El otro día en la cola del súper me encontré con un vecino. Estaba eufórico, su hijo ha obtenido una plaza fija como funcionario. “De ahí no pueden echarlo ni los políticos”, me dijo. No sé qué poder cree que tienen los políticos. En las conversaciones de la gente corriente con frecuencia encontramos reflexiones con un gran sentido común, pero también estupideces. Recordé entonces que yo fui durante casi un año un político de la más baja intensidad posible, fui delegado de curso en el instituto, lo que consistía básicamente en hacer de policía con mis compañeros. Lo dejé, no tenía vocación. Hay personas que empezaron siendo delegados de curso, luego formaron parte de las juventudes de un partido y acabaron haciendo de eso un oficio, eso es vocación.
Representar a los ciudadanos en la gestión pública debería ser un gran honor. Es el pueblo llano y no los “periodistas” parciales “creadores de opinión”, ni los demoscópicos estadísticos, ni las empresas del Ibex35, ni los obispos zampabollos, quien quita y pone gobernantes. Es una cuestión numérica, son, somos muchos más. En el instituto me contaron que a eso se le llama democracia. Lo único que le permite al ciudadano corriente vivir con dignidad es la política democrática, es la única fuerza capaz de hacer pasar por el aro a la ley de la selva. La gente normal vive de día y sueña de noche pensando que su realidad puede mejorar, que la vida puede ser maravillosa, imaginar el paraíso es gratis.
Para conseguirlo o al menos intentarlo, están los políticos, o eso creemos, aunque viendo a individuos cuya única meta es derrocar al “enemigo” usando lo que haga falta como ariete, nadie lo diría. Discuten acaloradamente sobre traiciones y bajadas de pantalones, rendiciones incondicionales y rupturas de la patria, pasados gloriosos que nunca existieron y futuros llenos de lava incandescente que nunca existirán. Muchos quieren cambiar la realidad, pero no la actual sino la del pasado, igual no están muy orgullosos de su historial.
¿De verdad nos gusta a los ciudadanos ese estado de bronca permanente? Ese estilo bufo bélico-futbolístico es tan surrealista como las conversaciones telefónicas de Miguel Gila pero sin ninguna gracia. A algunos se les oye demasiado la letra de su canción “Quítate tú pa ponerme yo”. Eso es lo importante ¿Y qué hay entonces de las cosas de comer? A la gente lo que le importa es el tiempo, todo el mundo habla del tiempo. Del tiempo que transcurre desde que se llama al centro de salud y te ve un médico, de lo cara que se ha puesto la vida en poco tiempo, del aceite andaluz a precio de güisqui escocés. Del tiempo que hay que dedicar para pagar una hipoteca en el país que se construían más casas que Alemania y Francia juntas. Del tiempo que hace falta para encontrar trabajo, que si se encuentra es precario para los jóvenes e imposible si se han cumplido los cincuenta. Si se es mujer, eso ya…
¿Hasta cuándo abusarás, Catilina, de nuestra paciencia? decía Cicerón en sus famosas catilinarias dedicadas a un político miserable. También podríamos decirlo nosotros. Las cutres rencillas de personajillos de media melena no solucionan nada relacionado con las habichuelas. A muchos los hemos visto hacer girar puertas pensando solo en colocarse en la empresa privada cuando acabe su vida pública, en un puesto en el que puedan rascarse aunque no les pique nada. Algún “prohombre” ya se ve subido a un caballo durante los próximos siglos, decorando una glorieta en su pueblo.
Son tajantes, enérgicos, inflexibles, impulsivos, ridículos; muy peligrosos, la gente puede pensar que sólo están ahí en su propio beneficio. En más de un caso es cierto. Algunos se dedican a remover aguas ponzoñosas y, a río revuelto, ganancia de autoritarios. Nos cansamos de tantos dientes de sable. Cargada de ignorancia irreflexiva, hay quien piensa que “todos los políticos son iguales” y cae en brazos de los vendedores de milagros, en manos del neofascismo silvestre que galopa por todo el mundo. No somos víctimas. No digo que los ciudadanos no tengamos la culpa, al contrario, la tenemos toda. Si los políticos (no todos) hacen eso es porque se lo consentimos, somos colaboradores necesarios, el país no es suyo, sino nuestro. Si no participamos de la política lo harán otros, los que “solucionan” todo en cinco minutos a base de banderazos.
Necesitamos buenos políticos, personas dignas con luces largas, porque si no, nuestro futuro será azul oscuro, casi negro. Sin luces se impondrá la ignorancia enciclopédica, la sombra alargada de la sospecha porque sí, la condena sin pruebas, ¿por qué no? la media verdad, la mentira y media. Al poder, el de verdad, el que no emana del pueblo, sino del dinero, le interesa que nos hartemos de la política, que pensemos que “todos los políticos son iguales” así camparán a sus anchas.