Por aquellos años, había en Fuentes, que yo recuerde, dos esparteros. Uno tenía la espartería en la calle Mayor, entre la casa de Bordoy -sastre de profesión y saxofonista de la banda de música que, bajo la batuta del maestro Campuzano, amenizaba las tardes de nuestros domingos veraniegos en el paseíto la Arena, paso doble va paso doble viene- el taller del maestro Guerrero (Zoplaguizo) y enfrente de la tienda de Paco Ramos. En la fachada del establecimiento tenía colgados, bien a la vista del público, serones para los borricos de los arrieros como Navajilla y Agapito de la calle el Bolo, espuertas y esportones para uso de albañiles y agricultores en la recogida de las aceitunas, las habas, los melones, etc.
Tenía también este espartero canastos para que las amas de casa pudieran ir al mercado, alimentarios como el de Manuel el Matildo, pero nuevos, capachos para los molinos de aceite, capachas que estaban compuestas de dos piezas que encajaban la una en la otra y que eran el equivalente a los tupperware de hoy. Tenía sogas de esparto o de pita para cosas tan prosaicas como sacar agua del pozo, hacer columpios, arreos de las bestias o saltar a la comba, aunque también había de vez en cuando alguien que las usaba para fines más macabros, lo que hacía decir al ciego de Lázaro de Tormes que eran tan mal manjar, que ahoga sin comerlo. Las sogas no sé si las hacía él o las compraba hechas.
En la confección, puramente artesanal, de todos los artículos que se vendían en las esparterías entraban tres elementos principales: el esparto, como es obvio, la palma y la pita. Esparto creo que por Fuentes no se criaba y seguramente vendría de fuera, palmares había en el término de Fuentes para dar y vender y pita también había algo. Los serones se confeccionaban trenzando las fibras del esparto y luego cosiendo estas trenzas en la forma conveniente mediante unas agujas especiales de unos veinte o treinta centímetros de largo, según el tamaño del serón, y como hilo se utilizaba tomiza de palma o jilillo de pita. En la confección de espuertas, canastos, capachos, alimentarios o capachas se utilizaba la palma casi exclusivamente. Primero se hacía una tira de pleita más o menos larga -no sé si queda mucha gente que aún tenga esta habilidad- y después, con tomiza también de palma, se cosía la tira de pleita dándole la forma del utensilio deseado. Para hacer pleita y tomiza se requería una gran habilidad y resistencia en los dedos.
En Fuentes, todos los chavales sabíamos hacer tomiza y pleita, pero una cosa era hacer un metro de tomiza para sujetarte los pantalones si se te rompía el cinturón o un palmo de pleita para hacer una jonda y otra muy distinta, hacer metros y metros para la fabricación de los artículo de espartería. Yo tenía un amigo, Guillermo, que para que le diesen los cinco reales que valía el tebeo de la semana estaba obligado a hacer tres madejas de tomiza de treinta y tres metros cada una. Luego la vendían al espartero de la calle mayor al precio de catorce reales cada una y éste las utilizaba para coser los utensilios que de su tienda. No sé si las tiras de pleita también se las suministraban hechas. En todo caso, este espartero, además de la función artesanal, también ejercía la comercial mediante una moderada especulación con el trabajo ajeno y llevaba una vida bastante pasable. Ignoro sus circunstancias familiares, pero en este aspecto no tengo noticias de que la vida le jugara ninguna mala pasada.
Había otro espartero que tenía el taller en un cocherón del Postigo, unas casas más abajo de la tienda de Cecilio. Entre espuertas, serones, capachos y otros utensilios, estos dos hombres y sus respectivas familias iban tirando hasta que el negocio entró en crisis. Una tarde apareció por el pueblo el arriero Agapito, de la calle el Bolo, con botas camperas recién lustradas, pantalón tejano muy ajustado y montado sobre un Isocarro. Había vendido los borricos y se había comprado el citado artefacto.
Después fue Navajilla y luego los otros arrieros los que fueron deshaciéndose de las recuas de borricos. Los tractores sustituyeron a los mulos y empezaron a fabricarse espuertas de goma y los materiales sintéticos como la ráfia y otras cosas fueron sustituyendo a los canastos de palma. Fue el final de los esparteros, lo mismo que el duralex y los platos de plástico acabaron con los alfareros. Con lo bien que sabía un cachillo de tortilla o de queso picante que los mayores, al volver del tajo, traían en la capacha o un gazpacho machacao en un plato barreño y con agua del botijo también de barro.