"Mira, Pepe, a la conciencia política hay quien despierta temprano, quien despierta tarde y quien no despierta nunca. Yo fui madrugador porque cuando emigré a Alemania, con 28 años y en plena dictadura, ya tenía muy arraigada la conciencia de la necesidad de acabar con las injusticias sociales. La pobreza y la ignorancia engendran sometimiento y resignación en algunos y rabia y rebeldía en otros. En aquellos tiempos, en Fuentes muchos éramos pobres, pero no ignorantes, así que ni nos sometíamos ni nos resignábamos. Cuando en 1965 volví de Alemania me afilié al PCE y empecé una arriesgada actividad política en la clandestinidad, aunque me libré de la cárcel".
En este cuarto capítulo de sus memorias, Paco Bejarano aborda el periodo que va de 1966 a 1968, dos años en los que preside la sección social de la Hermandad de Agricultores y Ganaderos de Fuentes, actividad que compagina con su militancia política en el Partido Comunista de España y el trabajo como jornalero. A finales de 1965 regresa de Alemania y en abril de 1968 emigra a Francia, donde vive la huelga general y las revueltas de Mayo del 68. En este capítulo descubrimos un Fuentes revolucionario que no se arruga ante la represión de la dictadura.
"En 1966 Fuentes era probablemente el único lugar de toda España donde los comunistas controlábamos por completo la hermandad de Labradores y Ganaderos, el sindicato vertical agrario creado por Franco después de la guerra. El PCE dio instrucciones a los militantes en los primeros años 60 para que nos presentáramos a las elecciones sindicales, que no eran más que una operación ideada para lavarle la cara al régimen y tratar de convencer a los gobiernos europeos de que España era una democracia. La campaña para aquellas elecciones decía "Elige al mejor". Ningún gobierno democrático creyó la mentira, pero nosotros utilizamos las urnas para meternos en las entrañas y luchar desde el interior del sindicato vertical. De aquella operación nacieron las Comisiones Obreras (CC.OO.).
Para quienes no sepan lo que era el "sindicato vertical" les diré que era una organización estructurada de arriba abajo, jerárquica, en la que estaban juntos los empresarios y los trabajadores para dar apariencia de concordia y unidad de intereses, aunque se imponían casi siempre los intereses de los poderosos. Su nombre era Organización Sindical Española (OSE) y las hermandades de agricultores y ganaderos eran su rama agraria. Había dos secciones, con igual número de componentes: la económica, que representaba a los agricultores y ganaderos; y la social, que representaba a los jornaleros. Lo que ocurrió en Fuentes fue que en la sección económica logramos "colar" a un agricultor militante del PCE, José Toledo Valiente, "José Morón", y a otro de izquierdas, Felipe el Tolito. La sección social la presidía yo y de vicepresidente teníamos a Bernardino.
A la hora de elegir al presidente de la hermandad, José Morón presentó su candidatura, que salió adelante con los votos de los representantes de la sección social y los del propio Morón y de Felipe el Tolito, así que desde ese día ganamos todas las votaciones. El presidente de la sección económica, que representaba a los empresarios, era Cristóbal el Potro, el marido de Ana la Pintá, que se quedó en minoría. A Cristóbal el Potro se lo llevaban los demonios cuando en el bar de Manuel Catalina la gente de derechas le decía "en la hermandad el Bejarano se ríe de todos vosotros, hace lo que le da la gana". Eran continuas las protestas de la hermandad pidiendo que el ayuntamiento diera empleo arreglando las calles y los caminos, que estaban en pésimo estado. En plena dictadura, Fuentes protagonizó una huelga general, en 1967, para exigir una subida de sueldos. El malestar social venía de mucho antes puesto que la gente no tenía qué comer, no había trabajo y se prefería dar a los cochinos y las ovejas los rastrojos del trigo y de los garbanzos.
El cortijo de La Aljabara era entonces propiedad de uno que decían en Fuentes que era comandante de aviación. Un año, el dueño se negó a pagar los jornales porque decía que eran muy altos y como los garbanzos se le secaron en las matas, no se le ocurrió mejor solución que meter segadoras a cogerlos. La mitad de la cosecha se fue al suelo, por lo que la gente acudía a la finca de rebuscar garbanzos. Como el hombre tenía ovejas, pretendía engordarlas en vez de que comieran las familias de Fuentes y ordenó a la Guardia Civil que disparara a todo aquel que pisara sus tierras. Por suerte sólo hubo tiros al aire. Por la misma causa también tuvimos un conflicto en el cortijo de la Herradura.
Una de aquellas protestas consistió en manifestarnos, con escardillas y espuertas, pidiendo trabajo por la calle Mayor. La Guardia Civil detuvo a Diego el Tío los Hierros, uno de los más echados para delante, y le dieron una paliza brutal en el cuartel. Querían a toda costa que reconociera que la manifestación estaba prohibida y que era de cariz político. Como representante de los trabajadores en el sindicato, yo me fui detrás de ellos al cuartel pidiendo que lo soltaran. El Matito, cabo primero en aquel tiempo, grandullón y malencarado, me metió en otra sala y, con amenazas, intentó que yo dijera que aquella protesta era una manifestación política. Yo decía que no era política, sino laboral. Me amenazaba y me "aconsejaba" que delatara a mis compañeros. Pero yo repetía que la protesta era laboral, que había mucho paro y necesidad en el pueblo. No estábamos haciendo política.
