Las nubes han perdido la memoria. Por eso pasa septiembre, llega octubre y no dejan caer una gota de agua sobre los sedientos campos. El cambio climático es el Alzheimer del planeta, que se hace viejo de tan usado -mal usado- y olvida que tiene a cientos de mayetes aguardando que las nubes se apiaden de sus tierras. Antes, cuando el planeta aún era joven, los cielos se encapotaban por estas fechas y, si no un diluvio, empezaban a soltar frecuentes chubascos que servían para romper la quietud tórrida de cada verano. Ahora, ni siquiera deja de hacer calor cuando septiembre se echa a dormir bajo las sombras de los olivos preñados.
Esta crónica de la nostalgia duele porque recuerda tiempos mejores, lo que no suele ser frecuente cuando se echa la vista atrás. Por regla general, cualquier tiempo pasado fue peor. Es lo que dice nuestra historia de los últimos cien años: nuestros padres y abuelos sufrieron más que nosotros y nuestros hijos sufrirán aún menos. Ley de vida, decían nuestros mayores. Aunque a veces esa regla se rompe, como sucede con las lluvias. Por eso hay que exclamar ¡qué tiempos aquellos en que los viejos decían “en octubre, rescoldito de lumbre”! La lumbre se ha quedado para noviembre, por lo menos. También decían “con las primeras aguas de octubre, echa y cubre”. Ni lumbre ni agua hay por más que los portales de internet anuncien inminentes lluvias y bajadas de temperaturas.
Cada vez suena más a tomadura de pelo que internet anuncie lluvias para después ir rectificando los pronósticos conforme se acerca el esperado momento. La memoria de los fontaniegos viejos -que no sufren el mal del olvido- asegura que en octubre debe llover. Pero la realidad es que muchos años llega noviembre y el mayete siembra el trigo en unas tierras sin jugo, mientras se pregunta para sus adentros sobre el sentido de lo que hace. Una voz que viene de adentro le repite machacona el viejo dicho de que “el trigo temprano es mejor en paja y en grano”. ¿Temprano en noviembre? Las lluvias previstas para mediados de este mes de octubre pueden salvar los muebles, si antes no viene Maldonado con su habitual donde dije digo, digo Diego.
Octubre era otoño, como diciembre era invierno, abril primavera y julio verano. Ahora, el verano se extiende, por delante y por detrás, como un chicle, y octubre nadie sabe a qué estación pertenece. Abril podría ser primavera, pero hay abriles de 40 grados, como octubres por encima de los 30. La sabiduría del refranero, tan socorrida antaño, ha dado paso en las charlas de taberna al internet engañoso. El horizonte de Todos los Santos venía cargado de augurios para la nueva temporada de cosecha. Hablaba del “cordonazo de San Francisco, se hace notar, tanto en la tierra como en el mar”. El 4 de octubre no ha habido el tradicional temporal de lluvias que abría las puertas al otoño fontaniego.
En este tiempo incierto, a las puertas de los cementerios llaman visitantes todavía en pantalón corto. “En octubre, de la lumbre huye”, “En octubre, de la sombra huye”, “En octubre no molesta la lumbre”. “En octubre, toma los bueyes y cubre”. “Hacia la Virgen del Pilar comienza el tiempo a cambiar.” Octubre es un mes de historias que dejó malas memorias. “Octubre lluvioso, año copioso”, “Por octubre, rescoldito de lumbre”. “Por San Lucas siembra habucas”. “Por San Vicente, abre la mano a la simiente”, “Por Santa Teresa, derrama el trigo aprisa”. “Por Santa Teresa, las nubes traen agua a las presas”.
Octubre montaba frente al matadero las primeras ramoneras de la temporada. A las cabras les gustaba el ramón de los olivos que aumenta la producción de leche. Las cabras empezaban a parir o estaban recién paridas. López el Piojo ponía allí su ramonera y los cabreros distraían las horas con un transmisor de pilas mientras aguardaban. Oían que el Hércules de Alicante había inaugurado su nuevo estadio, que tenía capacidad para 25.000 espectadores. Dos veces la población de Fuentes hubiera cabido en aquel recinto, aunque a los cabreros, ocupados en contar litros de leche, eso les traía sin cuidado.
Octubre era el mes en que los niños colgaban los pantalones cortos. Ahora, ni los niños ni los hombres los dejan atrás hasta noviembre. Empezaban en octubre los paseos domingueros desde la puerta del cine hasta la Alameda. Las tardes de la calle Mayor eran de los paseantes hasta la Alameda, dándole a Fuentes el caché de los bulevares de París bajo las moreras doradas por el otoño, con las niñas de coletas, rebequita y calcetines altos comiendo chucherías. Quedaban atrás las festivas sesiones del cine de verano, ambientadas por el cri-cri-cri de los grillos y las pipas, dejando paso a las húmedas proyecciones del matiné en el cine de invierno.
Algo triste y a la vez atractivo tenía aquel tránsito al invierno que traía de vuelta los jerséis y las rebecas con olor a naftalina. Triste porque las mañanas se vestían de una niebla que borraba los juegos en el ruedo y tractivo tal vez porque de su mano venían La bruja novata, Los Aristogatos, Los Rescatadores, El señor de los anillos, Los hechiceros de la guerra, Mi amigo el dragón, Winnie the Pooh, El Castillo de Cagliostro, Había una vez un circo, El hobbit, Mágica aventura… Y en la tele, La casa de la pradera. Oíamos la voz de un niño decir “mira, Papa, ahí están don Dámaso y don Porfirio, profesores cuya mera presencia infundía una mezcla de vergüenza y miedo.
En octubre de los años 70 volvían de Palma de Mallorca, Suiza o Benidorm, con 250.000 pesetas en el bolsillo, el Rubio Monumento, José Potestad y todos los fontaniegos temporeros. Octubre de chocolate blanco suizo traído por Francisco Caraballo. Octubre de algodón en Lora del Río, Setefilla y el Priorato. Octubre de uvas en Francia. Octubre de la Virgen del Rosario, de regreso a clase en el instituto, cuyas aulas habían pasado el verano “tristes y solas” para regocijo del alumnado. Octubre de las hormigas alúas y las costillas de alambre para coger gorriones, cajuales y zorzales. Octubre de las aceitunas negras, anuncio de inminentes mañanas con los dedos agarrotados por el frío. Octubre para cazar la liebre y los conejos, con escopeta, galgo y podenco.
Acaba aquí esta crónica dolorosa teñida de nostalgia por las lluvias que no llegan, porque acaben los veranos interminables, porque regresen las siembras del trigo prometedoras, porque los arroyos sean otra vez rumorosos, porque las nubes vengan generosas, porque el planeta envejecido, a pesar de todos los pesares, en octubre se acuerde de llover y porque las primeras lluvias tengan compasión de los mayetes fontaniegos, amén.