Escribir es como el agua que fluye de la montaña. Es como la lágrima que se
derrama. Es sanadora… deja que salga, deja que se vaya.
 
El nudo que tienes en la garganta, el sueño que anida en tu cabeza y que siempre
te acompaña, el sinvivir que envuelve tu corazón, que recorre todos los poros de
tu piel y, como el vaho, los empaña.
 
A veces son tantas cosas las que aprietan que parece que te van a ahogar o que,
de forma que no esperas, te ayudan a encontrar un instante de serenidad.
Disfrútalas, escríbelas, y luego, deja que se vayan, deja que se vayan, y prepárate
para acoger a otras que, como agua de las montañas, sin duda volverán a bajar y
a pasar.
 
Las palabras, en especial aquellas que, como mariposas, despliegan sus alas
para tornarse poesía, adquieren sentido cuando son compartidas, cuando una
mitad es de quien la pronuncia y la otra mitad de quien la escucha, de quien la
escribe y de quien la siente suya…
 
… Me gusta andar de noche.
Sólo,
vacío, sin alma,
sin dichas ni reproches.
Sentir cómo los pasos se alargan
cual vellos al ansiado roce.
 
Me gusta andar de noche…
Sólo,
sin brújulas ni relojes,
sin desear nada
y resignado a toda perdición.

El mundo que me rodea
tiene otra dimensión…
Siluetas extrañamente bellas,
las calles desiertas,
silencio en las alamedas…

Me gusta andar de noche…
Un suspiro perdido
entre sábanas secretas,
un ladrido que se aleja,
un deseo que se desvanece
entre añiles azucenas,
una luz tenue que tiembla
tras las cortinas
de una ventana entreabierta.
 
Me gusta andar de noche...
Sentir el crujir de mis pasos
entre las piedras,
y tragar el aire que porta el olor
mojado de la tierra.
 
Entre el inmenso silencio,
una pausa, unas sombras,
unas hojas inquietas
que caen buscando asiento
en el manto de una cuna
que siempre te espera.
 
Me gusta andar de noche...
Sentir la quemadura
de una llamarada fría,
que arde cual frío
que me congela,
fulgores infinitos que sobrecogen,
con el alma limpia
que sola vuela, sin equipajes,
sin dioses ni cadenas.

 
Me gusta andar de noche…
cuando todo se niega,
y lo que se afirma
se atempera.
Cuando las heridas
ni se abren ni se cierran.
 
Me gusta andar de noche…
se ensanchan las aceras,
mis pies tardos avanzan
sobre el vaivén
de dos pequeñas barcas,
mientras los árboles
parecen suaves olas,
plácidas y mansas.
 
Aspiro el olor a jazmines
de la vieja cancela,
y adivino las rosas y geranios
que en las ventanas cuelgan.
En el pilarillo,
revoltosa el agua juega
y en el estanque
naufragan las estrellas.
 
Me gusta andar de noche…
al remanso de la luna,
mediana o llena,
donde mi infancia resucita,
para volar con las brujas
que en los tejados
aun se dibujan,
carpantas del pasado
que todavía me habitan,
y con la vieja escoba
y su nariz puntiaguda,
a volar y a pecar me invitan.
 
Me gusta andar de noche...
En tu sardiné
me detengo confuso,
y llamo al aldabón
del albedrío único

de tu alma solitaria...
esperando el olor
que de tu desván salga,
y me anuncie
que estás preparada,
como el folio en blanco,
como el almendro en flor,
como las zarzas.
 
Me gusta andar de noche...
cuando cargado de dudas
los interrogantes no me pesan,
abrigado por la niebla oscura
que rodea el averno de mi locura,
para acabar siempre
en la guarida estrecha,
donde mis pecados se confiesan,
instantes antes
de volver a la lascivia
en que te refugias y me esperas,
en un salvaje edén,
donde hasta la noche, mi amor,
siente envidia,
al verte desnuda,
tan blanca y abierta.