El novio rústico de mi amiga Mari -ella lo llama así- es una fiera amaestrada. Un poco asilvestrada, pero inofensiva. El rústico de mi amiga Mari es bravucón y primitivo, pero sin maldad. Unas veces le llama "mi rústico" y otras "mi bruto", siempre cariñosamente. El hombre tiene a veces algo de mal carácter, pero se le pasa pronto y en el fondo es tierno y hasta cariñoso cuando llega la noche. Durante el día es arisco, poco detallista, brusco y orgulloso. A su manera, el hombre es sensible, aunque la mayor parte del tiempo no lo parezca. Mari dice que lo tiene bajo control y que no teme nada porque ella sabe cuáles son las líneas rojas que no debe rebasar. Dentro de esas líneas, ella tiene el control.
Es inútil discutir con mi amiga Mari sobre el error de echarse un novio rústico. Ella, una mujer moderna, libre, culta y con ideas avanzadas, en brazos de un zoquete. Quién lo iba a decir. Nunca entendí que se hicieran novios y menos aún que estén pensando en casarse. Más de una vez le he dicho que no es el estilo de hombre que le pega, pero ella me responde que soy un exagerado, que su rústico no es lo que parece, que me pueden los celos por no haber sido yo el elegido... Así de ciego es el amor. Puede que ella tenga razón y que yo sea un celoso exagerado. Puede que su bruto no sea tan bruto como parece y puede que, si lo es, a Mari le vaya la cosa sadomasoquista.
Porque se cree libre, Mari no deja que le digan lo que tiene que elegir. Es libre de equivocarse. El caso es que la relación entre Mari y su rústico muestra signos evidentes que deben mover a la alarma. Pero eso ella no lo ve. Salen poco juntos porque el hombre tiene que echarse al monte de cacería muchos fines de semana. A ella le gusta vestirse bien, pintarse con esmero, viajar al extranjero, oír buena música, ir al cine... A él, la charla a voces con los amigos, discutir de fútbol, enfatizar los aciertos y errores de cada uno de los toreros durante la temporada. Mi amiga Mari y su rústico son la noche y el día, el agua y el fuego, pero así de ciego es del amor cuando surge y mientras dura.
La buena sintonía de mi amiga Mari y su bruto, esa luna de miel a todas luces incomprensible, me recuerda mucho aquello de que los extremos se atraen. También pienso a veces en "Un ramito de violetas", aquella canción de Cecilia que describía la ternura de un marido que cada nueve de noviembre le mandaba flores a su esposa para que creyera que tenía un amante secreto. Tenía el hombre un poco de mal genio y ella se quejaba de que nunca fue tierno. La maltrataba a cara descubierta y, a escondidas, alimentaba en ella sueños vanos de un amor irreal, mentiroso.
No seré yo quien diga que la relación entre ellos vaya a acabar mal, pero debo confesar mi inquietud porque una y otro vienen de emparejamientos anteriores tempestuosos. Desde que la conozco, hace ya muchos años, Mari ha sido siempre mala eligiendo amantes. El primer novio acabó alcoholizado y recogido por sus padres después de unos años de disparates sin tasa. Después se casó con un militarote de tres al cuarto, enano acomplejado que desahogaba sus frustraciones quemando munición y maltratando a la tropa. En los ratos que le quedaban entre arrestos, desfiles y calabozos, el hombre propinaba una paliza a la pobre Mari. Finalmente, ella escapó de la muerte huyendo al extranjero después de años soportando golpes y humillaciones.
Así es mi amiga, una mujer valiente, pero incapaz de prejuzgar, guardar rencor o aprender de la experiencia. Ella siempre ha sido un poco cabeza loca. Tal vez por eso, recién rebasado el medio siglo de vida, se ha ido a ennoviar con uno que niega la existencia de la violencia machista y que dice que la paz en el hogar pasa por el respeto mutuo, algo que empieza porque en casa cada uno conozca y cumpla el papel que tiene asignado. Supongo que eso del papel que cada uno tiene asignado es lo que mi amiga Mari llama las líneas rojas que soliviantarían a su rústico. A pesar de la confianza que nos une, no me atrevo a preguntarle cuáles son las líneas rojas. O el papel asignado, aunque lo imagino.
Pobre Mari, tan libre de ideas, tan moderna, y verse a estas alturas de la vida sometida a líneas rojas y papeles asignados. Pascal dejó dicho que el corazón tiene razones que la razón no entiende. Las únicas razones del corazón son las emociones. Y eso es lo que, sin lugar a dudas, guía los pasos de mi amiga Mari de un tiempo a esta parte. Lo malo es que las batallas entre las emociones y las razones suelen ganarlas las primeras. Pobre Mari, ojalá mis temores no sean otra cosa que las exageraciones de un celoso enamorado.