El otro día tomando un café con mi padre, mientras comentábamos la noticia de que el gobierno español retoma el diálogo con el reino de Marruecos, empezó a rememorar su paso por el servicio militar en el Sáhara. Entre sorbo y sorbo de café fue desempolvando sus carpetas y papeles, de donde emergieron dos insignias y una cartilla del servicio militar con el escudo rampante del águila y el lema de "una, grande y libre". Una de las insignias tiene forma de rombo con una inscripción en forma de volante, la otra una media luna en horizontal en la que se aloja un camello blanco con la insignia del Sáhara. Él, emigrante fontaniego afincado en Barcelona, se alistó en septiembre de 1971.
Mi padre fue destinado al B.I.R nº 1, Batallón de Instrucción de Reclutas, compañía nº 4 situada a 25 km de El Aaiún, en cabeza playa de El Aaiún, constituido en la década de 1960 y que se mantuvo operativo hasta la invasión marroquí del territorio en 1975. Después de explicarme todo su periplo para llegar desde Barcelona a dicho campamento, me explicaba que fue primero en un tren borreguero y después en un avión con cuatro hélices al que al aterrizar sólo le funcionaba una.
Al llegar a aquel territorio inhóspito, la incorporación ya impresionaba: barracones y alambradas, con días de siroco, y capitaneados por unos mandos herederos del golpe de estado español e informados con historias diversas de peligros acuciantes sin saber exactamente en qué boca del lobo eran destinados.
El batallón de instrucción de reclutas era el campamento militar donde los soldados españoles de reemplazo destinados al Sáhara español realizaban su período de instrucción, primera etapa de su servicio militar obligatorio. Ya las primeras semanas les entregaron, junto a su vestimenta de soldado del desierto, un CETME, la herramienta primordial de un soldado español de aquella época. Prácticas de tiro a 100 metros de distancia, que si fallabas los tiros, con una tormenta de arena, terminabas siendo arrestado.
Un día vino al campamento la Legión captando nuevos legionarios, en busca de carne fresca, joven y valiente. Un año antes de su llegada a este campamento, en junio del 1970, hubo un levantamiento llamado "intifada de Zemla". Zemla era un barrio del Aaiún cuyo levantamiento fue provocado por la anexión del Sáhara como una nueva provincia española. El grupo de liberación nacional (previo al Frente Polisario) e impulsado por Sidi Mohammed Bassiri y Harakat Tahrir, fue disuelto y reprimido por una compañía del Tercio de la Legión española, la cual abrió fuego contra la manifestación. Varios saharauis fueron asesinados y Basiri fue apresado, del cual nunca más se supo.
La pobreza en el entorno del campamento era brutal. Un día, haciendo guardia por los alrededores, vio a gente mayor tirada en la arena. Los más jóvenes se acercaban al cubo de la basura de los soldados buscando algo que llevarse a la boca. Mi padre vio a una mujer mayor inmovilizada en la arena y cogió un mendrugo de pan que tenía para dárselo. Pero no pudo porque su superior le abroncó diciéndole que si lo volvía a hacer sería arrestado.
Todo esto me hizo recordar otra revuelta acaecida en mi ciudad natal, que ocurrió sobre el 1909, la llamada Semana Trágica. En la ciudad de Barcelona hubo una revuelta con gran número de incendios y enfrentamientos, cuyo detonante fue, entre tantos otros, la movilización de reservistas para ser enviados a Marruecos por la guerra de Melilla. Fueron convocados a esa guerra hombres casados y con hijos, todos obreros, que no podían permitirse el lujo de luchar en una guerra ajena a su territorio y en la que las familias pudientes, pagando 6000 reales, se eximían de ir. En aquella época existía una región llamada Marruecos Español (protectorado español de Marruecos ) en la zona norte, en la cual el inicio de una nueva construcción de vía férrea desde Melilla a una mina de hierro provocaría el levantamiento de los autóctonos.
Dichas acciones comerciales eran dirigidas por la burguesía española de la época. En el periodo actual de incertidumbre y de un anuncio de un nuevo orden mundial, junto a la crisis energética y la guerra en Ucrania, no cabe más que repensar la repetición de la historia humana. Toda guerra conlleva la posesión de un bien preciado que es el motor de toda economía mundial. En la guerra de Melilla fueron las minas de hierro, en el Sáhara las minas de fosfato (fertilizantes para los cultivos). Hoy, qué será. ¿El gasoducto Algeria-Marruecos-España y el freno de las emigraciones masivas de población muerta de hambre y sin libertad?
Retomando el comienzo de este artículo y volviendo al origen de esa tertulia con mi padre, me pregunto ¿cuántas vidas nos costó, nos cuesta y nos costará equilibrar las economías a las que estamos sometidas? No hay guerra ajena a nuestro país, no hay conflicto armado en el que no participemos. La geopolítica es la hoja de ruta de nuestros gobernantes. Y nosotros, su rebaño.