Doñana siempre gana y esta vez no va a ser diferente. Será que por naturaleza tiendo al optimismo. Será que sigo creyendo en el ser humano. O será que no me resigno a claudicar. Será por lo que sea, pero estoy convencido de que Doñana ganará esta nueva batalla. Saldrá de la lucha, como en ocasiones anteriores, maltrecha, pero creciendo en recursos. Tengo para mí que la reserva natural de Doñana está tocada con la gracia de la supervivencia. Contra viento y marea sobrevive desde que en los años sesenta trataron de desecar sus marismas para construir urbanizaciones y, desde entonces, mantiene una guerra permanente con un entorno avariento, insaciable. Porfía de la que siempre sale, si no indemne, sí victoriosa. Herida, pero viva y dispuesta a seguir resistiendo.
Por esa confianza en la fortaleza de Doñana me he abstenido de opinar en los últimos meses sobre las amenazas que se ciernen sobre el parque natural más importante del sur de Europa, la legalización y ampliación de los regadíos del entorno y la urbanización de chalets y campo de golf de Trebujena. No he opinado hasta ahora porque tenía la esperanza de que la balanza volvería a inclinarse una vez más a favor de Doñana. Ahora escribo porque ya no tengo la esperanza, sino la certeza. El presidente de la Junta, Juanma Moreno, después de tropezar con la comisión europea, ha empezado a recular en el proyecto de legalización de los regadíos del entorno y la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir ha dicho que no va a autorizar el viejo proyecto de Trebujena.
Doñana no se toca. Bastante tiene ya con la escasez de aguas que sufre por la sequía y por los bombeos, legales e ilegales, que diezman el acuífero 27, principal reserva húmeda del parque. Que Doñana es intocable deberían saberlo a estas alturas todos los que se dedican a la política en esta Andalucía nuestra. Sólo la ignorancia o la falta de experiencia de Moreno Bonilla explican que diera el paso de anunciar su proyecto de legalizar los pozos ilegales que dejan sin agua el parque e incluso ampliar los regadíos. Ignorancia e intereses porque hay numerosos ayuntamientos de la comarca en juego y su colofón de un posible control de la diputación de Huelva. Dicho en pocas palabras, los vecinos del parque votan, los patos no.
Los que se aventuran en las procelosas aguas de Doñana ignoran que el parque superó hace muchos años el punto de no retorno. Desconocen que Doñana es ya una fortaleza inexpugnable. La marca Doñana, Patrimonio Universal de la Humanidad y Reserva de la Biosfera, tiene vida propia y quien ose enfrentarse a él tiene bastantes papeletas para sucumbir en el intento. Juanma Moreno lo acaba de descubrir y no sabe cómo salir del atolladero en el que se ha metido. Todavía no ha dado marcha atrás públicamente porque está en campaña electoral e intenta salvar los muebles del puñado de votos de los pueblos cuyos términos municipales lindan o están incluidos en los terrenos protegidos.
Como lo descubrieron los anteriores presidentes de la Junta de Andalucía y algún que otro dirigente político. Que se lo pregunten, si no, a Manuel Chaves que tuvo que hacerle frente al vertido contaminante de Aznalcóllar (1998) destinando una ingente suma de dinero para salvar Doñana ante la mirada recelosa de la UE. Que se lo pregunten a José Rodríguez de la Borbolla, que gestionó la batalla anterior a la de Aznalcóllar: la utilización masiva de plaguicidas en los arrozales de las marismas y que puso en peligro a millones de aves migratorias. O a Diego Valderas, ex dirigente de IU y ex alcalde de Bollullos Par del Condado, que sufrió la ruptura de su coalición con Los Verdes precisamente por la falta de beligerancia frente al proyecto de urbanización de Trebujena, avalado por un alcalde de IU.
"Doñana no se toca" debería ser la primera asignatura de todo político que aspire a gobernar Andalucía. Es más, Doñana siempre crece después de cada batalla. Cuando quisieron desecar las marismas para urbanizarla nació el primer territorio protegido, la Estación Biológica de Doñana. Fue el fruto de una suscripción internacional promovida por el profesor Valverde, con Bernis y Hoffman que acabó adquiriendo 6.794 hectáreas por dos millones de francos suizos. Desde entonces, Doñana no ha parado de crecer y hoy ocupa una superficie de 122.487 hectáreas. La Estación Biológica de Doñana, el embrión inicial, nació en 1964. El parque nacional fue creado en 1969 con 54.000 hectáreas. Veinte años más tarde, en 1989, se le sumó el parque natural (otras 68.000 hectáreas), que creció otra vez en 1997.
Si la historia del parque dice que después de cada batalla Doñana sale reforzado, ahora le toca aumentar su disponibilidad de agua. El incremento del espacio protegido ha sido paralelo a la implantación en el entorno de nuevos cultivos agrícolas, fresas y otros frutos rojos. Con la consiguiente exigencia de agua para el riego. Lo que está en juego ahora no es tanto la superficie protegida como su subsuelo, sus aguas subterráneas. La batalla es diferente a las anteriores y está marcada por la escasez de lluvias originada por el cambio climático y por la sobre explotación de los acuíferos. El reto para el parque es gigantesco porque uno de los factores, el cambio climático, puede estar ya fuera del control humano.
Con todo, sin saber todavía cómo el cambio climático va a modificarlo todo, hay indicios de que Doñana puede salir bien parada de esta nueva batalla. De momento se anuncia la agilización de un trasvase de aguas de los ríos Odiel, Tinto y Piedras para llevar agua a Matalascañas, la enorme urbanización que ahora vive del agua que extrae del subsuelo de Doñana. También hay movimientos para allegar agua mediante el recrecimiento de la presa del río Agrio. Algo se mueve y habrá que estar alertas para que Doñana no muera. Pero sin perder la esperanza porque Doñana no se toca.