Comienza el año e intento hacer una lista de los libros que hace mucho tiempo tengo programados para leer. Están los que busco hace tiempo y tengo que encontrar sin caer en la tentación de entrar en una librería. Sé que al final entraré y compraré. Luego están los que quiero tener al alcance de la mano, por si acaso. También los que quiero apartar para leerlos cuando necesite evadirme, los que me inspiran una curiosidad repentina sin que antes me hayan atraído, los que tengo y quiero volver a leer y, especialmente, los que Bastianito, mi gato, quiere curiosear.
Entre los que tengo que volver a leer está “El Cosmos desordenado”, de Chanda Priscos-Weinstein, a ver si entiendo a mi gato de una vez. Nosotros los humanos nombramos el mundo, lo explicamos con palabras y esas mismas palabras nos comprometen con lo que llamamos realidad, pero los gatos no son prisioneros de sus palabras. Ellos pueden decir una cosa y hacer lo contrario. O pueden, como de todos es sabido, no decir nada y hacer lo que les dé la gana. No como nosotros, que tan acostumbrados estamos a opinar y a dar explicaciones, hacer preguntas y contestarlas, aprobar y establecer leyes que nos digan lo que se puede hacer y lo que no, lo que es posible y lo que es imposible. Ellos, los gatos, como buenos ácratas, viven en otra dimensión.
A propósito de Bastianito, mi gato, hace tiempo sospecho que es el gato de Schrödinger. Observo que por su condición de gato está vivo y muerto al mismo tiempo, o al menos eso me parece a mí cuando lo miro sin que él lo sepa. Totalmente indiferente a todo lo que le rodea, disfruta del sol sin darle mucha importancia. Sé que piensa: “ahora estoy vivo, ahora estoy muerto porque la humana a la que dejo vivir aquí, abre, sin partícula radiactiva, la caja de atún, más tarde hago como que cazo, aunque nunca lo hago en realidad humana, ahora ronroneo alrededor de la caja”.
Curioso, como buen gato, empezó a descubrir en los libros que alguien se había inventado un juego en el que encerraban a un gato, precisamente él en otra dimensión, en una caja e intentaban adivinar si estaba vivo o muerto. Al fin, Bastianito, sabe que el gato, sea él u otro de su especie, cuando está en la caja siempre está muerto. Muerto de risa. Ya os dije que, como buen gato, es un verdadero ácrata que no respeta las leyes que los humanos nos damos.