiciero como Espartaco, conquistador como Manolo Escobar y divertido como José Luis López Vázquez o Alfredo Landa. Vente a Alemania, Pepe. Le llamaban Trinidad. El padre Manolo. Marcelino, pan y vino. Bienvenido, mister Marshall. Tarzán en Nueva York. Un millón en la basura. Atraco a las tres. El bueno, el feo y el malo. Pluma Blanca. Los siete magníficos. La caída del imperio Romano.
El cine Avenida estaba algo más abajo que la heladería los Valencianos. Un pasillo de suelo rojo conducía a la taquilla, situada entre las dos puertas que daban acceso a la grada, popular gallinero, y al patio de butacas. El taquillero era Fernando el carnicero y los porteros Ricardo el cojo Covacha (gradas) y Pepe el estanquero (butacas). También disponía de acomodador, que era Paco Puro. A veces, el hombre incomodaba más que otra cosa, sobre todo a las parejitas que buscaban la oscuridad de las últimas filas. Cuando apagaban la luz, lo primero que aparecía era el NODO, propaganda política del régimen, con sonido de fondo del crujido de pipas. El rugido del león de la Metro acallaba el cricri porque anunciaba el trailer y, a continuación, la película.
El túnel de teletransportación del corredor de acceso al cine Avenida -sembrado carteles de películas míticas- podía hacerte rico, seductor, cantante, poderoso, justiciero, divertido y hasta libre. A cambio de la módica cantidad de dinero que costaba la entrada, en aquella sala oscura alcanzabas por un tiempo todo lo que la vida te negaba. ¡Y era tanto lo que la vida te negaba! Por eso los domingos una multitud esperaba que abrieran el cine Avenida. Nada atrae al ser humano tanto como sentir que es otro, que por unas horas abandona las miseriucas de la vida cotidiana para hacerse un héroe o un seductor. Especialmente si el ídolo ha salido de gente como uno mismo.
De ahí el éxito de actores y actrices de aspecto común y corriente como fueron Alfredo Landa, Gracita Morales, López Vázquez o Manolo Escobar. Su éxito era nuestro propio éxito. Manolo Escolar había. sido un andaluz pobre -de los nuestros- que triunfaba cantando, que enamoraba a mujeres bellas y ricas y que cantaba "Y vida España" en unos años en los que medio país trataba de huir de la miseria buscando su sustento en Alemania, Suiza o Francia.
Y viva España, canción que después se hizo himno derechista, era en realidad el grito de socorro de un país que se asfixiaba en el aislamiento internacional y la pobreza. Ironías de una coplilla de aires chovinista que ponía voz al complejo de inferioridad que caracteriza a todas las sociedades varadas, perdidas o atrapadas en la noria del atraso. España, "eterno paraíso sin igual", proclamaba Manolo Escobar en su canción más famosa de los años setenta, al tiempo que una estampida de paisanos prefería irse el infierno de los barrios obreros de Barcelona, Frankfurt o Basilea. Al menos allí comían.
El cantante de Almería también buscaba por entonces su carro proclamando que "donde quiera que esté, mi carro es mío". Como España buscaba el progreso que Franco le había robado a mano armada cuarenta años antes. Pero mientras Franco seguía persiguiendo y censurando (hasta la serie infantil "Pipi Calzaslargas") en Fuentes salíamos de aquella penuria intelectual por la ventana al mundo que el cine Avenida abría en sesiones de 9 y 11 de la noche. A las 9 para los matrimonios y a las 11 para los jóvenes. En la velá y en la feria, al acabar la función de noche, todos al Postigo, con parada previa en la heladería los Valencianos.
