En todos los televisores de España se contempló la cara compungida del presidente del Gobierno Carlos Arias Navarro. Madrileño de cuna, conocido como el “Carnicerito de Málaga” por su destacado papel en la dura represión que se produjo en esa ciudad. andaluza tras su toma por las tropas franquistas. Tras esa noticia, el presidente del Gobierno, entre sollozos, sacó del bolsillo interior de su americana un papel que pausadamente desdobló para leer el testamento político del dictador. Otra mentira más del régimen. El autor de dicho escrito fue Javier de Carvajal, arquitecto barcelonés afincado en Madrid, que se lo hizo llegar a Adolfo Suarez, pertenecientes ambos a la asociación política UDPE (Unión del Pueblo Español).
Gran parte del pueblo se sintió aliviado, aunque la alegría contenida no pudo expresarla en la calle por más que ese fuera su deseo. Por miedo a las represalias del poder que el régimen franquista ostentaba por aquel entonces. Muchos españoles hubieran deseado salir a la calle para expresar su alegría, sus ansias de libertad y sus deseos de justicia. Pero, muerto el dictador, seguía reinando el poder dictatorial. Muchos años han pasado desde la desaparición física del dictador, pero sus tentáculos se ciernen cada vez con más fuerza sobre nosotros, sobre nuestros pueblos y, sobre todo, sobre nuestras ideas.
Tras 49 años, siguen existiendo símbolos, imágenes y rótulos en las calles y plazas de numerosas ciudades y pueblos que nos recuerdan aquella dictadura. Siguen existiendo organizaciones políticas, cada vez más extendidas en nuestra sociedad y con mayor fuerza e implantación entre nuestros conciudadanos, que basan su pensamiento político en los principios franquistas y que no son otros que los que enraízan con el pensamiento fascista y nazi.
Tras 49 años, todos los 20 de noviembre grupos de nostálgicos seguidores de los pensamientos e ideas franquistas pasean sus banderas por sitios de grandes connotaciones de las ideas del llamado régimen nacional. Incluso blanden al viento banderas preconstitucionales y cantan los himnos fascistas “Cara al Sol” o “Prietas las filas”, sin que nadie ni nada se lo impida. Siguen existiendo fundaciones y asociaciones con el nombre de Franco y además registradas en los organismos del Estado como si de una asociación que extiende y difunde principios democráticos se tratase y nunca más lejos de la realidad.
La mayoría de las fosas donde permanecen las víctimas del franquismo siguen sin abrirse y los restos de ellas sin descubrir y cotejar. Los familiares siguen esperando los restos de sus seres queridos, en su mayoría vilmente asesinados sin previo juicio. Tras 49 años, se están extendiendo por las redes sociales ideas franquistas y fascistas que captan cada día más adeptos entre los jóvenes a quienes vemos en las manifestaciones de exaltación de Franco portando las banderas preconstitucionales y cantando los himnos que en la dictadura se hacía cantar a los niños y los jóvenes en los centros educativos.
Tras 49 años, vemos cómo la frase que el dictador dejó escrita, según la cual “todo lo dejaba atado y bien atado” se va haciendo cada vez más palpable porque cada día vamos perdiendo los que defendemos los principios democráticos reales, cotas de libertad, cotas de justicia. Los partidos fascistas han alcanzado el poder en muchos lugares. Ya gobiernan, con otros partidos de la derecha en comunidades y ayuntamientos. Imponen sus criterios negacionistas de realidades tangibles que nos van acechando. A pesar de las advertencias que estamos viendo en nuestros días, niegan fenómenos que ponen en riesgo la existencia de nuestros conciudadanos de otras partes del país. Son negacionistas del cambio climático e incluso de enfermedades que nos azotan.
Las ideas contrarias a la libertad y los derechos van haciéndose con el poder en los países de nuestro entorno, Italia, Austria, Hungría, Países Bajos... No podemos quedarnos dormidos. Desde cualquier lugar que ocupemos, nuestra obligación es seguir educando a los que nos rodean en los valores de respeto, tolerancia, libertad y justicia. Se lo debemos a todos aquellos que dieron su vida hace ya casi un siglo en su defensa. Debemos seguir exigiendo a nuestros gobernantes que sean capaces de seguir luchando para evitar la pérdida de estos valores. No olvidemos que “lo dejó todo atado y bien atado”.