Me enseñan un vídeo de un concurso cualquiera al que acuden concursantes dispuestos a responder preguntas de “cultura general”. En él se ve a dos jóvenes de veintipico años modernos y sonrientes. Les van dando pistas para poder averiguar la respuesta: Conflicto social y bélico. Pasionaria. Siglo XX en España. Republicanos y nacionales. A causa del conflicto hubo muchos exiliados. Todas estas “pistas” fueron necesarias para que uno de los dos jóvenes acertara la respuesta, no sin que antes uno de ellos dijera que se trataba del Dos de Mayo. Supongo que se referiría a cómo empezó la llamada guerra de independencia que tuvo lugar en el siglo XIX, o sabe dios que campana estuviera oyendo para decir tal cosa.

La sorpresa inicial y la incredulidad me llevó a una reflexión sobre la educación, más concretamente sobre el sistema educativo, ese que obliga al alumnado a buscar la excelencia si quiere labrarse un futuro. Esa excelencia se basa en alcanzar unas notas que permitan llegar estudiar una carrera ¿deseada? siempre o casi siempre tecnológica (en este deseo las carreras de humanidades están desaparecidas, la tecnología sin alma) o a un ciclo que les abra la puerta al mundo laboral casi siempre precario a pesar de ese engaño tan aireado de la meritocracia. Verdad es que el ascenso social estuvo un tiempo facilitado por los estudios, lo suficiente para crear el mito.

Pienso en ese afán de tener todo aquello que nos dicen que hay que tener para ser alguien. No importa que para ello tengas que trabajar sin tregua, sin opción al verdadero descanso para dedicarle a tu familia, a tus amigas y amigos, a tu propia persona: reflexionar, leer, escuchar tranquilamente música sin prisas ni hacer otra cosa mientras, contemplar la naturaleza, escuchar el canto de los pájaros o simplemente permanecer quieta, callada sin miedo al silencio, ese enemigo que nos empuja a hacer ruido, buscarlo para callar la voz interior.

En una época donde hemos sido embaucados en el ideal de clase media desideologizada y entregada a la religión del consumo narcisista. Un mundo donde van desapareciendo derechos que nunca son naturales, sino conquistados, aunque muchos lo crean así. Desaparecen sin apenas oponer resistencia ya que ésta nos descubriría como no pertenecientes a esa clase anhelada que nos enseña en la TV en programas absurdos que nos dejan la mente cansada aun sin apenas usarla.
No nos engañemos diciéndonos “qué más da”, “no podemos hacer nada”, “siempre ha sido así” o “todos son iguales”. Eso es precisamente lo que quieren de nosotras y nosotros los poderes económicos que gobiernan el mundo. Ellos no son seres extraños, son humanos como nosotros, pero viven ajenos al sufrimiento de los demás, les pilla muy lejos y no les llega el clamor ¿Qué clamor si estamos callados, sonrientes y felices en una fotografía de las redes?