Durante siglos, los católicos oyeron misa en latín sin entender una palabra. El cura soltaba su salmodia y las beatas respondían farfullando latinajos. “Dominus vobiscum” decía el páter, “et cum spiritu tuo”, respondía la congregación. Por supuesto, el pueblo llano no entendía una palabra de lo que decía. Claro que había una excepción, la homilía. Cada domingo, el clérigo se elevaba sobre el vulgo y subido al púlpito formaba las conciencias de los feligreses, arengando sobre el bien y el mal, sobre qué pensar y qué sentir. Era tan importante este discurso semanal que la lengua usada era la natural del país.
En el orbe mediático en el que vivimos, existen otros páter no necesariamente católicos que arengan, enaltecen, soliviantan y excitan los más bajos instintos del ciudadano medio. Como Simeón el Estilita, se suben a su columna y pronostican diluvios y plagas, apocalipsis y juicios finales. Coléricos siempre, usan tanto las vísceras que están repletos de jugos gástricos y biliares. Si miramos al horizonte veremos cómo se alza ante nosotros un inmenso bosque de columnas, cada una con su apóstol de la verdad desgañitándose pese a hablar por un megáfono.
Muchos son como Serguéi Bubka, que batió 35 veces el récord del mundo de salto con pértiga centímetro a centímetro, aunque podría haber llegado de golpe a saltar más de 6 metros, pero eso no le habría proporcionado el mismo éxito y dinero. Los atléticos columnistas también baten sus propios récords y compitiendo entre ellos a ver quién llega más alto a base de especulaciones gratuitas, exageraciones o directamente con mentiras del tamaño de la provincia de Badajoz. Con frecuencia se contradicen, no se debe mentir si no se tiene buena memoria.
Cuesta mucho leer ciertos artículos emergidos del barro, se comparta o no la ideología del columnista. Atacan al enemigo desde la trinchera buena usando bombas de fragmentación de peste, que sólo enrarecen un ambiente cada vez más viciado. Cuando alguien, en lugar de argumentar solo insulta, es lógico pensar que no se tienen razones. Claman y reclaman, se indignan y se ofenden con las acciones de los políticos disidentes del mundo (como Dios manda) que habitan en su cabeza. Atacan a los de enfrente, pero más aún a los del al lado, los “maricomplejines”. No hay fuego más peligroso que el fuego amigo.
Los nuevos estilitas, cual mesías contemporáneos, nos sermonean desde sus columnas de granito de Carrara, con la verdad revelada; no son anacoretas, no buscan la soledad para alcanzar lo divino, sino subir mucho más allá de la altura de su columna para influir en el destino, para fabricar opiniones, para decir lo que hay que hacer. Quieren ser pastores de rebaños que necesiten un guía espiritual que les relate los horrores del enemigo y les recuerde las bondades de un mundo que nunca existió. Se usa la libertad de expresión para la ofensa de brocha gorda, se inventan contubernios clandestinos y conspiraciones imaginarias.
Es tanto el ruido envuelto en humo, que la gente normal llega a confundir sus fuegos de artificio con periodismo. Sólo son artículos de opinión y los “opineros” tienen, tenemos todos, derecho a pensar como queramos. El problema es que muchos hacen pasar sus reflexiones subjetivas, mentiras arriesgadas, trolas especulativas y cuentos distópicos, por noticias veraces, y las elucubraciones por verdades absolutas. Hacen pasar la mortadela con aceitunas por jamón de Jabugo.
La intención de los curas desde su púlpito y la de estos columnistas desde sus atalayas es la misma, el adoctrinamiento, la configuración de una realidad alternativa del blanco frente al negro, lo bueno contra lo malo, todo es simple, no hay matices razonados. Son muchos los pregoneros, tantos que se podría cruzar la península saltando de columna en columna sin tocar el suelo.
Involucionamos, es un hecho. La verdad se derrite ante el calor apasionado, enérgico, irreflexivo e irresponsable. Que la frase “al enemigo, ni agua” se ponga de moda, indica que la inhumanidad está triunfando, que el espacio público y sobre todo el espacio publicado, se ha convertido en un ring de boxeo con un árbitro con pajarita y gafas de culo de vaso. Los coristas columnistas y tertulianos del no a la totalidad, se abren paso entre la gente crédula.
Yo creí que el siglo XXI sería el siglo de la información, el de las luces, pero compruebo que cada vez se parece más al desgraciado siglo anterior lleno de odio e intolerancia. Creí que triunfaría la inteligencia, pero no la artificial, sino la otra. Creí que la paz sería el estado general de las cosas, que no se levantarían más muros. Creí que la democracia había triunfado para siempre, pero está amenazada. El periodismo es más necesario que nunca, necesitamos luz no iluminados. Hay pocas voces y demasiados ecos.
“Desdeño las romanzas de los tenores huecos y el coro de los grillos que cantan a la luna”, decía Antonio Machado. Yo no tengo ni el talento, ni la cultura, ni probablemente el sentido común de Don Antonio, pero igual que él, quizá por su influencia, prefiero “las voces a los ecos”.