Aquel mocito salió por primera vez de Fuentes en octubre de 1984. Iba rumbo a Castellón con el petate al hombro para hacer la mili. El pollo tenía 19 años y no era otro que Manuel Ramírez, Manolo Arropía para los amigos, y viajaba como voluntario a la Guardia Civil. Para servir a la patria, a Dios y a usted, que se decía entonces. Terminar el BUP había sido suficiente para aquel chaval con poca vocación estudiantil y menor comprensión lectora. Los libros no eran lo suyo, así que lo más razonable era buscarse las habichuelas en el mundo del laboro, aunque pronto descubriría que el manejo de las armas tampoco era su vocación. Sí, cobraba un buen sueldo de 36.000 pesetas, pero a cambio de hacer ocho horas de guardia.
Al muchacho aquellas ocho horas le parecían 80. Prefería subirse al andamio antes que estar guardando presos en el centro penitenciario de la Plana. Antes el palaústre que el cetme y antes los sábados en la discoteca Zeus que la instrucción en el comandancia de la Guardia Civil. Fueron bastante y sobraron dieciocho meses de servicio militar, la mitad en Castellón, otros seis en Sevilla y tres más en Baeza. Antes de llegar al fin supo que el mundo de las armas no era para él. Aquel chaval prefería ser mayete como su padre y volvió a Fuentes licenciado y soñando con sumar peonás en el campo o con una oportunidad en los andamios. Tropezó con la realidad de que a un chaval sin experiencia no lo quería nadie en Fuentes. Para los albañiles sólo llamaban a los hijos de los maestros y para la remolacha sólo a los hijos de los que ya sabían el oficio. Todas las puertas estaban cerradas y sólo quedaba la salida de la emigración para aquellos jóvenes fontaniegos de medidos de los ochenta.
Quiso la suerte que Zeus, padre de todos los dioses del Olimpo, se cruzara en el camino del chaval en forma de fontaniega con tacones. Coral Ruiz era ella y la había conocido en la discoteca Zeus de Castellón saliendo con un castellonense llamado Jovi (José Vicente, más serio que un che), a la sazón encargado de una empresa de seguridad que se apiadó del fontaniego que quiso ser mayete ofreciéndole un contrato de trabajo de segurata. Coral, la novia de Jovi, no soportaba los tacones, así que al salir de la discoteca Zeus volvía descalza a casa.
Tres años más tarde de acabar la mili en Castellón, el pollo que en 1984 había salido de Fuentes con el petate volvía a abandonar la plaza de abajo para subirse a la plaza de la Plana, esta vez más desencantado, pero con los ojos más abiertos. Su nuevo jefe, José Vicente Sos, el encargado de la empresa de seguridad, era parecido a Tito Valverde cuando hizo la serie el comisario en Telecinco. Sos hablaba lo justo y preciso. Atrás quedaba de nuevo Fuentes, donde la situación del empleo era calamitosa. De haberse quedado, sólo le esperaban las peonadas que su familia le apuntaba. Poco futuro tenía aquello para quien aspiraba a un contrato fijo, con nómina, pagas extras, vacaciones y cotización a la seguridad social. En pocas palabras, aquel chiquillo de labios perfilados, poblado entrecejo y nariz afilada quería tener que pagar todos los años en la declaración de la renta. Un tipo raro.
En realidad, los tres años transcurridos entre la vuelta de la mili y la entrada en la empresa de seguridad de Castellón no fueron un camino de rosas. Para entrar en la empresa pública había que aprobar unas oposiciones, lo que obligó al chaval a volver a los libros, que fue como meterlo en el "Expreso de medianoche". Tres años, tres oposiciones suspendidas. Metido en un callejón sin salida. El muchacho fontaniego recibió de José Vicente Sos (apellido con marca de arroz) los libros necesarios para sacarse el título de vigilante de seguridad privada. Jovi y Coral se habían casado poco después de haber pasado unas vacaciones en Fuentes. No pasó mucho tiempo para que el día 1 de diciembre de 1988, a la una y media de la tarde, sonara el teléfono en la calle.... Era Jovi para decirle a aquel Arropía más perdido que el barco del arroz que cogiera el tren de Castellón si quería trabajar de vigilante jurado.
