Una vecina llamó al timbre, ¿qué pasa? preguntó mi madre. Franco ha muerto, dijo Mercedes con cara de preocupación. No lo tenía muy claro, pero por lo visto aquella era una noticia importante. Hoy no vais a la escuela, dijo mi madre. Más tarde vimos a un hombre de orejas puntiagudas gimotear, mientras confirmaba la noticia por la tele. Ese día había muerto el pasado, nada de lo que viniese podría ser peor. No lo fue, aquél fue el principio de una época deslumbrante. Se acabó la caspa y la emigración, volverían los derechos, España dejaría de ser diferente. Si yo seguía el camino de esfuerzo, trabajo y honradez del que me había hablado mi padre, todo iría bien, llevaría una vida digna.
Eso hice, eso hicimos las y los nacidos en los sesenta, esforzarnos, prepararnos, convertirnos en gente de provecho, en buenos profesionales responsables aprendiendo de quienes nos precedieron. Nadie podría robarnos el futuro, como hicieron con generaciones anteriores. En pocos años se erradicarían el paro y el cáncer, los coches volarían, se acabarían la obesidad y la calvicie, nos iríamos de vacaciones a la Luna y de la guerra sólo hablarían los libros de historia. No volveríamos a ver a niños esqueléticos muriéndose de hambre en África. Tembló la muralla y acabó por ceder, la guerra fría se congeló del todo, el oscuro y genocida siglo XX había terminado.
Casi hemos agotado el primer cuarto del nuevo siglo. El futuro es ahora y este mundo ha cambiado sí, pero no era esto lo que soñé, cada día me siento más estafado. Ahora, a lo lejos, cada vez más cerca, se vuelven a escuchar tambores castrenses que justifican la muerte. Suenan trompetas imperiales y la estupidez nacionalista, divide el paisaje con bandos y banderas. Se puede manipular con impunidad cuando la gente sólo piensa en fútbol, cuando la gente es fashion victim. Etnias, religiones y lenguas se usan como arietes contra pueblos analfabetos funcionales, grasientos y adocenados, cada vez más gregarios, cada vez menos críticos, cada vez más desclasados.
Desmemoriados, vivimos en un estado de permanente frivolidad, cada vez más egoísta. ¿Más? No me podía imaginar que la estupidez se impusiera como forma de vida, que el talento ya no significase nada. Todo lo que antes dependía del ingenio, requería esfuerzo, ahora está a un clic, la informática obra milagros. Los consejos que me dio mi padre sobre el trabajo, el esfuerzo y la honradez, ya no sirven para nada. Ya no existen los oficios, todo el mundo sabe pulsar botones. Por eso todo el mundo es fotógrafo, todo el mundo es periodista, todo el mundo es psicólogo o maestro pastelero como mi padre, todo el mundo lo sabe todo, lo dice Wikipedia. Con mirar un tutorial en YouTube y se puede escribir El Quijote. Asesinado el talento y el esfuerzo, los mediocres triunfan, siempre lo han hecho, pero ahora lo hacen sin complejos, con orgullo, alardeando, sin dejar un hueco para el ingenio. Lo copan todo.
Ahora existe el “talento de copiar” del “remake” (cuánto les gusta el inglés a los que no saben expresarse en castellano). “Versionar” lo que fue un éxito es fácil; corta pega, empalma y llámalo tributo, homenaje… que canta menos, “fusila” el original. Para qué arriesgarse con algo nuevo, para qué inventar, para qué sirve la creación. Todo está tirado, sin esfuerzo, todo gratis, todo ya. No hace falta saber música para ser “músico”, basta con llamarle DJ a los pinchadiscos, cantantes a los que no tienen voz ni oído.
El cine es el desierto de Gobi producido por niñatos, mercaderes refractarios a todo lo que sea nuevo ¿Qué va a ser de Hollywood cuando se les acaben los comic de Marvel? ¿Por qué los premios literarios los ganan los que salen en la tele? Lo único que importa hoy es el éxito, los rankings, cueste lo que cueste hay que triunfar, hay que tener fama, no prestigio. Los adjetivos se golpean precipitada y gratuitamente, todo es icónico, todo mítico... El talento, siempre escaso, está más infravalorado que nunca. El prestigio, el trabajo bien hecho, no da dinero que es lo único que importa. Por eso ya no hay albañiles, ni mecánicos, ni ebanistas, por eso desaparecen las ferreterías y droguerías, por eso el pan es precocido.
Lo que está pasando es la muerte de la inteligencia, el triunfo de la necedad. Vuelve la fanática sinrazón de los dogmas de fe, la superstición, la oscuridad de la ignorancia. Vuelven los mesías, los iluminados, los amados líderes, los que ponen las cosas en su sitio. Yo creí que el siglo XXI sería el de las luces, pero se está volviendo tenebroso. No parece haber herramientas para combatir las burradas paridas por anormales con millones de seguidores. No sé si volverá a su sitio el péndulo, no sé si lo que está pasando es reversible.
Todo cambia para nada.
¡El futuro es un timo!