Musulmanes y animistas, mayoritarios en estas tierras, se congratulan de la celebración del cristiano Día de los Difuntos. En Guinea Bissau, además de llevar flores a los familiares fallecidos, la gente sale a la calle con velas, cantando un divertido Ave María que ayer Fatumata, musulmana, me cantó de principio a fin. También bailan, comparten y celebran. Marta me recoge para dirigirnos al cementerio a celebrar el Día de los Difuntos. No esperaba que las flores fueran de papel, probablemente se deba a la escasez de flores naturales en Bafatá. Marta, sus dulces hermanas pequeñas y yo peregrinamos con grandes coronas de flores de papel hacia el cementerio de Bafatá.

Al entrar, observo un océano de tumbas encaladas y, al fondo, un escenario de paredes hechas con alargadas hojas que acogerá la misa que está a punto de celebrarse. Al pasar al cementerio, Marta y sus hermanas se dirigen hacia la tumba de sus familiares. Primero posan las flores, después es el turno de las velas. Cuando el ritual finaliza, avanzamos hasta colocarnos frente al escenario donde va a celebrarse la misa. Una amiga de Marta coloca un trozo de tela con estampado de Tarzán para que me siente sobre una de las tumbas.

Huele a incienso y a vela consumida. Suena el viento y las hojas secas a la pisada de los zapatos que hoy muchos estrenan. Suena también el gallo, que advierte del momento santificado; suenan las voces agudas que proyecta el coro desde el natural escenario, y también las que tímidamente, a mi lado, susurran las mismas canciones. Suena el fuego de las velas que prenden sobre las tumbas de cal y tierra; y suenan los pájaros, que cantan embelleciendo con sus melodías los rezos de los creyentes.

Un hombre reza durante la misa

Veo colores vivos en las artificiales flores que presiden las lápidas y veo colores muertos en los oscuros vestidos de las viudas. Unos aguantan la misa en pie, otros descansan en las plastificadas sillas o sobre las tumbas. Unos con la cabeza gacha, apoyada sobre una de sus manos, mientras otros permanecen con la mirada perdida y rosarios entre sus dedos. Veo niños, jóvenes, adultos y ancianos unidos por el sepulcral silencio. Las únicas que no callan son las cabras, que emiten berridos en respuesta a los invisibles gallos.

A lo lejos, unos niños de desgastadas ropas se asoman al cementerio desde las alturas de sus muros. Otros pequeños seres de edad similar, con mejores ropas y más comedidos, los observan desde una de las florecidas lápidas. Las hormigas también participan del ritual religioso, y hasta las hojas marchitas parecen rezar en su bajo vuelo. Poderoso dios cristiano o musulmán, que a esta gente bendita un día congració con su talante, su alegría y sus ganas de vivir. Si no fuera por su fe, respetuosa y tolerante, no sé qué sería de Guinea Bissau.

Locos por el fútbol

Si hay una actividad que apasione por igual a los bafatenses es el fútbol. Las discotecas están vacías los sábados de madrugada, pero los campos de fútbol permanecen abarrotados todos los domingos. Aquí todos son aficionados de un equipo común: el Sporting de Bafatá (donde jugó el padre del futbolista del FC Barcelona, Ansu Fati). El Sporting es el equipo que juega en la liga de Guinea Bissau. Pero hay otra liga regional en la que equipos de barrios luchan por la victoria. Y hoy es el día de la final.

El campo se encuentra atestado de gente, hombres en su mayoría. No hay gradas, los aficionados disfrutan del partido sentados contra los muros. No cesa la entrada de vendedores en el campo, que ven negocio en los calurosos eventos deportivos. Venden agua, por supuesto, cacahuetes, coco… En uno de los laterales del campo de muros de cemento se encuentran los banquillos de los equipos. En medio de ellos hay una carpa que protege del sol a los altos cargos que han venido a representar y disfrutar del fútbol. También hay un espacio reservado para los periodistas.

Palco de representación improvisado en el campo de fútbol de Bafatá

La presencia policial me da mala espina. Antes de salir de la radio, Aissatu me ha recomendado que salga del campo unos minutos antes del partido, ya que los aficionados de ambos equipos pueden ponerse violentos. Al parecer, los agentes de seguridad de Bafatá también lo saben. Visten uniformes negros o de camuflaje, con el escudo de Guinea Bissau, muchos de ellos con sus caras tapadas. Látigos y porras aguardan en sus cinturas el comienzo de los altercados. También es cuantiosa la representación de Cruz Roja. Al menos 20 sanitarios, con chaquetas decoradas con la reconocible cruz roja en sus espaldas, comienzan a llevar su material hasta su puesto de guardia, situado junto a los periodistas.

Los jugadores comienzan a calentar. A nuestra derecha, los chicos de Sampdoria, con camisetas rojas; a nuestra izquierda, de azul, el Palhota. Rugui aclara el contexto: “El Sampdoria siempre gana la liga, pero el Palhota tiene mucho mérito. Es un equipo nuevo, esta es su primera liga y han llegado a la final”. En principio, nadie parece confiar en los azules. Empieza el partido como cualquier enfrentamiento europeo. Los dos equipos hacen el paseíllo hasta el centro del terreno de juego con los árbitros entre ambos.

