Diego el Comelón tenía una taberna en la plaza de María la fresca, pero su verdadera pasión era la cuelga del pájaro. Tan obcecado estaba con la afición de cazar perdices, que una vez fue a colgar el pájaro y cuando dijo de volver a Fuentes no sabía dónde había aparcado el coche y tuvo que recorrer medio término municipal para encontrarlo. Su vida era colgar el pájaro y su taberna, una escuela de cazadores con reclamo donde el único lenguaje que se hablaba era el de los pajariteros. Que si canto mayor, que si canto de embuche, que si cuchicheo, que si piñones, que si picheo, que si ... Vamos, que en la taberna de Diego Comilón había que andar poco menos que con un diccionario en la mano para entender los manejos de aquellos maestros perdigoneros.
En una noche oscura del mes de febrero de 1977, sábado por más señas, los hermanos Chico y Rubio Monumento, reían de aquella vez que Diego el Comelón no supo dónde había dejado el coche. Tan cegado iba con poner el puesto. Mientras los Monumento reían, en la 1 de TVE ponían la película "Río Bravo". El bar de Diego era rectangular, con puertas de cristales y una protección de hierro corrediza. Las mesas y sillas eran amarillo muy claro, con reposabrazos negros. El suelo era gris y blanco, el mostrador oscuro a todo lo largo del rectángulo, las paredes de azulejos blancos. El bar tenía trastienda y, subiendo unas escaleras, estaba la vivienda suya. El local había albergado la tienda del Tío la Maleta. A parte de tabernero, Diego Comilón era taxista con un R-12 y un Chrisler. El Citroen Dyane 6 lo tenía para ir a colgar el pájaro.
Uno de los mejores cafés de Fuentes eran los del Comelón. Los cafés de ahora ni en sueños se les parecen. La de veces que habremos soñado algunos con aquel aroma del café de Diego mezclado con las emanaciones que salían de las tarrinas de Tulipán pidiendo a gritos un mollete en el que untarse. Las tabernas de entonces no sólo olían, también sabían. Existían un olor y un sabor a taberna, que evolucionaba al paso de las horas que iban dando los relojes de péndulo que solían colgar de la pared más visible. No hacía falta mirar el reloj para saber la hora. Que olía a café, a mollete tostado y a Tulipán, alrededor de las nueve de la mañana. Que olía a matalahúva y sabía a aguardiente, sobre las 10. Que a cerveza y calamares fritos, sobre las dos. Que a vino y carne con tomate, sobre las ocho de la tarde... Antes de que inventaran el Tom Tom, los aromas taberneros guiaban al parroquiano.
Diego venía de buena escuela: dejó la cocina del casino de los señoritos antes de abrir taberna propia. ¡Pues no eran exigentes los que abrevaban en el casino de la calle Mayor!. La mujer de Diego era Mari Carmen y sus dos hijos mayores, Diego y Paco. Posteriormente tuvieron otros tres. Tan embebido estaba Diego de su afición que convirtió su taberna en una exposición permanente de perdices dentro de sus jaulas. Esa es otra cosa que se ha perdido para siempre en los bares de Fuentes. Ya nadie, o casi nadie, cuelga pájaros en las paredes. Debe de haber pasado de moda o puede que sea políticamente incorrecto o quizás que sanidad no deje, vaya usted a saber. Lo cierto es que el piñoneo (canto breve del perdigón) adornaba las mañanas de la taberna. Otras veces, el Comilón sacaba un pájaro al sol colgando una jaula en la fachada del bar. Si el perdigón daba una serenata, los entendidos decían que era un pájaro "balconero".
El extenso diccionario fontaniego de la caza con reclamo aconseja usar las voces "caza del pájaro" o "cuelga del pájaro". Tú no eres de Fuentes si dices que este enero has estado cazando con reclamo. Entre el 15 de enero y el 15 de febrero es el periodo en el que se practica esta modalidad de caza. En ese tiempo, la taberna de Diego el Comilón era un hervidero de aficionados. Por supuesto, presumiendo de tener el mejor pájaro de Fuentes, de la comarca, del mundo mundial. No se hablaba de otra cosa y a los chavales que cazcaleábamos por allí jugando a las máquinas de las bolas se nos encendía la imaginación intentando saber qué querían decir cuando decían que una perdiz cañamoneaba o que un perdigón le había salido mochuelo. Alguno iba más lejos aún y decía que su pájaro tenía una chaquetilla corta. Otro aseguraba que el suyo maullaba cuando entraba en celo.
