Si nos preguntasen individualmente si somos racistas, seguramente la mayoría de los ciudadanos del país responderíamos afirmando y remarcando un no al racismo. Esto se debe a que las personas de otras razas que viven en nuestro país están en lugares alejados de nosotros o diluidos en la sociedad española. Es como si no nos diésemos cuenta de su existencia. Los vemos lejos de nosotros y no tenemos apenas contacto con ellos. Pero qué ocurriría si esta misma pregunta nos la hacemos con respecto a las estructuras sociales, económicas y políticas de nuestro país. Seguramente la respuesta sería la contraria. Veamos algunas situaciones que nos rodean y son parte de los pensamientos de nuestros ciudadanos, de nuestros círculos sociales y de nuestras instituciones políticas.

Estos días hemos visto que, en Canarias, los dirigentes políticos pedían ayuda al resto de España para que fuesen solidarios con los inmigrantes que llegan a sus costas en pateras, jugándose la vida, huyendo de las guerras, persecuciones y miseria. Allí, según datos de la prensa, hay más de 6.000 menores que han llegado solos o han perdido a sus familiares en la travesía. Hemos oído que algunos de nuestros políticos han dicho a la prensa, cuando se le ha preguntado por su posición ante este problema, que la culpa de la llegada a las costas canarias de inmigrantes menores es culpa del gobierno de turno porque lo que tenía que hacer es enviar a los buques de la Armada a impedir que puedan llegar a nuestras costas todo tipo de inmigrantes, entre ellos los denominados menores extranjeros no acompañados. ¿Esta declaración se puede considerar como racista?

A esta declaración, el almirante jefe de estado mayor de la Armada contestó que la obligación de todo marino que se encuentre a una embarcación en situación de emergencia será emplear todos sus esfuerzos en salvar al mayor número posible de personas. Y así seguirán haciéndolo todos y cada uno de los miembros de la Armada. En el lenguaje del mar no hay razas, hay seres vivos a los que hay que ayudar y salvar de sus fuerzas devoradoras. Recientemente, el ministro de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, a petición del consejero canario, reunió a todos los consejeros de las restantes comunidades autónomas, allí en Canarias, para hablar del problema acuciante que tiene esta comunidad autónoma con los niños y darle solución. Los dos, ministro y consejero, pidieron el reparto de los inmigrantes menores. La respuesta fue el reparto de unos 600 inmigrantes porque, según la Ley de Extranjería, el reparto de los menores se hace contando con la voluntad de las comunidades. ¡Qué poca voluntad hay entre los consejeros!

Esta semana se ha presentado en el Congreso de los Diputados una proposición de ley para reformar algunos artículos de la Ley de Extranjería que se referían principalmente al reparto voluntario de los niños e introducir el carácter obligatorio de este reparto y ha sido rechazada por los votos de los partidos de derecha, ultraderecha y nacionalistas catalanes, que en definitiva también son de derechas. ¿Es esto racismo? Y me pregunto ¿Qué pasaría si con motivo de la guerra de Ucrania, tuviera que venir a nuestro país un considerable número de niños y niñas como refugiados de la guerra? ¿Los rechazarían las comunidades porque son muchos o se los distribuirían entre ellas según sus capacidades? La respuesta está por ver. Que cada uno se la imagine y ponga la solución.

Yo creo que por solidaridad, por humanidad y por justicia los acogeríamos porque son blancos, son europeos, son como nosotros. Este ejemplo lo vivimos recientemente en nuestro pueblo, que fuimos capaces de organizar un centro de acogida para refugiados ucranianos en pocos días. ¿Hubiésemos hecho el mismo esfuerzo si los acogidos hubieran sido africanos? ¿Qué diferencia hay entre unos europeos y otros europeos? Nada, solo la lengua. Pero ¿qué diferencia a los inmigrantes que llegan en pateras a nuestras costas? Ellos son negros y nosotros blancos. La actitud de las instituciones políticas se inclina más hacia lo que consideremos racista, que a todo lo contrario.

En varios sectores de nuestra sociedad hay sesgos velados de discriminación cuando comprobamos que los trabajadores inmigrantes están relegados a los trabajos precarios y en peores condiciones laborales. También, en la mayoría de los casos, sus salarios son menores a pesar de que realizan el mismo trabajo. Y, sin embargo, oímos expresiones de que los negros vienen a quitarnos el trabajo. Pero ¿qué trabajo? ¿El que nosotros queremos y deseamos o el que depreciamos y no queremos hacer? Son preguntas que nos debemos ir contestando para marcar nuestro índice individual de racismo.

En nuestra sociedad hay un racismo estructural ya que se premia a los individuos de raza blanca y en gran parte se discrimina a los de otras razas y sobre todo a los que llegan hasta nosotros jugándose su vida en el mar. A estos últimos se les niega durante meses y meses sus papeles de residencia en España y sin ellos se les niega la posibilidad de encontrar un trabajo, tener una vivienda o poder acceder a la sanidad pública. Se consiente en España la presencia de grupos mafiosos que accediendo por internet acaparan los números de acceso a las oficinas de solicitud de documentación para inmigrantes. Estos o pagan unas cifras astronómicas, a veces imposibles para ellos, o se quedan días y días haciendo interminables colas antedichas oficinas. Nosotros las vemos, por lo tanto, las autoridades también lo sabrán, pero miran para otro lado.

El Estado tiene que poner las leyes y los medios para evitar que haya discriminación en razón a la raza o situación social y económica de los individuos. Tiene la obligación de luchar contra el racismo de una forma integral. Así lo hizo constar el informe que emitió el grupo de trabajo de expertos sobre los afrodescendientes, dependiente de las Naciones Unidas en 2018. Los organismos estatales tienen la obligación de programar medidas concretas para desmantelar las estructuras y actitudes individuales racistas que se reflejan en nuestra sociedad y entorno. Nosotros, como miembros activos de nuestra sociedad, podemos y debemos tener actitudes contra los brotes de racismo que puedan surgir a nuestro alrededor, en busca de una sociedad más justa y más igualitaria.

En primer lugar, tenemos que cambiar nuestra idea de ser de un país determinado para pasar a pensar que pertenecemos a una única sociedad mundial, de la que formamos parte. En segundo lugar, luchando contra los estereotipos racistas que aparezcan en nuestro entorno, no siendo tolerantes con estas actitudes. En tercer lugar, no siendo cómplices con nuestro silencio, denunciando las situaciones discriminatorias que presenciemos. Y, en cuarto lugar, exigir que el Estado y sus organismos creen leyes protectoras de todas las personas que vivan en nuestro país; haga políticas que favorezcan la igualdad real de todos sus habitantes y que se haga un reconocimiento del daño causado por el racismo que nuestra sociedad haya podido causar.

Debemos tributar nuestro reconocimiento a las organizaciones que diariamente luchan y se esfuerzan por erradicar de nuestra sociedad el racismo y ayudan realmente a mejorar la situación de nuestros inmigrantes y especialmente a los niños.