Enfrentarse al reto de contar el espeluznante crimen de las niñas del Aguaúcho produce vértigo. Aunque sea de forma aproximada y en una novela. Vértigo y un respeto. Tan terrible fue aquella masacre ocurrida en Fuentes en 1936 que asomarse a ese pozo de la mente humana pone en cuestión si el ser humano actúa libremente o guiado por las circunstancias que condicionan su comportamiento. ¿Existe el libre albedrío? Fueron las circunstancias y los prejuicios, no la maldad, los que llevaron a aquel puñado de falangistas fontaniegos a perpetrar el horror? ¿Justifican aquel crimen las condiciones del momento? ¿Exculpan a sus autores?
A ese abismo del comportamiento humano se asoma Jon Aramendía en "La memoria de las sirenas", novela basada en el crimen del Aguaúcho y presentada esta tarde en Fuentes como punto de arranque de la feria del libro. El autor es tajante en sus respuesta a las preguntas anteriores. "No, en absoluto. Las circunstancias ni les exculpa ni les justifica, pero ayudan a entender que eso ocurriera. Entenderlo para evitar la repetición de aquellas condiciones", afirma. El novelista navarro se confiesa determinista. "Los seres humanos actuamos muy condicionados por nuestra historia personal y familiar y por las circunstancias de cada momento, eso es lo que me interesaba resaltar cuando escribía "La memoria de las sirenas".
Dicho de otra forma, las personas tienen poco espacio para comportarse según su propia voluntad. "Los monstruos no nacen y se crían en familias cariñosas", sostiene Aramendía. El autor, que estudió Psicología, añade que "lo que me atrajo del crimen del Aguaúcho es saber por qué las personas hacen lo que hacen". Los discursos de odio, de nuevo en alza, adoctrinan y van fraguando las condiciones que explican, sin justificarlas, atrocidades como la violación y posterior asesinato en Fuentes de cinco niñas en agosto de 1936. El discurso de odio contra los judíos y el supuesto supremacismo ario preparó el terreno para la elección democrática de Adolf Hitler en Alemania y la locura colectiva que vino a continuación. El discurso del odio y un montón de prejuicios.
Para Jon Aramendía, "moralmente, todos tenemos muy claro quiénes son los culpables del crimen del Aguaúcho, pero al escribir la novela mi intención no era mirar atrás con ánimo de resarcimiento ni hacer un juicio moral o señalar a culpables e inocentes, sino explicar aquellos comportamientos a la luz de las condiciones del momento". Tampoco quiso hacer un relato escabroso sobre lo sucedido. Por eso y porque huía de herir las sensibilidades de los familiares de las víctimas, el novelista cambió su idea inicial de centrar la historia en las vejaciones y asesinato sufrido por las cinco niñas. Ha evitado entrar en la historia de Fuentes "como elefante en cacharrería".
El autor ha asegurado en la presentación, realizada por videoconferencia, que "las personas somos lo que hemos vivido, memoria, y un país que no recuerda su pasado es un país enfermo condenado a repetir sus errores". En ese sentido, Aramendía sostiene que España es un "ejemplo claro de país que olvida de forma intencionada". El acto ha sido presentado por Jesús Cerro.
La novela arranca con el secuestro de las víctimas, siempre recreado porque nadie sabe realmente cómo fue aquello, y su posterior muerte. Introduce como protagonista a un chico que vive el momento, José Rojo, y que se rebela ante lo que presencia, reacciona matando a uno de los falangistas antes de escapar a Madrid, donde se une a las tropas republicanas y termina sus días en el País Vasco, una vez terminada la guerra. El protagonista se siente culpable de haber actuado cobardemente para evitar la violación de las niñas y su muerte, por lo que dice a lo largo de la novela que vive de prestado.
Abren las páginas de la novela dos frases que explican, sin justificarlo, el origen del crimen del Aguaúcho. La primera es de Nietzsche y dice "Si a nuestra conciencia la amaestramos, nos besa al mismo tiempo que nos muerde". La segunda es de Sara Mayo y dice "Unos padres, un tiempo, un lugar y un puñado de prejuicios". Adoctrinamiento y prejuicios, una mezcla explosiva. Cuenta el autor en uno de los primeros pasajes de la novela que "se comenzó a escuchar el rugir lejano del motor del camión. Era el rugido de un ogro, de un dragón que venía a por su tributo de carne con las últimas luces del día. Las cinco chicas se aferraron de las manos y aproximaron sus cabezas". La locura echaba a andar.
(Fotografía de apertura extraída de la novela)