Después de aquella huelga de mediados de los sesenta se acabaron los palos por las manifestaciones en Fuentes. Ocurrió que José Luis Escalera, que había sido alcalde (padre del Escalera actual) volvió en aquellas fechas de un viaje y preguntó a su ama de llaves cómo estaban las cosas en Fuentes. Aquella mujer, que vivía en el Cerro, le relató la manifestación y los palos que la Guardia Civil había repartido. Escalera, que todavía mandaba mucho aunque ya no fuese alcalde, se plantó en el cuartel de la Guardia Civil y dijo que "en este pueblo se ha acabado para siempre esto de apalear a la gente por pedir trabajo".
Como consecuencia de aquella huelga y su desenlace, al Matito lo trasladaron a otro pueblo y a Fuentes vino un sargento que todos los días, a mi vuelta del trabajo en el campo, me hacía conducir al cuartelillo para interrogarme. Yo vivía en la calle la Huerta y al llegar a la casa me encontraba a un guardia esperándome en la puerta del bar Benito (donde ahora está Correos) para que lo acompañara al cuartel. Allí, el sargento intentaba que delatara a mis compañeros. Me decía que estaba engañado, que iba a arruinar mi casa, que iría a la cárcel... No me pusieron una mano encima ni me metieron en la cárcel, aunque poco después el gobernador civil de Sevilla, José Utrera Molina, me abrió un expediente de expulsión de la hermandad de Agricultores y Ganaderos por "indeseable social". En mi lugar nombraron a Ignacio Conde, hijo del falangista Luis Conde, como representante de los trabajadores.
Evidentemente, las protestas eran laborales, aunque nosotros teníamos conciencia y actividad política. No sé cuántos éramos del PCE porque en aquella época ninguno sabía quiénes eran y quiénes no eran del partido. La clandestinidad obligaba a actuar por células muy reducidas, de tres o cuatro miembros, para evitar que la detención de uno arrastrara la de los demás. Las tareas de reparto de propaganda eran mantenidas en secreto hasta entre nosotros. No nos podíamos fiar ni de nuestra sombra. Cuando detuvieron y metieron en la cárcel de Sebastián Catalino, Bernardino Caro, Salvador Sarria y Fernando Rebustiano, yo tenía en mi casa ejemplares de El Mundo Obrero, octavillas y fotografías de Lenin. Mi suegra durmió varias noches con todo eso metido debajo del vestido por si los guardias civiles venían de madrugada a registrar la casa.
La detención de Rebustiano podíamos haberla evitado de no haber sido por ese celo en mantener el secreto de nuestras actividades clandestinas incluso entre nosotros. Aquella noche, después de estar un rato en el Catalino, nos fuimos unos cuantos dando un paseo por la Carrera al bar que Luis Laureano tenía pasada la calle Cruz Verde. Al cruzar la calle Medio Manto vi con el rabillo del ojo a un grupo de guardias civiles y municipales. Le dije a Francisco el Penco, que tenía al lado, "aquí hay algo raro esta noche". Cuando llevábamos un rato en la taberna de Luis Laureano, el Rebustiano dijo que iba de recogida para su casa. Yo, que estaba inquieto por lo que había visto, le pregunté dos o tres veces si tenía algún motivo especial para irse y me contestó que no, que se encontraba mal y que se iba. Yo no podía saber lo que él iba a hacer ni él sabía que yo estaba inquieto.
Lo que pasó después fue que recogió un paquete con propaganda del partido que tenía escondido en unos olivos del cortijo Escalera para llevárselo a su casa en la calle Hurtado. Lo estaban esperando enfrente de la estación, así que tiró el paquete debajo de un carrillo, se metió en su casa corriendo y, cuando los guardias que le pisaban los talones llamaron a la puerta, abrió en calzoncillos como si hubiera estado durmiendo. No le valió de nada. En la cárcel de Fuentes le dieron una cruel paliza. Estaba presente el jefe de los municipales, Reguerita, que siempre tuvo fama de malo. Sin embargo, Reguerita se encogía a cada golpe que le daban a Rebustiano como si le doliera a él. En cambio, dos guardias que también asistían al interrogatorio, y que tenían fama de buenos, sonreían con cada guantá que Fernando recibía.
Los militantes del PCE que estábamos infiltrados en el sindicato vertical teníamos instrucciones de cesar la actividad política clandestina de primera línea. Estábamos en la retaguardia, por así decirlo. Con mi expulsión en 1968 de la hermandad de Agricultores y Ganaderos, volví a la primera línea, pero entonces se abrió la posibilidad de volver a la emigración, esta vez a Francia como encofrador en las obras de la central nuclear de Lille, en el norte, muy cerca de Bélgica. Sin saber que iba a vivir en directo la gran revolución social de Mayo del 68, cogí el tren junto con otros encofradores de Fuentes como eran José Ruiz "Roete", Andrés el hijo de Manolito el Parro y mi cuñado Francisco. Pero esa historia será mejor contarla en el próximo capítulo.