Los científicos de la NASA no se ponen de acuerdo con los de la ESA, sobre la probabilidad de que el asteroide YR4 destruya la Tierra. Las agencias espaciales no tienen claro si la pedrada será en la frente, en la piñata, o si nos tocará la pedrea a todos. Podría llover café en el campo, como cantaba Juan Luís Guerra, o papas arrugás con mojo picón y, ya puestos, aceite de oliva, que está carísimo. Lo más probable es que ni se acerque. Por tanto, no parece que se vaya a extinguir la humanidad, claro que tampoco se van a extinguir los dinosaurios.
Los Tiranosaurios, que una vez más dominan el mundo, podrán seguir rugiendo y frotándose las manitas. No tienen enemigos naturales, no se les conocen depredadores. Están en lo más alto de la pirámide trófica, dispuestos a comérselo todo. Mientras enseñan los dientes afilados, agitan fajos de billetes, al mundo le van el palo y la zanahoria. Cierto es que no son tantos como parecen, pero tampoco son tan insaciables como parecen. Lo son aún más.
Antes de oler su reptiliano y fétido aliento, sus víctimas se rinden, bien por pura congoja, bien por extrema ambición. Sin rechistar se convierten en marionetas, bufones cómplices que les ríen sus gracietas infantiles. Siempre ha habido gentes dispuestas a ganarse al jefe, a ser apéndices que cumplen las órdenes con la diligencia de un sargento chusquero, sin hacer preguntas. Son lagartijas que creen ser dinosaurios. Estos no son pocos, acólitos hay muchísimos, cada día más, cada vez más jóvenes. Como los “Minions”, siguen a su villano favorito.
Hay otros bichos propios del Mesozoico, también de cabeza pequeña, que van a sobrevivir. Lamedores de lengua bífida que bailan al ritmo del toqueteiro no correspondido, babeantes palpadores de glúteos ajenos, machos alfa que actúan como lobos solitarios o agrupados en manadas. No acaba con ellos ni el salfumán con sosa cáustica. Se toman medidas, se hacen leyes, no están bien vistos en la sociedad, nos indignan, nos rasgamos las vestiduras ante su comportamiento, pero siguen ocupando poderosos puestos en una sociedad sorda y con tortícolis de tanto mirar hacia donde no es.
Se hacen fuertes en federaciones deportivas, en partidos políticos, en los juzgados, en medios de comunicación, en empresas, en los escenarios, están por todas partes. Nos tienen infestada la cabeza con su lenguaje soez y su elegancia de Cromañón rebosante de testosterona y su exhibicionismo hortera. Son agresivos y faltones, con una mentalidad a medio camino entre portero de discoteca y Torrente, el brazo tonto de la ley. Su lema es: “A ver quién la tiene más grande”.
También hay un grupo menos conocido de saurios, los que nadan en el cinismo y la hipocresía. Estos no tienen escamas, al contrario tienen la piel como la de un lichi en almíbar. De maneras suaves, son educados, cultos y refinados, siempre que no estén a solas con una chica más joven e inexperta, que admire su labia de máster universitario, sus títulos enmarcados en plata de ley, su discurso igualitario ¡Qué majos! La cara de niño bueno se transforma en la de Mister Hyde y el monstruo oculto aflora en cuanto se dan las condiciones apropiadas. No hay ideología que valga cuando se es un cabrón…
No parece que una piedra con forma de patata, del tamaño de un edificio de ocho plantas, nos vaya a rozar la cáscara. No parece que el año 2031 sea el del juicio final. Pero si lo fuese, más de un genocida que invoca al odio, la violencia y los pingües beneficios, saldría bajo fianza o exonerado de todo delito. Sus subalternos dirían que obedecían órdenes. Otros, asegurarían no haber visto nada, no haberse enterado de nada.
En 2031, probablemente el mundo todavía seguirá siendo hermoso, la música seguirá sonando, la mayoría de la gente elegirá la empatía y la solidaridad frente al individualismo, se seguirá admirando la belleza de la inocencia y el alma de la buena gente. No desaparecerán las miradas limpias, las sonrisas gratuitas, la ternura. Enarbolar las banderas de la verdad, del respeto, de la inteligencia y la alegría, será la mejor defensa preventiva. Siempre es mejor bailar que desfilar.
Estamos indefensos ante los dinosaurios, las lagartijas, los suavones y las ladillas comunes. Estaban amedrentados y cabizbajos, pero se han venido arriba. Ahora corren por las calles alardeando de pelo en pecho, aupados por gente normal, por los humildes perdedores del juego del Monopoly. Quieren quedarse con todo el pan y toda la sal. Somos más, muchos más y tenemos razón, aun así nos seguirán bombardeando con cantos rodados que no vienen del espacio.
Los dinosaurios no se extinguirán por sí solos, ni la solución será extraterrestre. Hagamos algo que no sea callarnos, que no sea agachar la cabeza y rendirnos ante la barbarie. Recordemos que se puede matar a un gigante con una piedrecita, sólo necesitamos una honda.