En realidad, el cine no es que trajera sueños a Fuentes, sino que los extraía de nuestras cabezas y los llevaba en volandas allí donde casi ninguno creía capaz de ir. Soñar era posible, nos decían aquellas cintas que misteriosamente lograban llegar a Fuentes en un renqueante camión viajero que siempre se averiaba en las Cumbres de Carmona. Una película de Manolo Escobar, la que fuese, llenaba el cine de verano hasta la bandera que no tenía. Al tiempo que la recogida de melones llenaba de gente los barros de los Araíllos y la cosecha de sandías las arenas de la Llana. Las mujeres bebían los vientos por Manolo Escobar, el galán con el que soñaban las mocitas, el nieto político ideal para las madres. Las mujeres lo deseaban y los hombres lo imitaban. Cuando en agosto llegaba a Fuentes Luis Chicaíngo procedente del barrio de Horta (Barcelona) las mujeres mayores le decían que era muy guapo, que se parecía a Manolo Escobar. Las jóvenes no se hubieran atrevido a tanto. Él se peinaba igual que Manolo Escobar.
Daba igual que en la cartelera pusieran Mi canción es para ti, Juicio de faldas, Dónde estará mi niño, Los guerrilleros, Un beso en el puerto... Siempre hasta la bandera. Tampoco había mucho más donde ir los domingos. Otras muchas películas llenaron el Avenida: Ben-Hur (1959) la producción más cara y laureada de la historia (11 Óscar) Junto a Ben-hur, desfilaron por el Avenida Julio César, Espartaco, La caída del imperio romano, Gladiator, El rey Arturo, La pasión de Cristo, Le llamaban Trinidad, Un hombre llamado Caballo, Tarzán en Nueva York, El tesoro de Tarzán, Vente a Alemania, Pepe y Un millón en la basura. Pobres, pero honrados era el mensaje de la película protagonizada por un barrendero al que la tentación sorprende con una bolsa llena de billetes y se ve en la obligación moral de devolverlo.
Pobres y emigrantes en un país que lucha a brazo partido por salir adelante en medio de la adversidad. Entre 1959 y 1973, la película más taquillera hablaba de emigración (Dos millones salieron por los Pirineos en ese periodo de tiempo) con una la banda sonora que cantaba "Y viva España", cuyo estribillo remataba "España es la mejor". Hiciera lo que hiciera, Manolo Escobar tenía éxito en la televisión en blanco y negro, lo mismo que en los cines, fuesen de verano o de invierno. Como antes de triunfar en la canción había estado emigrado en Badalona, una de las ciudades dormitorio de la periferia barcelonesa que no destaca precisamente por su belleza, el cantante de Almería popularizó a finales de los setenta el tema "Qué bonito es Badalona", creado en 1978 por Joan Manuel Serrat. Si la España de los setenta era un paraíso sin igual, Badalona debía de ser una preciosidad.
En la plaza de Abajo de Fuentes, como Salud y Maudilio no tenían televisión, pedían asilo en casa de los Ramírez las noches que cantaba Manolo Escobar. La mujer no paraba de suspirar diciendo "pero qué guapo es, qué bien canta, qué dineral ganará". Igual que Salud decían o pensaban las mujeres de Fuentes. Había sido pobre, nacido en el seno de un matrimonio con diez hijos. Y emigrante y cantaba como nadie. Por eso, a la mañana siguiente, mientras en el patio regaba las flores, canturreaba "Qué bonito es Badalona, en invierno y en verano, con mantilla y barretina, a la sombra y al solano. Qué bonito es Badalona, con sus hembras y sus hombres, sus apellidos, sus nombres, su sexo y su domicilio. Y su carnet de identidad". Así fue que el sueño de Badalona prendió en los fontaniegos. En tantos, que por poco se queda solo.
Nadie habló de los fantasmas del Avenida una vez cerrado en enero de 1984. El cine Avenida, con sus butacas de terciopelo amarillo, con sus porteros Covacha y Estanquero, con su acomodador Puro, con su taquillero Carnicero y con su galería de (tercer) arte, murió en silencio porque los sueños se habían mudado a otros salones. En eso no fue como en el cine Roxy de la plaza Lesseps de Barcelona. Nadie dijo haber visto a Humphrey Bogart y Lauren Bacall en "Cayo Largo" huyendo de la mafia por los manglares del arroyo la Madre. Ninguno vio a Marilyn Monroe del brazo de Toni Curtis y Jack Lemmon "Con faldas y a lo loco" cogidos del brazo calle Mayor arriba camino del Catalino. Algunos los vimos, pero callamos por miedo a que nos tomaran por locos.