Empecemos el año con humor que es la mejor manera de empezarlo. Coger aceitunas por cuenta en el mes de enero del 1958 no era lo que se dice un chollo. Ni visitar la oficina del paro en plena crisis del 2008 tampoco. La empleada del INEM, confidente involuntaria de mis problemas laborales, ante mi actitud derrotista sobre la posibilidad de reinserción dadas las pésimas circunstancias que atravesaba el mercado laboral repetía enérgicamente, "¡hay que reinventarse, échele imaginación hombre!". Échele, échele guindaaaaas al pavoooooo".
Supongo que, por el efecto estresante de la situación, cuatro horas de cola por mi parte y la perspectiva de ocho escuchando historias como la mía, por la suya, yo sufría un tic que me obligaba a girar la cabeza hacia mi derecha con incómoda periodicidad y creo que acabé contagiándoselo también a ella, pero hacia su izquierda, por lo que, y en un alarde de sincronización, los dos girábamos la cabeza hacia el mismo lado con una regularidad de metrónomo.
El empleado de la mesa situada a mi derecha, y por consiguiente a su izquierda, había salido a desayunar, por lo tanto, nuestros respectivos tics se perdían en el vacío.
Aprovechando la coyuntura, el vigilante de seguridad armariote de puro roble, pero que tenía los pies planos y estar de pie lo mortificaba en grado sumo, se aposentó en la mesa del empleado que había salido a desayunar y quedaba a mi derecha y por consiguiente a su izquierda razón por la cual cada vez que la funcionaria dejaba ir un “échele” coincidiendo con el tic de izquierda para ella, y por consiguiente de derecha para mi, yo sufría una alucinación consistente en ver al vigilante convertido en un cocodrilo con las fauces abiertas. Pensaba, pobre de mi, qué voy a echarle si me han puesto en la calle, no me han pagado la indemnización, ni el finiquito, ni los salarios atrasados, ni nada de nada. Es que no tengo ni pa pipas.
Así que, con voz que a duras penas me salía del cuerpo, me atreví a replicarle a la funcionaria, "verá usted, yo pienso que la imaginación, por sí sola, no creo que obre milagros.
No me dejó acabar. "La imaginación sí",remachó con voz de trueno. "Vivimos una coyuntura socio-temporal-espacial en la que los estamentos socio-temporales-espaciales han proscrito el no. Hay que decir sí, arrastrado, entrecortado, balbuciente, sibilante, sugerente, susurrante, rítmico, desenfrenado o como sea, pero siempre sí, sí, sí. ¿No ve usted la televisión, coño? Y ya lo sabe, échele hombre, échele. Ya sé, ya sé, el cocodrilo espera... con las fauces abiertas".
El instinto de conservación me aconsejó rebuscar en los bolsillos y, revolviendo llaves, bolígrafo, monedero vacío y otros, mi mano tropezó con una bolilla cuya forma y textura me recordó aquellas de los árboles del paraíso que había en el paseíto la Plancha y que, según decían algunos, si se la echabas a un perro se moría. Pensé, quién sabe, a lo mejor con los cocodrilos también funciona. Así que cogí la bolilla y, siguiendo la dirección del tic, la lancé hacia la mesa del vigilante cocodrilo, que con un chasquido de las poderosas mandíbulas la cogió al vuelo.
Ni la piedra filosofal tenía tal poder de transmutación. Por un efecto, supongo que similar al del anuncio del gordo de Navidad, ante los desorbitados ojos del vigilante-cocodrilo, de los míos y de la funcionaria, encima de la mesa del vigilante-cocodrilo convertida en tablao flamenco fue tomando cuerpo una figura que, al manifestarse en su totalidad, bien podía ser el fantasma de la Piquer, con bata de cola y peineta a lo Martirio y, recogiéndose los pliegues del folclórico traje, le dedicó al encandilado vigilante-cocodrilo aquello de “échale guindas al pavo, pavo, que yo le echaré a la pava”.
La aparición duró unos pocos segundos. Después, todo volvió a la más absurda normalidad. Todo menos el vigilante, que de momento seguía siendo cocodrilo. Aprovechando que la funcionaria tardó algo más que yo en salir del trance y además era miope, cogí mi expediente, que como bien podéis suponer era el número 313, y lo camuflé en medio del montón que había encima de la mesa, por si acaso.
Por hoy es suficiente, pensé y levantándome de la silla me dirigí a la puerta seguido por los gritos de mi interlocutora, esperé que aún no hemos terminado. Despertando de su arrobo, el vigilante-cocodrilo echó a correr detrás de mí dando coletazos a diestro y siniestro y pensé, ya está, de aquí al cuartelillo. Pero no. El vigilante cocodrilo reconvertido de nuevo en solo vigilante, bueno con porra y esposas, de las segundas me dijo que tenía cuatro, añadiendo una explicación bastante confusa sobre la relación entre la primera y las segundas, tema en el que evité ahondar, me cogió amablemente por un brazo y con aire de gran complicidad me dijo "ya lo sabe, de aquí a tres meses a sellar". Después con un guiño, añadió "llámeme un par de días antes por si me toca fiesta cambiarla, porque lo que es la próxima yo no me la pierdo por nada del mundo. Ah, y que quede entre nosotros, no soy un cocodrilo, soy un caimán ja ja ja ja. Mientras volvía a su puesto, iba bailando la conga y cantando a voz en grito "¡Se va el caimán, se va el caimán, se va para barranquilla!"