Hace años el periódico para el que trabajaba me mandó a cubrir unas elecciones generales a Marruecos. Treinta y tres partidos concurrían en unos comicios en los que todo estaba controlado. Su graciosa majestad, los caciques de pueblo y el Majzén (las doscientas familias propietarias del país) lo tenían todo atado y bien atado en un régimen con apariencia de democracia. En las aceras de Rabat, los vendedores de periódicos colocaban su mercancía; todos los periódicos o casi, eran el órgano de expresión de algún partido político, no había prensa independiente. Pensé que Marruecos estaba muy atrasado y que en España no había prensa de partido.
Los tiempos cambian y la independencia deslumbra por ausente. Hoy en España una parte sustancial de los medios de comunicación actúan, todos a una, en cuanto el flautista de “Hamelín” hace sonar su instrumento. Todos le siguen a donde sea, usando los mismos argumentos falaces, los mismos tics y la misma lógica, con titulares propios del diario “LA BOLA” (el rotativo que nos informaba del paradero de Mortadelo y Filemón). No se molestan en maquillar el argumentario, en deshacer las frases hechas. Cortan y pegan, algo muy común en estos tiempos de Wikipedia y pobreza, que no economía del lenguaje.
El flautista toca “tenemos más votos, gobernamos nosotros” y todos bailan haciendo que las calculadoras echen humo ante un imposible. Saben que por mucha creatividad contable que tengan, las cuentas no salen. Toca la melodía de o “nosotros o Puigdemont”, y ala, a repetir la consigna como hacen los sargentos chusqueros. Sin ponerla en boca de nadie, la replican una y otra vez en forma oral y escrita, como si fuese el fruto de un sesudo estudio lleno de pruebas irrefutables. “El coro de grillos que canta a la Luna” se pone en marcha a la señal convenida. Siempre están de guardia, siempre indignados, llaman derecha a la ultra derecha y centro a la derecha rancia, blanquean de maravilla el gris marengo hasta convertirlo en gris perla.
Un ejército de tertulianos, formado por “comunicadores” especialistas en folklóricas, cuernos y cotilleos, “periodistas” que actúan de pregoneros, políticos defenestrados y cantantes de baja estofa y cabeza añeja, se erigen en guardianes de la verdad y la moral pública. España se hunde, es un hecho, a no ser que lleguen sus salvadores. Ellos lo saben bien, son sus disciplinados defensores, la infantería en vanguardia.
Atacando con teorías apocalípticas propias de H.G. Wells, son traductores simultáneos que saben como nadie, que lo que quiere pueblo es… como si ellos lo supieran, como si ir de tele en tele, de radio en radio, fuese estar en contacto con la realidad. Es de suponer que la información privilegiada que manejan la obtienen en los taxis, entre tertulia y debate. Hoy más que nunca, las fantasías se convierten en noticia, las opiniones en realidades y las ocurrencias en verdades.
Reyes del trampantojo, acuñan la “movilidad exterior” en lugar de emigración de los jóvenes a Alemania, “libertad” en lugar de tomar cañas, “el timo ibérico” en lugar de un mecanismo para que las eléctricas no nos chupen tanta sangre, “filo etarras” o “bolivarianos” a todo aquel que no comulgue con sus ruedas de molino, “progre” a cualquier ciudadano que albergue un deseo de cambio, de progresar.
Compañeras ratas del periodismo: nuestra existencia tiene sentido si nos metemos en las cloacas, justo donde no nos llaman, y contar con pelos y señales lo mal que huele la podredumbre, venga de donde venga, no para perfumarlas. No para seguir la música de ningún flautista de laboratorio de ideas. No para defender las trincheras que rodean el castillo. Somos una plaga que debería esforzarse en buscar el camino de la verdad. No somos escuderos de los caballeros que cabalgan a lomos de don Dinero.
¿De verdad hay quién se asombra de que el periodismo esté herido de muerte? A los youtuber y tictoquer les va muy bien arengando a las masas, como los curas en su púlpito. No hay diferencia entre ellos y muchos llamados periodistas, perros sin collar, voceros, propagandistas, vendemotos, pitonisas sin bola, analistas del futuro a posteriori, traficantes de palomas y chisteras.
Marruecos es una dictadura, los medios informan de lo que quieren sus amos. España es una democracia, pero empresas ajenas al periodismo se han hecho con la mayoría de medios de comunicación. Estos sirven a sus intereses. Algún director vetusto dice que la “izquierda mediática” manipula la información.