Ayer ocurrió una vez más, en muchas calles de Fuentes surgió el agua y el verdor de plantas y flores dando la bienvenida al verano. Es una tradición de las pocas que conservamos junto al jueves lardero y el carnaval. Mis recuerdos de los altaritos de San Juan se remontan al vientre de mi madre cuando al olor de las flores y el sonido del agua decidí nacer un día de San Juan, fue todo espontáneo, venía buscando la vida y la luz que tanto ha significado y significa para mí.

La vida se abre paso sin mirar para qué ni para quién, es ciega y maravillosa. La luz que nos acompaña estos meses da a los colores y al aire una sensación de todo aquello que resucita después del aprendizaje de la primavera. En Fuentes no es el fuego el purificador de lo viejo ante lo nuevo que empuja hacia el futuro, sino es el agua que nos limpia y nos hace más puros para recibir las mieses de los dioses.

Hasta hace unos años, San Juan tenía esperanzas de vida, de verano, la alberca de agua fría y brevas al amanecer, el huevo que se convertirá en barco pirata donde, contaba a mis sobrinos nietos, navegué por mares hasta Fuentes -la imaginación tiene mares que la razón no entiende- para enterrar tesoros escondidos en los campos. Tenía futuro, ese que poco a poco va desapareciendo de mi horizonte.

No voy a hacer aquí un canto de melancolía, ni de tristeza, el mundo no está para mirarnos en un espejo y compadecernos. No. Solo pretendo dejar aquí un canto suave de ir aceptando que mi futuro ya no lo es tanto. Suelo escuchar al atardecer una canción cantada por Maite Martín que dice:
No pensar nunca en la muerte
y dejar irse las tardes
mirando como atardece.
Ver toda la mar de frente
y no estar triste por nada
mientras el sol se arrepiente.
Y morirme de repente
el día menos pensao
ese en el que pienso siempre.

En mi setenta cumpleaños he imaginado mi casa, las calles de Fuentes, el paisaje sin mí, como la película de Isabel Coixet “Mi vida sin mí”, pero no guardaba palabras para el futuro como en la película, solo sentimientos y una sensación de paz como en la película y sosiego, mezclado todo con una cierta nostalgia de lo que fue y de lo que pudo haber sido.

Quiero que se entienda, amo la vida, la naturaleza, la luz. Los seres queridos me atan profundamente al planeta como un ancla hecha de amor. Al mismo tiempo, poco a poco y de forma suave, mi cuerpo y mi mente se preparan para algo que está conmigo desde que nací una mañana de San Juan luminosa y bella.