Todos los seres humanos miramos una manzana y vemos una manzana. Miramos una flor y vemos una flor. Nos diferenciamos en que unos diremos que la manzana es buena y otros que mala. Pero la manzana es una manzana. La flor diremos que es bonita o fea, que nos gusta el olor o que no nos gusta. Son diferencias generales. Pero hay algo mucho más sutil que caracteriza a los seres humanos. Es la forma de mirar una manzana o una flor. La sensibilidad para percibir sus formas, algo así como saber interpretar el mensaje estético que transmiten una manzana o una flor y plasmarlo después en un lienzo, un papel, una madera o un cuero. Podríamos decir que hay una clase especial de seres humanos capaces de comprender el lenguaje estético de las cosas. Saben mirar y recrear. Uno de esos seres especiales es el fontaniego Juan Corzo.
Pregunta.- ¿El pintor nace o se hace?
Respuesta.- Nace y se hace. La pintura es innata, nace contigo. Pero también tienes que aprender que las cosas tienen volumen, que los colores tienen unas propiedades, que se mezclan de una determinada manera, que la luz incide de diferentes formas según tu forma de mirar y según sitúes el objeto que miras. Lo que no se aprende es la subjetividad de la pintura y por eso un mismo cuadro gusta a unos y no a otros. Lo más importante es saber mirar. La persona que pinta mira dónde empieza y dónde termina una sombra.
P.- El común de los mortales no sabemos mirar.
R.- En general, falta educación estética y eso produce, entre otras cosas, que la ciudadanía no valore lo suficiente el arte pictórico. A lo sumo, enmarcan una lámina del calendario que les gusta y ya tienen algo que colgar del salón o del dormitorio.
P.- ¿De dónde le viene a Juan Corzo la afición?
R.- Empecé a pintar con ocho o nueve años. El profesor Sebastián Molina, que en la escuela me dio clases de dibujo artístico, dictaminó mi futuro diciéndome "tú vas para bellas artes". En mi casa, mi madre pintaba cenefas con polvos colorantes que compraba en la tienda de Luis de la Roeta. La gente los mezclaba con agua y ella lo hacía con leche, lo que hacía que los dibujos duraran mucho más. Con ellos, yo pitaba en tablas. Desde entonces, siempre he tenido la necesidad de pintar, como quien tiene necesidad de responder a un impulso natural. Por así decirlo, es como una necesidad física, como respirar o beber. Pintar una idea cuando ves un lienzo en blanco o un cuero liso es una tentación irresistible.
P.- ¿Muchos cuadros pintados?
R.- No los he contado nunca, pero sí, muchos. Vendidos, pocos, porque nunca me he planteado esto como una actividad lucrativa. He regalado muchísimos.
P.- ¿Alguna preferencia temática y de estilo concreto?
R.- Hago bodegones, paisajes y figuras. Me atrae especialmente la expresividad de las figuras. Me llaman la atención los temas africanos y mi estilo se mueve entre lo clásico y lo moderno, según cada momento. En 2003, cuando me fui a Córdoba, empecé a trabajar el cordobán. Mi mujer, María Dolores Agüera, fue destinada a un colegio de Córdoba y yo aproveché la ocasión para inscribirme en la escuela de Artes Plásticas y Diseño Mateo Inurria. El repujado y policromado del cuero, una técnica que data de la época de los Omeya, es algo apasionante. Piezas de cordobán he vendido algunas.
P.- ¿En qué artistas te reconoces?
R.- Me gustan Sorolla y ... Velázquez, Murillo, Nonell... De Dalí me atrae la extravagancia y la volatilidad. A Picasso no lo entendí hasta que contemplé el blanco del Traje de primera comunión, en el museo de Barcelona.
P.- Y Manuel Mazuelos, ¿no?
R.- Mazuelos fue durante toda una época el maestro de todos fontaniegos los que quisimos ser artistas. Yo tengo los privilegios de haber aprendido junto a Manuel Mazuelos y de haber diseñado la placa que dio nombre de Alarifes Ruiz Florindo que da nombre a la calle donde tenía su taller. Yo era de la Veracruz cuando él era hermano mayor y asistía a sus enseñanzas entrando por la cochera. Era un hombre muy religioso y culto.
P.- ¿En Córdoba echas de menos Fuentes?
R.- Muchísimo, aunque estoy lo suficientemente cerca para venir con frecuencia. Tengo aquí tantos amigos que sería imposible dejar de venir. Manolito Moreno e Isabelita, Juan el Pescaero y la Piru, Pepito Mojero y Antonia, Manuel el Mosca y Gregoria, Agustín y Nati... Fuentes es lo mismo que un sueño que se me aparece siempre en el rincón de la rebalandeta del callejón de la Puerta del Sol, en nuestra iglesia. Cuando camino por las calles de Córdoba, todavía miro a la gente buscándole parecidos con vecinos de Fuentes. Soy más fontaniego que un entornao y el paseíto la Arena.
P.- ¿En estos últimos veinte años has visto cambios en Fuentes?
R.- Fuentes ha cambiado, no hay duda. Avanzamos en bienes materiales, pero dejando atrás la intensidad de las relaciones personales, la profundidad del conocimiento entre los vecinos. En la arquitectura de los espacios públicos gustaría que se hubieran respetado algunas señas de identidad de Fuentes, como eran los bancos de ladrillo y azulejos de los paseítos de la Plancha y de la Arena.