En los setenta, mi padre, un maestro pastelero de Granada, decidió montar su propio negocio. Necesitaba maquinaria, un horno, una batidora, una amasadora… Todas eran de fabricación catalana. Barcelona representaba la modernidad para los habitantes de mi barrio. Todo lo moderno, todo lo no cateto, venía de allí. Por aquella época Jhoan Cruyff, debutó con el Barça en un partido contra el Granada C.F. La dictadura se tambaleaba y el sueño colectivo era parecerse a Barcelona, que en muchos aspectos era la capital de una nueva España.

Todos los veranos se veían circular taxis negros con las puertas amarillas, los emigrantes presumían de vivir mucho mejor que en la Andalucía que abandonaron. Mis primas, hijas de alpujarreños, repetían con aire de superioridad la muletilla: ”ah, pues en Barcelona…” Todo lo andaluz les parecía atrasado, chabacano y pobre. Parecían extraterrestres con ese acento tan “fino”, no como el nuestro, de baja estofa. Eso al menos es lo que pensábamos, que no hablábamos bien, no sonábamos como la radio, el cine o la televisión... El complejo de inferioridad con respecto al norte lo fuimos adquiriendo desde la escuela.

Afortunadamente, la transición trajo consigo un gran espejo en el que mirarnos y reconocernos, nos sacudimos los complejos y comenzamos a sentirnos orgullosos de ser nosotros. Exigimos entonces el mismo trato que se le dispensaba a vascos y catalanes, que accedieron a la autonomía casi sin discutir. A Andalucía le costó sangre, sudor y referéndum.

He trabajado media vida para el principal periódico de Cataluña, el nivel de profesionalidad y de exigencia es el más alto que he conocido nunca, conservo grandes amigos. Respeto y quiero a Cataluña, sin admiración no hay cariño. Me entristece ver cómo en los últimos años se ha perdido el seny. Un pueblo tan responsable lleva diez años de parálisis, perdiendo el sentido común. El anhelo de una parte de la sociedad de convertirse en Neverland, sin paro, sin impuestos, sin violencia de género y con lluvia de café en el campo no es una utopía, es una quimera, la felicidad eterna se vende bien.

Por otro lado, la España más añeja, la que huele a ajo y naftalina, también quería rentabilizar el hecho “¡Boicot a Cataluña!”. La histeria nacional-independentista y la nacional-españolera se han consolidado, ambas pillan cacho, se retroalimentan. La una diciendo “Espanya ens roba”; las laboriosas hormiguitas catalanas trabajan con denuedo para sufragar las “paguitas” de las cigarras andaluzas, entregadas al cante y el baile. La otra profetizando lo de siempre, el fin del mundo, “España se rompe”. Son de un raro funcionamiento neuronal, dicen amar por encima de todo a España odiando a una parte de ella.

Algunas de las páginas más ridículas de nuestra historia, a caballo entre Valle Inclán y Francisco Ibáñez, se han escrito en los últimos años. Ahora la inflamación ha bajado, el pueblo catalán lo ha decidido así para desgracia de gaznápiros y apolillados envueltos en banderas con dos bandas rojas o con cuatro y un triángulo azul. Ya hay un nuevo President soso y no nacionalista. Ha ganado las elecciones hablando de chorradas, de educación, de sanidad, de economía (cosas que al catalán medio no le interesan). Esto para algunos no es nada bueno, en río tranquilo no pescan ni españoleros ni catalaneros. Así que, circo, circo, queremos circo, al pueblo pan y patria. En su afán patriótico el ex-ex-expresident de la Generalitat, el hombre que no pudo reinar, deja en ridículo a los Mossos d´Escuadra, a la institución que presidió, al pueblo catalán y a sí mismo.

Hace unos años, la carcunda hispánica “le pasó el cepillo” al estatuto catalán hasta dejarlo en los huesos. Mientras al andaluz, diciendo lo mismo, no le tocó ni una coma. No nos ven como una amenaza, somos dóciles, “si en vez de ser pajarillos fuésemos tigres de bengala”, nos habría pasado la garlopa a base de bien. Ese fue el origen del follón interminable. Para la derecha, la ultra derecha y la ultra, ultra derecha, el culpable es Sánchez (además de ser la vaquilla que mató a Antonio Bienvenida).

Es muy justo el enfado catalán. Pero el sueño de la razón, o mirarse compulsivamente el ombligo, produce monstruos. El partido que decía que “en Andalucía no paga impuestos ni Dios” trata de convencernos de lo mal que funcionan los trenes en Cataluña y tiene razón, funcionan mucho peor que en Andalucía; para que funcionen mal, primero tiene que haberlos. Que le pregunten a los jienenses, almerienses o granadinos, que pregunten en el Campo de Gibraltar o en Extremadura.

¡El "procés" ha muerto, viva el aburrimiento! El sentido común perdido renace, para desgracia de tertulianos de parte. Cataluña tiene mucha cultura e historia, tanta como el resto de territorios, singulares somos todos, incluso los pobres.

Vivan los catalanes, que de las piedras hacen panes y con la patria el ridículo, más o menos como todo el mundo.