Hay indigencia en las calles de Madrid. Mucha indigencia. No me refiero a la indigencia social, sino a la indigencia política. Una de las "virtudes" de la investidura de Pedro Sánchez ha sido ponerle rostro humano a las múltiples indigencias de una parte importante del paisanaje que puebla las calles y plazas de Madrid. A través de las redes hemos visto la extrema pobreza política que aqueja a este país. Pobreza política, pero también intelectual, ética y hasta religiosa. Esas indigencias no son exclusivas de Madrid, por supuesto, pero allí se hacen más patentes por el asedio diario de la sede del PSOE.
La indigencia política, intelectual, ética y hasta religiosa nos ha puesto estos días ante auténticos disparates. Desvaríos que darían risa si no fuera porque traen a la memoria tiempos de dolor y espanto. Hemos asistido atónitos a la exaltación del franquismo, al insulto como único argumento político, al lenguaje chulesco y a la violencia como medio para conseguir los fines. El saludo y los símbolos fascistas han sido lo menos grave de estos días de concentraciones, insulto y ataques a la prensa y a la policía, incendio de mobiliario urbano...
Indigencia política de pijos criados entre algodones que cuando la policía los disuelve con gases lacrimógenos se lamentan diciendo que les atacan por "putodefender España". Alguien tendría que haberles enseñado que defender España no es envolverse en su bandera y exhibir muñecas hinchables para llamar putas a las ministras, sino preservar el trabajo estable y bien remunerado, la sanidad pública, el salario social, el acceso a la vivienda, la aceptación del diferente. ¿A qué escuela han ido?
Sólo la indigencia política justifica lo que hemos visto en las calles del Madrid. Sólo por indigencia hay que explicarles a algunos que un debate de investidura, basado en un pacto de legislatura firmado por ocho partidos políticos no es un golpe de estado. Ni una dictadura. Aunque contemple una futura ley de amnistía. Un golpe de estado y una dictadura son todo lo contrario. Una dictadura es fruto de un golpe de estado que impone por la fuerza de las armas (no de los votos) un régimen que secuestra la voluntad popular y persigue, encarcela y asesina a los opositores. Pase que los pijos del barrio Salamanca no sepan lo que es una dictadura, pero tiene delito que esa trola se la traguen trabajadores. Pase que esa mentira la crean las madres de los pijos, pero tiene delito que la hagan suya mujeres víctimas del machismo, explotadas y con sueldos raquíticos.
Llamarle golpe de estado a lo que hemos vivido esta semana en la esfera política sólo puede ser fruto de una indigencia política e intelectual extrema o del cinismo irresponsable de quienes sueñan con una nueva dictadura. La irresponsabilidad y el cinismo supremo ha sido oír al fundador de VOX llamar golpe de estado al debate de investidura y hacerlo de forma reiterada, atribuyéndoselo a Pedro Sánchez, pero mezclando el término con loas al Ejército y a la Guardia Civil. Estaba invocando un golpe de forma descarada y lo hacía escudándose en la defensa de la democracia, truco propio de un trilero, cosa que no tendría mayor importancia si no existiera la indigencia de una parte de la población.
Indigencia política, pero también indigencia intelectual y ética. Sólo la indigencia intelectual y ética niega la ciencia, rechaza al diferente, al extranjero, al que profesa otra religión. Los mismos que se declaran defensores de la patria insultan a quienes la habitan por el mero hecho de tener y defender su cultura. "España cristiana y no musulmana", coreaban. Indigencia religiosa de quienes se ponen todas las noches a rezar el rosario delante de la sede del PSOE con el argumento de que la Biblia habla de España, que Jesucristo la eligió como país católico y porque Dios les va a ayudar a salvarlos del comunismo.
Indigencia religiosa de quienes cierran la puerta de una amnistía olvidando que la doctrina cristiana promueve el perdón, la misericordia y la caridad. En fin, que una de las tareas prioritarias que tendría que abordar el nuevo gobierno de Sánchez debería ser un plan de emergencia contra las indigencias política, intelectual y moral. La indigencia religiosa mejor dejarla en manos de la Iglesia católica, que debería avergonzarse de la imagen que están trasladando muchos de sus feligreses ultras.