En mi casa manda mi mujer. ¿Cuántas veces hemos oído esa frase? ¿Cuántas veces hemos asentido ante ella?
Yo –oímos igualmente a mujeres– hago lo que quiero en mi casa, mi marido no se mete conmigo. No se mete conmigo, ¿qué significa esta expresión?
Las mujeres no saben ser verdaderas amigas. Esta es otra de las expresiones que hemos oído demasiadas veces.
¿Realmente nos hemos parado a reflexionar sobre todo esto? Dejemos las preguntas y vayamos a las respuestas:
En mi casa manda mi mujer siempre y cuando a mí me sea más fácil la vida. Ella se preocupa de la intendencia, léase compras, limpieza, etc. Aunque yo, hombre moderno, ayude cuando pueda y quiera. En las cuestiones importantes, o que yo crea que lo son, ahí está mi opinión. Opinión que se vuelve mandato en el engranaje patriarcal, oculto en lo más recóndito de nuestro sistema de creencias, como si fuera lo natural, lo normal, la mejor de las formas de ¿relacionarnos, organizarnos?
Yo hago lo que quiero en mi casa, mi marido no se mete conmigo. Esto es así siempre y cuando la conducta sea la apropiada, según la propia creencia del marido, para su mujer, novia, pareja o como queramos llamarla, que nombres hay para ello. Así mi conducta, depende, en cierta manera, no de mis convicciones más profundas, sino de aquello que creo se me permite sin crear conflicto. Todo esto, al igual que lo anterior, está sellado en nuestro interior más profundo, sin apenas darnos cuenta. Es el resultado de siglos y milenios de un patriarcado dominante y sutil.
Las mujeres no son verdaderas amigas. Desde pequeña nos han educado para estar en el mercado, para comportarnos no como amigas y compañeras, sino como competidoras ante los hombres. Pensaréis que esta actitud ha cambiado en las mujeres jóvenes y, aunque en un amplio sector afortunadamente es así, aún existe la idea de la competencia y el anteponer el marido, novio, compañero…a la amistad. Y no porque no sepamos sentir la verdadera amistad, sino porque el patriarcado nos está indicando que lo masculino es socialmente más importante que lo femenino. O sea mi marido, novio o compañero es más importante que mi amiga.
Seguiríamos así durante mucho tiempo analizando cómo la vida de las mujeres está mediatizada por el patriarcado. Y no sólo las que viven con sus parejas hombres, sino todas. Por el hecho de ser mujer tenemos unas limitaciones en nuestras vidas, a veces invisibles, que nos condicionan y nos hacen vivir otras vidas diferentes a las que desearíamos. No somos lo que realmente queremos ser. Desde que nacemos, incluso antes, nos enseñan que somos a través del otro; que lo masculino siempre tiene más valor que lo femenino; que los cuidados son una tarea femenina porque nosotras tenemos actitudes naturales para ello; que la maternidad es lo más importante en la vida de una mujer. Creando con todo ello frustraciones y ansiedades. Y ocultando las verdaderas causas de las mismas al estar incrustadas en lo más profundo de nuestras creencias.
Podríamos continuar exponiendo motivos para pensar que no todo está conseguido, que el 8 de marzo tiene sentido. Queda mucho camino por delante. Y no sólo se anda el camino celebrando ese día con comidas, fiestas o videos escolares, sino cada uno de los días del año con nuestra actitud, nuestro compromiso y nuestra lucha.