Los recuerdos tienen vida propia, permanecen agazapados en algún lugar esperando salir a flote e inundarnos de nostalgia. Allí, en los años ochenta, sigo siendo un joven fotógrafo de prensa, ávido de mundo. Casi por casualidad y porque mi amigo Diego vivía en una pensión cercana, una noche entramos en un curioso bar, era pequeño con un asiento corrido y mesitas alumbradas con velas de parafina. Al fondo, haciendo esquina, había una tarima sobre la que cada noche cantaba el propietario, Pedro Soriano, un cantautor libertario, sevillano-granadino, exiliado de muchas cosas, que vivía con Uschi, su mujer, entre Múnich y Granada.
Arcadia era un templo dedicado a la canción, y sus feligreses adorábamos a los cantautores, que en aquella época compartían triunfo con el pop y el rock. Aunque muchos no lo crean, hubo música antes del reguetón. Desde la adolescencia yo ya me sentía “serratiano”, “autetiano” y “brelliano”, pero fue la caja de Pandora de Arcadia, la que al abrirse, me hizo admirar muchas canciones y cantores que ya conocía, pero que aún no había interiorizado.
Sobre la tarima triunfaban también Manuel M. Mateo, que por aquel entonces formaba parte de un grupo de música folk, Lombarda; Ignacio Ábalos un brillante concertista de guitarra clásica; Paco, “Paquillo” tocaba la flauta travesera. A menudo, a pie de mesita y rodeado de parroquianos, Pedro cantaba canciones de nuestros cantautores favoritos y todos cantábamos con él las letras que nos sabíamos de memoria. Éramos jóvenes, críticos, reivindicativos, contestatarios, amantes de la música, la poesía y la risa. Como dice Georges Brassens, teníamos “mala reputación”. No lo sabíamos, pero estábamos construyendo un país nuevo en un mundo viejo, no nos sentíamos representantes de la generación del “Baby Boom”, ni responsables de la construcción de nada, solo crecíamos. Aquellos eran los tiempos de ¡OTAN no, bases fuera!
Había de todo en distinto grado, anarquistas y constitucionalistas, republicanos y monárquicos, anticlericales y cristianos, comunistas y derechistas. En aquella época, las trincheras no eran tan profundas como lo son hoy. Me pregunto qué ha quedado de todo aquello, el tiempo todo lo tritura. Aunque quizá no todo, quizá no a todos, quizá seamos nosotros mismos los que controlamos el botón de la picadora. Hoy las cabezas son más cuadradas, la gente más intolerante y maleducada, el mundo mucho más rico y también más cicatero.
La semana pasada, murió Pablo Milanés y siento desde entonces que a mi vida le falta un trozo, otro más, tras la desaparición de tantas personas queridas, también me falta Luis Eduardo Aute con el que tanto sentí. El tiempo sigue detenido en Arcadia, sigo rodeado de amigos como Pablo, Diego, Miguel Ángel, Ignacio, Mateo, Joaquín, Lupe, Pepa, Pedro, Uschi, Paquillo y otros muchos de los que ya no recuerdo su nombre, se estuviera desmoronando. Aquellos años de nacer a muchas cosas, también lo fueron al amor, un día conocí a la vecina de arriba, una morena de ojeras marcadas y sonrisa luminosa y un escalofrío recorrió mi cuerpo, al rato ya había abierto a la luna mis sentidos para siempre. Llevo toda una vida compartida con ella.
Cierro los ojos y la música rebosante de hermosas letras sigue sonando en aquel pequeño local de la calle Colegios, cerca de San Gerónimo, en el centro de Granada. Escucho la rotunda voz de Pablo Milanés jurándole amor a Yolanda, eternamente Yolanda. Los recuerdos de Lucía, son cada día más dulces cuando los canta Serrat desde su pueblo blanco, ese que está colgado de un barranco. James Dean sigue tirando piedras a una casa blanca, en la canción de Aute. ¿Recuerdas? Entonces te besé. Silvio busca su unicornio azul y se pregunta ¿qué cosa fuera la maza sin cantera? Pablo Guerrero sabía que “tiene que llover, tiene que llover a cántaros”. Mientras se escuche una gaita o haya sidra en el lagar, Víctor Manuel, sabe lo que pasó en la planta catorce. ¿Qué poemas nuevos encontrará Alfonsina Storni? ¿Los cantará Mercedes Sosa? Los protagonistas de la “chanson des vieux amants” tiemblan de amor en la garganta de Jaques Brell, desde su ”plat pays bien-aime”. Paco Ibáñez comparte caballo cuatralbo con Alberti. “A galopar a galopar, hasta enterrarlos en el mar”. Sigo esperando ese día en que Labordeta y todos, al levantar la vista veamos una tierra que ponga libertad.
Arcadia, cerró hace mucho tiempo, todo acaba, pero siempre queda la música. Pedro Soriano cantaba ya en aquella época “Jacques Brell está muerto, Serrat lo está pensando”
“En este breve ciclo en que pasamos
cada paso será porque se sienta,
al hacer un recuento ya nos vamos
y la vida pasó sin darnos cuenta”
(Pablo Milanés)