Aquel día, el mundo giró más deprisa que jamás lo había hecho a los largo de sus veintipocos años de vida. Castellón no era un lugar desconocido para é, pero sí la nueva vida, que al Arropía se le antojaba un abismo insondable. No tenía aún contrato, ni casa, ni pensión, ni salario acordado. No sabía freír un huevo ni lavar la ropa. Sólo tenía a Jovi y a Coral, dos islotes en el inhóspito mar de los misterios. Su primo José Luis "Arropia" le aconsejó que desconfiara de quien no le había hablado media palabra del salario que iba a cobrar. Lo primero que se fija en todo trabajo es el jornal. El primo Felipe "Arropia" fue menos temeroso y le dijo que por probar no se pierde nada, especialmente cuando nada se tiene que perder. En Fuentes no había futuro. El primo Valeriano "Arropia", vaquero, sentenció que tener vacas en Fuentes es lo mismo que enredar para no conseguir nada.
La novia. Quedaba hablar con la novia. Carmen, conocida en Fuentes como "la alcaldesa", era entonces una jovencita del barrio la Rana harta de ir a los tajos de cebollas y algodón de Lora del Río, donde los mayetes explotaban a los jornalero hasta reventarlos. Carmen, que no aguantaba trabajar con gente de tan mala leche, quedó pensativa sin decir nada mientras en la televisión correteaban de aquí para allá los futbolistas de no sabía qué equipos. Cuando acabó el partido, de camino a casa de ella, la incertidumbre hizo que Carmen se echara a llorar y al Arropía se le rompió en mil pedazos el sueño de la última noche en Fuentes. Sus ojos vieron llegar la mañana igual de abiertos que despidieron la noche. En la esquina del Manchego, el autobús aguardaba como todos los viernes.
La madre le dijo que si la cosa iba mal no tenía más que darse la vuelta. Fuentes siempre espera. El problema no era ese, sino qué espera en Fuentes a los hijos de Fuentes. Este autobús, procedente de Sevilla, paró en Écija, Córdoba, Jaén, Albacete, Valencia y Castellón. Quince horas hasta llegar a Castellón por carretera general. Las autovías y autopistas eran para otras tierras. Olía el autobús a tortilla de papas y bistec empanado. La noche cayó de pronto, como el telón de un escenario que cierra un episodio y abre otro. Antes de llegar a Albacete, un pasajero con gorro negro, gritó "¡chófer, para, que el arroz se pasa!
Los esperaba el Castellón helado de diciembre y en la estación de autobuses estaban Jovi y Coral, que pronto le pusieron por delante un plato de fideos, carne con tocino y una naranja. Le habían buscado un piso de alquiler por 15.000 pesetas y un comedor por si no sabía cocinar y una lavandería si no quería lavar la ropa. Lo mejor de todo fue que iba a firmar un contrato de trabajo por seis meses, prorrogables, con opción de indefinido a los tres años. Por fin iba a a ver realizado su sueño de tener una nómina y todos los derechos laborales legales.
Dicen los que conocen el mundo que la necesidad obliga, así que con el corazón roto, el muchacho cogió de nuevo el petate y se fue otra vez a la capital de la Plana. Había que darle una oportunidad a la diosa fortuna. Lo recibieron Jovi, nacido y criado en Castellón, y Coral, fontaniega emigrante escapada del campo. El mocito que aspiraba a ser mayete tenía que renunciar al sueño de seguir los pasos de su padre. Obligado a dejar atrás su pueblo (el lugar donde la ley de vida dice que todo empieza y todo debe acabar en la biografía de un hombre) y a su novia. Condenado de por vida a ser un mayete frustrado. Con el amor por la tierra incrustado en el cerebro, pero con el asfalto como único sostén de los pies. ¿Qué iba a hacer en Fuentes?
En aquel momento, Dios estuvo de su parte. Había encontrado una empresa que le dejaba hacer más horas extras que un reloj, lo que le permitió formar un hogar, comprar un coche y, dos meses y medio después, el 19 de febrero de 1989, Manolo Arropía y Carmen "la alcaldesa" se casaron en la iglesia de Santa María la Blanca de Fuente. Vinieron dos hijos y después el gozo del primer nieto. Había dejado atrás Fuentes, pero en el trueque había ganado un nieto. Aunque Fuentes jamás se olvida.
En Castellón tocaba hacer de cuidador de la propiedad de fábricas ajenas, de obras de otros, de hoteles para que otros se divirtieran. Urbanizaciones, complejos turísticos, centros públicos y privados, eventos, supermercados, el puerto... Esperar que nada ocurra es el trabajo más tranquilo del mundo. Por el simple hecho de estar ya produces un resultado tranquilizador. Esperar que nada ocurra. Dejar que pasen las horas, los días, las semanas y los meses. Estar, sólo estar. Tiempo de sobra para soñar que aquel chavea camina sobre terrones, que conduce un John Deere 2020 sobre una finca de 40 fanegas sembrando pipas, sus pipas, su tractor, su finca.