Sin llegar a ser tierra de buenas cabras, Fuentes fue tierra de grandes cabreros. Cabras buenas, las de Málaga. Cabreros buenos, los de Fuentes. Pepe el Trapero, el Tío el Calvario, el Gorrión, el Niño Ana, el Calero, Cuchara, el Yeyé, Gregorio... Este Gregorio vivía en una casa de vecinos de la plaza de Abajo, actual de Andalucía, y salía todos los días al campo a pastorear las cabras de medio Fuentes. Las cabras del otro medio, porque todo Fuentes tenía algunas cabras para consumo propio, las sacaban al campo los otros cabreros. Cobraban en especie, es decir en leche casi siempre. De buena mañana iban por las casas recogiendo cabras hasta formar un buen hato con el que adentrarse en las veredas.

El Fuente del que hablo olía a cabra, a vaca y a leche recién ordeñada. También olía a mulo, a cochino y a gallina, pero ése es otro cantar que no viene ahora al caso. Pocas casas olían a ropa limpia, a lavanda y a espliego. Mucho menos a Ambi Pur. La cabra en el corral y, en la trébede, la olla cociendo leche. El Fuente del que hablo olía cada mañana a lápiz, a goma de borrar, a cuaderno y a enciclopedia Alvarez. A canto de telera con aceite y azúcar, a jícara de chocolate y a tierra mojada. A cabras impacientes por enfilar el rueo camino de la verea los Pajaritos para triscar aquí y allá, de verde en verde, con el cabrero haciendo siempre la vista gorda y cuando el mayete no andaba en guardia.

Excepto los pobres de solemnidad, quien más quien menos tenía en casa una, dos o tres cabras para atender las necesidades familiares. Era casi obligado en aquellos tiempos. Una cabra allí donde hubiera un niño garantizaba su sustento más que una cartilla de ahorro en el Monte de Piedad, a lo que difícilmente podía aspirar la inmensa mayoría. Una cabra era más fácil y estaba más a mano. Menos comprometido que comprar de fiao. Un niño lo cría una cabra, solía decirse. ¿Cuántos niños había en Fuentes en aquellos años? Tantos como cabras. Era el censo más fiable. Una vaca hubiese sido mejor, pero para eso entonces había que disponer casi de un capital.

Es incomprensible que las cabras no tengan un monumento con el hambre que han quitado en Fuentes. Y los cabreros. Más que todos los santos y santas juntos, que sí tienen calles y monumentos por todas partes. Así son las cosas de este mundo loco donde, humildemente y sin decir media palabra, cada día el cabrero, cogía el capotillo, la mula, la perra turca y se lanzaba al campo fontaniego. Decir humilde y cabrero es una redundancia sin sentido. Callados con su cayado y su perra muda bajo el cielo en silencio como único testigo y un horizonte plano de barbecho y sudor. Con suerte, los linderos de las veredas se adornaban de verdes. Y de forraje los barbechos. 

La perra que tenían tomada los mayetes con el soniquete de que las cabras invadían sus cultivos. Por cosas así se han visto batallas campales entre ganaderos y agricultores. Tal fue la guerra entre agricultores y cabreros, que los agricultores tuvieron que contratar una empresa de seguridad de Alcalá de Guadaíra para vigilar los caminos y veredas. Hubo cruce de denuncias y la excusa de los cabreros fue siempre que controlar el ganado es bastante difícil. La cabra tira al monte y, especialmente, al monte labrado. No contentos con la labor de la empresa de Alcalá, los agricultores contrataron en 1988 otra de Córdoba, con los gastos que ello suponía.

El arreglo entre los dueños de las cabras y los cabreros era fundamental para el buen desarrollo del trato, negocio o maquila. Nunca se tuvo noticia de desencuentros graves, por más que existiera la certeza de que alguna parte de la leche se perdía por esos inescrutables caminos de Dios. El molinero, con la harina, el tabernero con el vino y cabrero con la leche. Sin ser tierra de cabras, Fuentes tuvo un enorme corral de cabras en la reonda, más o menos donde ahora está el bazar chino y el supermercado Día. Muchos cabreros mancomunaban el sueño de los animales para conciliar el propio sin los desvelos que provocaban los aprovechados de las ubres ajenas. Allí guardaba las suyas el Calero de Fuentes. Todo el mundo menosprecia el oficio de pastor, pero para ser pastor hace falta saber mucho, reunir el ganado y que no se te pierda ninguno no es tarea nada fácil. La cabra tira al monte.

En Fuentes había muchas cabras y muchos cabreros. Además de las que tenía cada familia, había cabreros que lograban reunir su propio rebaño. Los hubo que con un puñado de cabras sacaban para su sustento y el de toda su familia. Darles de comer costaba poco y la leche, aunque barata, se vendía bien. Otros llegaron a juntar importantes hatos y ganar sus buenos dineros. El margen de beneficios era claro. Un cabrero con 80 cabras podía vivir en Fuentes y si tenía 200 era un señor que estaba juntando dinero y hasta se estaba enriqueciendo. Eso sí, a las cabras había que vigilarlas mucho. Nada más que les veían crecer un poco el pelo de la barba, ya había que estar alerta.

Los cabreros tenían por costumbre, una vez entregada la leche, tomarse una copa de coñac. O varias copas. Como los cazadores alardean de caza y los pescadores de pesca, ellos alardeaban de copas de coñac. Manuel el Perlito decía que se tomaba todas las mañanas diez copas de coñac y se quedaba tan campante. Frecuentaban el bar de Cagarruta, frente a la báscula de la estación, el Arrecío, y el Cornijal, en la carretera, casi enfrente del chalet de Camarita. Con el oficio de cabrero va camino de perderse un extenso patrimonio de palabras por falta de uso. Una de ellas, preciosa, es "ramonera", palabra que designaba el lugar donde se acumulaba el ramón de los olivos para alimento de las cabras. Famosas eran las ramoneras que formaban Francisco el Perlito junto a los colegios de la estación y la del Piojo frente al matadero. El gran festín de las cabras.

El ramón daba buena leche, se decía, aunque a las cabras lo que les gustaban eran los barbechos de girasol, garbanzos y habas. La paja de habas y de garbanzo era el manjar de las cabras. Ellas, tan sufridas para todo, también tienen sus caprichos. Es un animal que se adapta a cualquier clima, pero también tienen preferencias. El clima de Fuentes parece hecho a su medida. La oveja, el cerdo, el pollo y el pavo son más remilgados con eso del frío y el calor. A la cabra, lo que le echen. Siempre que un fontaniego ha querido iniciarse en el oficio ha comprado chivas nuevas para criarlas y hacer su propio rebaño.

Para ello había que someterlas a una estricta selección para excluir las menos productivas. Las chivas elegidas eran macheadas con ejemplares comprados en Málaga, que eran los mejores. Málaga tenía fama de disponer de las mejores cabras lecheras de España. De ahí que los cabreros de Fuentes compraran allí sus machos para traer buena genética a la horra de crear un rebaño de alta producción de leche. Eran buenas productoras y resistentes a las fiebres maltas, el demonio de los cabreros de entonces.

Pocos cabreros y pocas cabras quedan en Fuentes. El oficio es duro, como todos los oficios antiguos, y mal negocio la venta de leche. Por eso y porque nadie quiere un trabajo así, vamos camino de la extinción de cabras y cabreros. Otro oficio que se pierde. En Fuentes siempre hubo mejores vacas que cabras. Los vaqueros habían aprendido la selección de vacas hasta el extremo de que los compradores de vacas venían a Fuentes buscando ejemplares. Para cabras, Málaga; para vacas, Fuentes.