Colgar el pájaro no sabe cualquiera, qué va. Es un arte o, a menos, una maestría. Perdigoneros había muchos, pero maestros, pocos. A los malos cazadores o a los que no observaban las reglas les llamaban despectivamente "cuclilleros". Lo primero y más difícil es tener un buen pollo de reclamo, que al tercer celo ya se sepa es bueno o malo. Con suerte, un pajaritero saca dos o tres pollos buenos en toda su vida, aunque siempre presumirá de haber sacado infinidad de ellos. A un pollo bueno se le pueden matar en el mes que dura la caza unos 18 machos. Consiste en el reclamo del pollo macho, para que acudan otros machos a ese territorio en busca de la hembra para quitársela al que está reclamando.
En la taberna de Diego se juntaban todos o casi todos los buenos perdigoneros, entre los que estaban Ángel el Ligero, Francisquito el Ligero, Monichi, el Pato el Ligero, el hermano de José María el de los polos, Fernando Segundo y su suegro Fernando, el Pirujo, que trabajaba en la luz, el Rubio el Monumento, el Pompo de la calle Zajarilla, Cochovito de la calle Lora, Antonio Corzo, Cristobilla Marta... También eran maestros en la cuelga del pájaro Pepe el Cheliyo, el Tranco, que tenía mucha habilidad para hacer jaulas de perdiz, López, que vendía iguales con un carrito en la plaza. La casa de este último parecía un museo de pájaros y su hijo, Pedro, ha sacado su misma afición. Otro era Paneto, que tenía el bar Pilar en el pilarillo antiguo.
Como en otros bares se hablaba de la temporada del torero de moda, de los chutes de Gento o de Amancio, aquí todo giraba en torno al pájaro. Pocos los llamaban perdiz o de perdigón, sino simplemente el pájaro, dando por sabido que no podía haber otro pájaro. Alrededor de "el pájaro" giraba el mundo y su canto era la fuerza de gravedad que lo empujaba. Para el que no lo haya vivido es difícil imaginar la capacidad hipnótica que el canto del pájaro ejercía sobre aquellos hombres.
Como maestros que eran, se sentían en la obligación de enseñar con sabios consejos. El reclamo había que ponerlo diez o quince pasos del aguardo y no echarle demasiada maleza tapando la jaula. El pájaro tiene que ver. Si el sitio es cerrado, con el puesto en un claro, no conviene poner el reclamo cerca de árboles porque el movimiento de las ramas pueden asustarlo. Nunca poner el reclamo en un barranco. El pájaro debe sentirse dominante, por lo que debe estar en un terreno algo elevado. Había que buscar un puesto alto en la tarde y bajo en la mañana porque la perdiz tiene el hábito de subir a las partes altas del monte por la tarde, mientras que al alba baja a las siembras. Lo que nunca desvelaba un cazador era el lugar en el que iba a colgar el pájaro.
Es difícil tener un pollo bueno y lo común es que dé mucha faena criarlo y conservarlo. En aquellos años, un perdigón bueno podía costar 20.000 pesetas (120 euros). Un buen ejemplar puede valer ahora unos 600 euros, por lo menos. Los soberaos de Fuentes eran los lugares elegidos por los aficionados para criar pollos. Algunos tenían muchísimos, pero ninguno salía bueno. Eso decían siempre. Por eso salían a los pueblos de los alrededores a buscar pollos mejores. Diego murió en febrero de 1990 con 44 años.
Hubo un maestro escuela en la Puerta del Monte muy aficionado a la cuelga del pájaro. Le llamaban don Francisco, pero los niños más guasones lo bautizaron como Maestro Perdigón porque una mañana se acercaron dos cazadores a su clase, por la parte de detrás, por donde podía abrir la ventana y ponerse a charlar. En ese momento estaba mandado a los niños hacer un dictado y cuando vio a los dos amigos cazadores, Don Francisco, cambió de planes y mandó copiado. Y se puso a charlar de perdigones con los amigos.