La semana pasada me propuse ver en nuevo programa de Broncano en TV 1 después de haber leído y escuchado en tertulias, columnas de opinión y magacines radiofónicos hablar del citado programa y su competencia con El hormiguero, programa que hace más de una década que no veo. Me dije a mi misma tienes que verlo para poder tener una opinión. Aunque ya conocía el trabajo de David Broncano parecía que La Revuelta era lo más. Me terminó de convencer el que me comentaran que había entrevistado a Juan José Millás y Juan Luis Arsuaga.

No pude terminarlo, me quedé dormida, y no sé si lo hubiese visto completo me hubiese convencido. Es verdad que pensé mientras miraba el televisor esperando oír o ver algo que me hiciera sentir que aquello mereciera la pena: estoy vieja, no lo pillo, esto ya lo he visto antes, mucho ruido, palmas y risas que no me hacen reír, que no me alegran oír o que no me hacen pensar que por fin hay un programa en la televisión pública o en cualquier otra que merezca la pena.

¿Por qué escribo esto? Porque pienso que es un síntoma de los tiempos. Interesa solo la cuota de audiencia, el minuto de oro de un programa sobre otro. Si una cadena de televisión emite pensando en la cultura, en el verdadero conocimiento que despierta el espíritu crítico, pero no alcanza los niveles de audiencia que se espera o exigen los patrocinadores, se elimina sin esperar a la reacción del público. Y a otra cosa. Cosa que suele ser algo zafio, con contenidos engañosos y a veces dañando a terceros.

No estoy hablando de la Revuelta, como ocurre en una isla donde se rueda un programa, o algo así, llamado Supervivientes, que finge ser una isla desierta sin serlo y que está perjudicando la pesca y la forma de vida de los pueblos que viven allí. Solo importa lo que produce beneficio económico y de poder, sin reparar en otro, como el buen ocio, la cultura y el crear alternativas a las formas despiadadas del capitalismo al que no vemos alternativas porque así nos lo hacen creer.

Definitivamente la televisión sigue siendo eso que llamaban hace tiempo la caja tonta, ahora unida a las redes sociales donde impunemente se miente al estilo de Trump, negando la realidad, creando un ambiente donde el más listo, en el peor de los sentidos, y desvergonzado puede hacer creer que algo no ha ocurrido o al contrario. Estamos inmersos en un mundo que poco a poco nos lleva a una sociedad distópica si no hacemos algo por cambiarla. Y podemos si nos empeñamos en ello, día a día, buscando alternativas, como dice Alicia Valdés en su libro "Política del malestar".