A mi alrededor hay más estímulos de los que mis sentidos pueden asumir. El partido se desarrolla frente a mis ojos con la constante presencia de los profesionales de Cruz Roja, que salen en intervalos de no más de diez minutos a atender a los jugadores heridos. Se ve que el suelo de tierra es doloroso. A mi derecha, un señor de túnica y pañuelo estilo saudí, con reloj y apariencias de jeque, llega triunfal al particular palco bafatense. A mi izquierda, una multitud presidida por una enorme pancarta en apoyo al Palhota llega cantando y bailando, con tambores y haciendo ruido con cacerolas. Traen también petardos con estridente sonido que hacen explotar cada cierto tiempo. No hay orden ni demasiada seguridad, a pesar de los agentes encapuchados. El ambiente es de locura y diversión.


Tras el comienzo de la segunda parte comienza a hacerse de noche. El partido debía comenzar a las 16:00, pero lo hizo con 40 minutos de retraso. Sigue cero a cero, si continúa así hasta el final, la prórroga y posibles penaltis tendrán que jugarse la semana que viene. Algo que comienza a poner nerviosos a los entrenadores y a parte del público. “Va a oscurecer dentro de nada, no pueden jugar de noche”, aclara Rugui. El primero que se acerca a los organizadores de la liga para presentar sus quejas es el entrenador de los Palhota. Su enfado es palpable.

El ambiente en la zona donde se encuentran los organizadores, nuestra zona, es tenso, pero no en el resto del campo. A lo largo y ancho del extenso espacio, los aficionados del Palhota continúan bailando y cantando efusivamente, sin rastro de violencia, siguiendo el paso de la pancarta que le dedican a su equipo. En Bafatá, los partidos de fútbol son eventos multitudinarios e intergeneracionales, se viven con pasional emoción. Todos visten las camisetas de sus equipos y corren al campo a animarlos. Los bafatenses son unos locos del fútbol. Como en España, pero sin alcohol.

Una graduación de propósitos reformadores

Amanece otro día de fiesta en Bafatá. La ciudad, de 30.000 habitantes aproximadamente, estará hoy decorada con globos y tartas en cada calle. Hoy es la graduación de los “finalistas” (en Criollo), los alumnos que finalizan sus estudios en el Liceo Regional Hoji Henda de Bafatá. Considerando que se gradúan al menos 350 personas, parece lógico que prácticamente todos los trabajadores de la radio estén invitados a la fiesta de algún finalista.

Con una hora de retraso, Aissatu me recoge en taxi en la radio para ir al Centro de Formación Domingos Ramos, donde se celebrará la graduación. El centro, a las afueras de Bafatá, es el lugar donde se forman los profesores. Rebasamos el muro que protege el alargado edificio accediendo a un patio exterior lleno de sillas ocupadas por los familiares de los “finalistas”. Con un toldo sobre los asientos, los familiares están obligados a esperar sentados fuera de la sala donde se celebra el acto, al ser demasiada pequeña para acoger a tantas personas. Unos acortan la espera echándose una siesta y otros simplemente miran al frente, abanicándose como pueden, suplicando que sus hijos reciban el diploma cuanto antes.

Una de las graduadas mira a cámara

En el interior de la luminosa y rectangular sala, decenas de sobrias sillas negras empiezan a ser ocupadas por los alegres estudiantes, que portan tocas y birretes negros y verdes. Todas las chicas llevan largas y lisas pelucas, extensiones de pestañas y pintalabios. Lucen hermosas, al igual que sus compañeros, que nos saludan atrevidamente. Comienza la ceremonia con los discursos de los representantes de las asociaciones, de la Policía, del Director del Liceo Regional y demás cargos. Algunos merecen la pena. Como el de Aua, en portugués, como la mayoría de ellos, lo cual facilita mi comprensión. Todos los discursos tienen su toque reivindicativo. Todos hablan de patria, igualdad, justicia y evolución.

El más combativo resulta ser el del representante de los finalistas. El alumno pide centros de formación públicos y privados, igualdad para las mujeres, una mejor y más desarrollada educación. Cada petición va acompañada de la reafirmación de sus compañeros, manifestada a través de entusiastas aplausos. Al finalizar las alocuciones, las chicas que custodian la mesa de representaciones alzan las banderas que portan en las manos para entonar el que llaman “himno de los estudiantes”.

Cantan al esfuerzo recompensado y a las amistades forjadas. La seriedad de ellos contrasta con conmoción de muchas de ellas. La mayoría canta mientras ríos de lágrimas recorren sus mejillas. Incluso la chica de la bandera, con gesto formal, deja escapar una gota de sus cristalinos ojos. Hoy, una nueva promoción de jóvenes bafatenses abandona su camino de baldosas amarillas para adentrarse en la incierta y cruda realidad. En España también ocurre cada año, con la diferencia de que estos jóvenes, al igual que hicieron nuestros padres, tienen la enorme responsabilidad de hacer de su país un lugar con esperanza.