Tengo una amiga italiana que no entendía la diferencia entre las preposiciones por y para. Le expliqué que por es la consecuencia de algo, mientras que para es el camino de la consecución de algo. En italiano sólo existe per, que significa por y para al mismo tiempo. No deja de sorprenderme la precisión de la lengua castellana.
Muy a menudo me pregunto si lo que ocurre a nuestro alrededor es la consecuencia de nuestros actos o la fórmula para conseguir lo que anhelamos, si es el epílogo o el prólogo de algo. Me pregunto para qué sirven muchas cosas que a mí me parecen inútiles y a otros vitales. Claro que también lo que yo hago, lo que sé hacer, a muchos les puede parecer perfectamente prescindible. Todo lo que aportamos a este mundo está condicionado por su “utilidad”. Lo que seamos capaces de hacer, bueno o malo, obra maestra o churro, construcción o demolición, hacer el bien o hacer la puñeta a base de bien, será valorado en función del mercado persa en el que vivimos.
¡Es el mercado, amigos!
Todos tenemos que producir cosas que se puedan vender ¡Tanto vendes, tanto vales! Tenemos que cultivar cosas, fabricar cosas, transportar cosas, reparar cosas, limpiar cosas, cocinar cosas… Hay que ser competitivos, eficientes, eficaces, rentables y no pensar mucho, no criticar nada que pueda ofender al jefe del negociado, siempre atento. Hay que producir, producir y producir, estar integrado en el sistema, formar parte de la máquina, como Charlot en “Tiempos Modernos”. Eso sí, hay que ir al tajo con las necesidades fisiológicas cubiertas porque ir al baño, echar un pitillo o tomar un café te lo pueden descontar del salario.
En realidad, estos tiempos “tan modernos” son un periodo de transición para la automatización total del trabajo. Cada vez más, el trabajo repetitivo lo hacen las máquinas, aplicando algoritmos estándares. El dinero es codicioso, sabe que la mano de obra metálica es mucho más barata aún que la carne humana. En un futuro no muy lejano la inteligencia artificial y la robótica harán todo el curro. Y entonces, ¿qué hará la gente? ¿Para qué sirven los trabajadores sin trabajo? ¿Para qué sirve un ser humano que no puede consumir? ¿Para qué sirve una “maza sin cantera”? ¿Por qué tiene que haber tantos pobres? No son útiles, no somos útiles.
¿Para qué sirve un ser humano?
En busca de la supervivencia, de no tener que dormir sobre cartones, nos dicen que hay que reinventarse (cómo odio esa palabra) y dedicarse a algo creativo, a inventar belleza. “Eso sí que está bien valorado en nuestra sociedad”. Salvo tres o cuatro, los músicos talentosos con suerte, podrán llegar a la cumbre del arte y comer de su música, claro que tendrá que ser poco. Si quieren grabar un disco, tendrán que pagárselo ellos. El que quiera publicar un libro, tendrá que vender su obra puerta por puerta para cubrir gastos. En el siglo de las luces creativas, todos podemos, es más, todos tenemos derecho a nuestro minuto de gloria, pero sólo si lo podemos pagar.
Existe el talento, pero nadie lo valora, todo el mundo lo admira, pero nadie quiere pagarlo, el artista tiene que vivir por amor al arte. Hace tiempo que unos niñatos de Harvard y Stanford, decidieron acabar de facto con los derechos de autor. Hay que compartir todo con el pirata Barbanegra, siempre que ellos saquen tajada, y la sacan, vaya si la sacan. El único talento que se paga es el necesario para decir estupideces indocumentadas en un canal de Youtube, darle patadas a un balón, hacer ripios machistas con el ritmo más simple imaginable o mentir aunque sea de manera ridícula, insultando gravemente a la inteligencia, pero no a la artificial, sino a la otra.
¿Para qué sirve el talento, nos lo podemos ahorrar también? No hay ninguna máquina, por mucho “cerebro” que tenga, que sea capaz de escribir una novela, a no ser que sea un refrito, un corta y pega de diferentes plagios. Cuantos expertos en humo, estos con cerebro gris aunque sea de mosquito, viven muy bien a base de vender la nada en forma de conspiraciones más o menos alienígenas. Cuántos mercaderes ponen a la venta la mentira cochina al servicio del poder y lo llaman periodismo.
Cuando los contables tomen definitivamente el control, con algoritmos o con calculadoras de bolsillo, y decidan si vivimos o no para obtener un porcentaje. Cuando el ser humano renuncie a llevarle la contraria al mando, cuando muera el espíritu crítico, el amor por el trabajo bien hecho, la originalidad, la creatividad, cuando muera la inteligencia…
Nadie recordará por qué usamos la palabra belleza, aunque a muchos no les sirva para nada.