"No, Eichmann no era estúpido. Únicamente la pura y simple irreflexión -que en modo alguno podemos equiparar con la estupidez- fue lo que le predispuso a convertirse en el mayor criminal de su tiempo". (Hannah Arendt)

He pensado desde hace tiempo en estas palabras de Arendt, en cómo la irreflexión, el cumplimiento de la norma nos hace no ya criminales -quiero que se me entienda- causantes de males que a veces desconocemos, otras veces queremos ignorar para no sentirnos culpables de un mal que escapa -eso nos decimos- a nuestra voluntad y deseos.

Cuando somos pequeñas, pronto aparecen las palabras mal-bien en nuestro vocabulario, en nuestra educación moral: esto está mal, esto no se dice, no se hace. Poco apoco vamos interiorizando las normas sin cuestionarlas y así, sin darnos cuenta, vamos creando daño a los demás, incluso a nosotras mismas. ¿Qué, si no, es lo que el patriarcado ha venido haciendo desde hace milenios?

A veces pienso en los cadáveres que he ido dejando atrás, cadáveres metafóricos, palabras que dije, gestos que dejé en el aire frente a una persona vulnerable sin volver la vista atrás. Cuando llegó la hora de reparar ese daño, la norma, la ley, me ha amparado para no hacerlo. De eso sabe mucho el capitalismo, que nos ha enseñado a ser cumplidores de los normas y leyes, que han sido creadas casi siempre, de forma subrepticia, para el beneficio de los que ostentan el poder.
Andamos por la vida sin reflexionar sobre cómo nos dicen que tenemos que comportarnos, cómo tenemos que divertirnos exprimiendo el planeta, cómo tenemos que trabajar, de forma precaria, mientras los políticos se jactan de la bajada del desempleo. Hay trabajo para todo el que quiera trabajar, dicen algunos ¿En qué condiciones? me pregunto.

Si la ley dice que un emigrante tiene que permanecer dos, tres años en el limbo para poder empezar a tramitar sus papeles que le den categoría de persona, qué le vamos a hacer. Si la norma dice, sin decirlo incluso, que tengo que vestir con ropa barata fabricada en países pobres donde niñas y niños trabajan por casi anda, pues me visto… Es más, así puedo tener cien en lugar de cuatro o cinco. Que los poderosos permanecen impasibles ante la masacre de Gaza, pues qué la vamos a hacer nosotras, ciudadanas de bien.

Digo todo esto porque estoy cansada de mí misma, de hablar, escribir, pensar en todo lo que hago creyendo que soy buena y solo estoy justificándome a mí misma, cumpliendo normas y leyes que me imponen y acepto sin reflexionar en los cadáveres que voy dejando atrás. Pero de qué sirve hablar, escribir sobre los peligros de la irreflexión. Vivimos dentro de una burbuja que no nos deja ver lo que hay fuera, no queremos asomarnos para verlo. Tenemos el síndrome vengativo de la víctima, a veces. Así cuando me toca ser yo la que puede pisar, piso. Cuando puedo mandar, mando. Cuando puedo obtener beneficio de un bien necesario a otro, lo obtengo. Es la ley, la costumbre, la norma. Si todas y todos lo hacen, por qué yo no.