Antonio Lorca, crítico taurino del diario El País, dice que dos temporadas sin corridas de toros no pueden pasar sin traer consecuencias. Añade que lo más probable es que esta actividad sufra una pérdida de público que la lleve a una situación aún más grave de lo que ya estaba. ¿Tanto como para desaparecer? No, eso no, pero sí puede verse relegada a un rincón en el mundo de los espectáculos. Convertirse en un espectáculo minoritario, como lo es en Francia, donde los toros están prohibidos desde 1850 y a pesar de eso se siguen dando corridas, aunque para cada espectáculo hay que pedir permiso expreso a un juez. Sostiene el crítico taurino Antonio Lorca que el declive del toreo empezó cuando el público ocupó el lugar del aficionado.

Pregunta.- Si hace unos años ya eras pesimista, ¿qué piensas ahora con la que le está cayendo a las corridas por la pandemia?

Respuesta.- Sigo siendo pesimista porque para los toros hace tiempo que soplan malos vientos. Pero eso no significa que vayan a desaparecer. Le pasa lo mismo que a la religión, que lleva años en crisis pero ahí sigue. Los primeros que parecen querer acabar con los toros son los ganaderos, los empresarios y los toreros. El toro está mal porque lo han acomodado a los toreros y eso es porque hay un predominio abrumador del público sobre el aficionado, lo contrario que antes.

P.- A ver, explica un poco más esa diferenciación entre el público y el aficionado.

R.- El aficionado entiende de toros y es exigente. El público no entiende, es complaciente y eso rebaja la calidad del espectáculo. El público lo mismo va a los toros que a un partido de tenis. La fiereza la pide el aficionado. El público no pide nada, busca divertirse un rato y punto. Ese cambio de los protagonistas de la fiesta es lo que explica lo que está pasando en el mundo de los toros.

P.- Volvamos a los efectos de la pandemia. Si quedan pocos aficionados y predomina el público, ¿Qué va a pasar cuando pueda haber toros?

R.- Me temo que mucho público no volverá a las plazas. Ya se sabe que órgano que no se usa, se atrofia y dos temporadas seguidas sin corridas pueden hacer que no vuelvan. El que tiene ganas es el aficionado, el público es veleidoso. Pero aficionados quedan pocos. Antes los ayuntamientos daban ayudas para la realización de corridas, pero ya es otra cosa porque no hay demanda social. Fíjate que en Azpeitia (Guipúzcoa) ha habido corridas subvencionadas por un alcalde de Bildu, partido contrario a los toros. ¿Por qué ocurre eso? Porque en ese pueblo hay demanda social. La demanda social, es decir los votos, es la que pesa.

P.- El mundo ha cambiado y quizá eso haya hecho cambiar también la fiesta de los toros.

R.- Por supuesto que sí. La sociedad actual mira a los animales, en general, como si fueran de la familia. Hay grandes empresas dedicadas al mundo de las mascotas y al cuidado de los animales. Mi propia hija nunca ha entendido que yo me dedique a esto de los toros. Hay otra sensibilidad y eso influye muchísimo en todo lo que rodea a la fiesta. No hay base social que sustente todo el sistema que existe alrededor del toro. La figura del torero está muy devaluada, ha dejado de ser el héroe que era antes para la sociedad. Televisión Española ha dejado de retransmitir corridas y Canal Sur ofrece novilladas y sólo de vez en cuando una corrida.

P.- ¿Cómo está afectando la pandemia al sector taurino?

R.- El sector está en situación de catástrofe, especialmente entre los ganaderos. Lo primero es que hay poca demanda social y a eso se suma que tenemos exceso de oferta. Todo en el mundo del toro está sobredimensionado para la demanda que hay. Tenemos más de 1.100 ganaderías, 761 matadores de toros, 2.672 novilleros, 325 rejoneadores, 2.525 subalternos, 3.532 mozos de espada y 178 toreros cómicos. ¿Quién sostiene todo eso si no hay público? Luego está el problema del caos interno, donde cinco organizaciones de ganaderos, todas peleando por ser la que maneje la situación porque un toro que vaya al matadero se paga a un euro el kilo, o sea unos 500 euros, mientras que por un toro que vaya a una plaza se pagan 10.000 euros.

P.- ¿Reconversión a la vista?

R.- Hay mucho ganadero de medio pelo. En realidad, de esas 1.100 ganadería, sólo 347 son las importantes y están agrupadas en la Unión de Criadores de Toros de Lídia. Las demás pertenecen a empresarios que tienen sus negocios en otros sectores y que se compran una ganadería de toros bravos como el que se compra un yate. Lo hacen para obtener el llamado "beneficio del disfrute". Pierden dinero con la ganadería, pero la disfrutan. Muchos venden sus reses a los organizadores de festejos populares, muy abundantes en todo el Levante, Castilla-La Mancha, Castilla y León, en los que no importa tanto la bravura como el trapío, el tamaño.

P.- ¿Cómo ves que Vox haya capitalizado la bandera de la defensa de los toros?

R.- Mal porque la fiesta de los toros no es política, sino cultura que atañe a todas las ideologías. Hay aficionados de derechas y de izquierdas. A Vox le ha venido de perlas que Morante de la Puebla esté con ellos, aunque el sector no le reconoce representatividad. Que ese partido se apropie de la bandera de los toros es muy negativo para el sector porque etiqueta al conjunto de la afición como de extrema derecha. Y eso no es verdad. Me preocupa la posición de todos los partidos políticos. PSOE y PP no son contrarios a los toros, pero tampoco los favorecen. El PSOE jamás ha votado a favor, si acaso se ha abstenido. El PP promovió la Ley del Patrimonio Cultural, de noviembre de 2013, pero a continuación la metió en un cajón. Ambos partidos muestran un profundo complejo porque, aunque digan que apoyan, no lo hacen. Eso, unido a la profunda división del sector y a la indiferencia o al activismo en contra de la mayoría social, perfila un panorama muy preocupante.