Llegó la hora de la infamia, un Jesús Gil a la americana, ahora convicto, ha vuelto. El imperio bajo el que nacimos hunde los pies en su propio barro, culpando de sus problemas a todo y a todos, salvo al capitalismo montaraz que los ha llevado a ser un país muy rico en pobres y adictos al fentanilo. Los excesos contables de un mercado en el que todo vale marca tendencia. Millones de candorosos incautos, desahuciados y estafados por el neoliberalismo, han encontrado la solución más simple, han decidido echarse en brazos de un neocapitalismo caníbal aún más parasitario, codicioso y depredador ¡Viva el sueño americano y sus monstruos!
¡Vivan los prohombres con una misión divina!, piensan los granjeros de piel rosada, “buenos cristianos temerosos de Dios”, que habitan en la planicie profunda que se extiende entre las Rocosas y los Apalaches, a la que llaman América. La tierra en la que para que manase leche y miel había que sostener la biblia con una mano y el rifle con la otra. Un país construido a tiros contra los indios y los negros; más o menos como España, construida contra los moros y los judíos; más o menos como Israel, construido contra los palestinos y la dignidad.
No queda horizonte más allá de las praderas que un día fueron verdes y hoy están surcadas por matojos rodantes. A la poderosa máquina fabril le está subiendo mucho la fiebre y la herrumbre. Qué eficiente y competitivo fue deslocalizar el trabajo y globalizar los beneficios en paraísos fiscales. Qué eficaz resultó externalizar los derechos laborales ¡Que trabajen los chinos que son baratos y amarillos! ¿A quién le importaba entonces el obrero de Detroit, el granjero de Kansas? Que se lo pregunten a las jaurías de lobos de Wall Street. Para qué producir nada, se gana más jugando al Monopoly.
Este imperio de romanos y romanizados que nos ha tocado vivir se está muriendo, como antes lo hicieron otros y como siempre sus habitantes no lo ven. Que se lo digan a Gran Bretaña, que aún cree ser una superpotencia. Que se lo digan a las mentes carcomidas de la ultraderechita cobarde que, además de no tener ni idea de historia, lleva gafas polarizadas para cuando vuelva a no ponerse el Sol en España y limosnera para los doblones de a ocho.
A los imperios les acaba pasando como al psiquiatra de Woody Allen que llevaba años muerto, pero no se había dado cuenta. Para convencer de que su imperio sigue vivo, Putin le alquila soldados a Corea del Norte ¡“make Russia great again”! A China le falla su arma estratégica, la natalidad, se le acaba la mano de obra barata. La población ha empezado a menguar y algunos se preguntan si la vida es para trabajarla o para vivirla. Cada vez viajan más y ven que hay formas de vida menos esclavas.
Estados Unidos se ahoga en su estulticia y arrastrará en su caída a todo ciudadano pensante. No parece haber Caballeros sin Espada, ni Juanes Nadie, ni Spidermanes, ni Superagentes 86, capaces de sofocar el fuego de la banalización de la política, de la mentira de brocha gorda, de la frivolidad expansionista, de la estupidez generalizada. Los Estados Unidos se han quedado huérfanos de sí mismos.
Ahora un grupo de niñatos con un máster en “Hijoputismo Comparado”, aspirantes a Goldfinger, dueños del cibercomercio, las relaciones sociales, el espacio exterior y la verdad inventada, ya tienen lo que anhelaban. Sólo les faltaba el ejército más poderoso del mundo con su botón rojo correspondiente. Tienen el poder para demoler todo lo que huela a público y convertir a los contribuyentes en clientes. En nombre de la libre competencia acabaremos pagando por los atardeceres, el aire y hasta por los besos con lengua.
Todo esto parece sacado de una peli alquilada en un videoclub de los 80. En nombre de la libertad, entre sonoros aplausos, dejaremos de ser ciudadanos para convertirnos en entusiastas consumidores perfectamente monitorizados. Los algoritmos se encargarán de “poner orden de una vez”. No pensaremos nada, no cuestionaremos nada, bailaremos al ritmo que marquen las redes sociales, en las que hemos caído voluntariamente. Y yo que creí que “1984”, de Orwell, era una novela de ciencia-ficción. No habrá oposición al ansia avarienta, cuando la ultraderecha financiada por plutócratas tecnológicos, gane la partida de la ignorancia y la idiotez en Europa. Entonces volverán a sonar las palabras de uno de nuestros psicópatas más castizos, Millán Astray: “Viva la muerte, muera la inteligencia”.
El híbrido entre Calígula y Nerón, no traerá leche en polvo como Eisenhower. Impondrá una “dinerocracia”, seremos ovejas tras su cencerro. No necesitaremos a Pepe Isbert ni a Manolo Morán, ya tenemos a Abascal y Ayuso como maestros de ceremonias. Le bailaremos el agua con una sonrisa, como Lolita Sevilla en Villar del Río:
“Americanos, vienen a España gordos y sanos.
Viva el tronío de ese gran pueblo con poderío”.