Un día, hace muchos días, mi padre llegó muy contento, acababa de comprarse un Renault 12 de segunda mano. Era rojo con una capota negra. Aquel era el mejor coche del mundo. Hasta entonces sólo conducía un destartalado Citroën 2 CV ranchera, que usaba para el negocio, el reparto del género por las confiterías de Granada. Los domingos de verano, mi padre lavaba concienzudamente el coche e íbamos a bañarnos al río Dílar. La compra de aquel cochazo, con matrícula de Jaén, hacía patente el ascenso económico de la familia. Nos podíamos permitir tener un coche sólo para el ocio, para ir al campo, la playa o subir a Sierra Nevada en invierno y ver cómo esquiaban los pudientes.
Eran otros tiempos. Ahora basta con desear algo y el genio de la lámpara obra el milagro que haga falta, siempre que tengamos la pasta suficiente, claro. Las circunstancias lo permiten, luego se puede hacer. Confundimos “se puede” con “se debe”. Hay mucha gente que hace las cosas sólo porque les dejan hacerlas, porque nada se lo impide.
Un vecino me cuenta que este verano se irá de vacaciones a París con sus hijos, (me encantó la idea de que unos chavales de barrio tuviesen ganas de conocer el Louvre); luego descubrí que sus hijos tienen dos y tres años y que donde quieren ir (los padres) es a Disneylandia para luego tirarse el pisto. Entonces pensé que siendo tan pequeños les daría igual conocer al ratón Mikey que asistir a un espectáculo en el Folies Bergére. No se van a entrar de nada. “Me hacía ilusión”, me dijo el padre.
¡Como se puede…!
Para alguna gente, el límite de lo que se puede hacer o no, sólo lo marca el dinero, habitualmente siguiendo el criterio consumista del momento. Hay quien se pone tetas a juego con los labios de Kunta Kinte o se tatúa como los miembros de la Yakuza japonesa. Los peludos se rapan el pelo, los calvos se lo implantan. Es cuestión de desear, aunque los deseos sean inculcados.
¡Como se puede...!
La inteligencia artificial, que es la única que no está en crisis, permite que se puedan manipular imágenes. Así cada día cuesta más distinguir la realidad de la ficción. Ya no importa la honradez y mucho menos la verdad. Podemos ver a Donald Trump detenido por la policía o al Papa con ropa de diseño. No nos podemos fiar de lo que vemos u oímos, lo cual tampoco es nuevo, pero nunca ha sido tan intenso.
Mientras, niñatos engominados rebozados en cocaína deciden quién es el que tiene el ego más erecto jugando al Monopoly con el mundo sin que nadie los detenga. Una mañana se despiertan con resaca y se hunde la economía mundial, condenando a la miseria a media humanidad.
¡Como se puede…!
La palabra libertad, desgastada por el mal uso, es la tapadera perfecta para maquillar cualquier tropelía. Ahora más que nunca los que pueden, porque les sobra el dinero y les falta ética, tienen la “libertad” de usar caprichosa y egoístamente lo poco que les queda a mujeres pobres de todo el mundo, su vientre.
No nos preocupemos, este caso es muy distinto a otros. No es un robo como el de niños ucranianos por parte de Rusia. Tampoco es como el de los bebés arrancados de sus madres en la dictadura Argentina, o aquí mismo en España, qué va, esto es tecnológicamente moderno. Basta con usar eufemismos y las conciencias callan en el acto. Cambiamos vientre de alquiler, que suena fatal, por gestación subrogada, que es suave. En realidad se podía llamar gestación subcontratada, va más con el espíritu neoliberal imperante.
¡Como se puede…!
Más de tres mil sofisticadas/os ciudadanos se han reído de las leyes de nuestro país chantajeándonos a todos, utilizando a bebés como rehenes. Gente muy educada, culta y moderna, dispuesta a usar el cuerpo de mujeres como incubadoras humanas a cambio de dinero. En cuanto le pongan un nombre políticamente correcto, se conseguirán órganos para trasplantes donados por desconocidos “altruistamente”. Le podríamos llamar donación subrogada de órganos.
Llevo toda la vida escuchando, como consejo no requerido, que “poder es querer”. Como si por el simple hecho de desear algo con todas las fuerzas, el éxito estuviera garantizado. Mi padre era un vitalista que murió demasiado joven, pero al igual que pasó con el Renault 12, no bastaba con desear vivir para conseguirlo. Querer algo y pretender conseguirlo sólo por desearlo es de ingenuos. Cumplir un deseo a costa de la dignidad de otra persona es de canallas, por mucho que se adorne con palabras.