Lo mismo que la historia de la literatura tiene a Don Quijote, la historia de la televisión tiene a Don Cicuta. Igual que la pluma de Cervantes creó El Toboso de Dulcinea, la escaleta de Chicho Ibáñez Serrador engendró el Tacañón del Todo de don Rácano. Eran los tiempos de la televisión en blanco y negro, de cuyos tubos catódicos emergían, como de las simas insondables de la España sombría, los protagonistas del programa “Un Dos Tres, responda otra vez”. Eran los últimos coletazos del franquismo, del ajuste económico de los tecnócratas del OPUS en los años 70 y Fuentes acunaba, por primera vez, el sueño de que alguien pudiera hacerse rico participando en un concurso televisivo.
Andaban soñando Luisa de las Tortas y Dolores, que vivían en la casa de vecinos de la plaza Abajo, lo mismo que Salud y Maudilio. Igual que Matilde Malaspatas. Todas ellas iban a ver el “Un, dos, tres, responda otra vez” a la casa de su vecina Antonia la del Potro, la única que había logrado, no sin grandes esfuerzos, comprar un televisor. Lo malo fue que cuando ya lo tenía en casa salieron unas pantallas de plástico con bandas horizontales que coloreaban las imágenes en blanco y negro. Imposible entramparse otra vez para adquirir uno de aquellos plásticos azules, rojos y verdes.
Además, no convenía pintar de colorines la figura de Don Cicuta, de luto riguroso -sombrero de copa incluido- cascarrabias, avariento hasta la miseria, guardián de las esencias patrias, antipático, altanero y roñoso. Vestido como un enterrador del siglo XIX, Don Cicuta era la encarnación de la peor España. Enfrente, el “Un dos tres, responda otra vez” presentaba al argentino Kiko Ledgar -sustituido después por la cubana Mayra Gómez Kemp) la España generosa, abierta, alegre y moderna. La España que podía soñar con poseer un apartamento en Torrevieja o hacerse con las llaves de un Seat 850.
Los sueños no alimentan, pero alivian los dolores de barriga que produce el hambre. Tal vez esa combinación de las dos Españas, la nueva contra la vieja, fuese la clave del éxito del programa inventado por Ibáñez Serrador en 1972, que permaneció 24 años en la antena de TVE y que tuvo encandilado a todo Fuentes. Era todavía el Fuentes de la copa de cisco debajo de la mesa camilla, de la fiebre de la emigración, estrecha, pacata y campesina, aunque cada vez más, el Fuentes de la ambición de la libertad, el de los fontaniegos dispuestos a darlo todo para dejar atrás las penurias y salir al paso del futuro tantas veces aplazado.
Como en un espejo retrovisor, en la pantalla del “Un, dos, tres…” los fontaniegos veían cómo iban quedando atrás los lutos rigurosos, las admoniciones de los curas y las represiones de Don Cicuta. El regocijo era general cuando el cicatero, nacido en el imaginario Tacañón del Todo, no lograba imponer sus reglas severas de castellano viejo. La derrota de Don Cicuta en su cruzada contra el libertinaje, contra el dispendio y contra todo lo nuevo era un mensaje que calaba, de manera casi imperceptible, en aquel Fuentes deseoso de sacudirse las telarañas del pasado. Don Cicuta era el malo y los malos, ya se sabe, son como la sal en la comida fontaniega.
Telarañas que imponían el cumplimiento de un luto riguroso a los familiares de un fallecido: un año con la televisión y la radio apagadas. Las viudas no salían a la calle durante años y ni por asomo pisar la feria el reto de sus vidas. Los niños veían la televisión, los pocos que tenían, encerrados en un cuarto, a escondidas. En contrapartida, aquel Fuentes era solidario. Salud la de Maudilio recibía los pollos, leche y huevos que le traía de su casilla Pepito Ramírez “Garrote".
Cuando las vecinas de la plaza de Abajo veían el “Un, dos, tres…” sumergidas en una economía autárquica basada en el yo me lo guiso, yo me lo como, en los estudios de la NBC trabajaban a destajo para lanzar la serie "La casa de la Pradera". Acostumbrados a una única cadena de televisión, TVE, la llegada del UHF, aunque fuese con las imágenes llenas de puntitos por culpa de las interferencias, hizo que los españoles se sintieran protagonistas de una de las máximas cumbres del avance tecnológico. Con la televisión en UHF, España ya había alcanzado la modernidad y no tenía nada que envidiar a los países más avanzados del mundo. Y eso ocurría todos los días en la casa de Antonia la del Potro.
Aquellos días era común ver a Miguel el Guardacoto montado en el tejado tratando de orientar la antena, ahora para Huelva, ahora para Sevilla, prueba para Cádiz, no, para Córdoba. En el periódico, el ministro de Información y Turismo Manuel Fraga decía que la UHF era lo más de lo más, pero a Fuentes la señal venía cuando le daba la gana y como le daba la gana. Algunos pensaban que la causa de aquellos problemas técnicos era que los aparatos habían sido comprados a plazos. Tal vez por eso las emisiones también llegaban en forma de incómodos plazos. Los ricos seguro que veían el “Un, dos, tres…” sin cortes.
La televisión no la trajo Fraga, como proclamaba la propaganda del régimen, sino el canciller socialdemócrata Willy Brandt, que gobernaba Alemania cuando más remesas de dinero mandaban los emigrantes a Fuentes. Willy Brand o Pierre Messmer, el presidente francés de la época, que permitía los trabajos de los temporeros en la vendimia. De fiao o mediante los pagos acordados con el ditero se podían adquirir comida, una plancha o una olla exprés, pero un televisor o una lavadora sólo estaban al alcance de los ricos de Fuentes o de los emigrantes que venían de tarde en tarde con la cartera llena de marcos duramente ganados en las fábricas de Alemania. A toca teja era una experiencia aún inédita en la cultura fontaniega.
Hace 20 años desapareció el “Un, dos, tres…”, aunque ha quedado como un lugar de la nostalgia. Todavía recuerdan muchos en Fuentes a la Ruperta o a la Botilde. Y a Don Cicuta, por supuesto. Puede que crean las antigua vecinas de la plaza de Abajo que Torrevieja está lleno de concursantes del “Un, dos, tres...”. Con el tiempo, ellas comprendieron que Don Cicuta, interpretado por el actor Valentín Tornos, era mentira y que pasar de la España gris y pobre a la España de color exigió mucho más trabajo que participar en un concurso televisivo. Pero entonces era un sueño y ya se sabe que los sueños, sueños son.