Son las ocho, escucho en la radio que Pedro Castillo, propietario de un sombrero mayor que el de Speedy González y presidente de Perú, ha sido detenido. Al parecer se ha dado un golpe de estado en el pie, a mí se me ponen de punta los pelos del bigote. Más tarde ingresa en la misma cárcel donde se encuentra Alberto Fujimori, apodado “el chinito”, un expresidente mangante. En España los expresidentes son jarrones chinos que calientan asientos en los consejos de administración de empresas energéticas. En Perú calientan un jergón en el trullo.
¿En qué momento se jodió Perú? Se preguntaba Mario Vargas Llosa, antes de cambiar de acera y acercarse al “trumpismo ayusero”. Yo me pregunto ¿en qué momento se jodió Vargas Llosa? No logro entender cuál es el mecanismo que hace que algo que funciona bien deje de hacerlo sin un motivo aparente. A España le iba bien (con sus luces y sus sombras) era un imperio, una potencia cultural de primer orden. Expulsó al tirano Napoleón, pero supo copiar el espíritu revolucionario de libertad de los franceses. Redactó la primera constitución liberal de la historia (no confundir nunca liberal con neoliberal). En esto y deseado por todos, llegó el felón Fernando VII y con su repugnante traición todo se fue al garete al grito de: “¡vivan las cadenas”! Volvió el absolutismo, se jodió España.
Me pregunto si se ve venir el momento en el que un país, una sociedad o una relación salta por los aires, se rompe ¿Vemos las señales de humo o creemos que son nubes? El momento crítico y definitivo es un golpecito sin importancia, una futesa, una gota de agua que desborda el Amazonas, un punto sin retorno ¿Ocurre sin previo aviso? Sabemos que al planeta le faltan muy pocos arañazos para convertirse en un desierto inundable, oímos las alarmas, los científicos llevan muchos años clamando ante la sordera, pero… Qué más da, el que venga detrás que arree. Mientras no explote seguiremos hinchando el globo. Es estúpido que yo diga que el ser humano es estúpido, todos lo sabemos, aunque siempre que hablamos de esto nos referimos a los demás, claro.
Las personas somos sociables, amistosas y tendemos a emparejarnos de por vida como las orcas o los católicos, como diría Woody Allen. La señal de toda ruptura en las relaciones humanas es un clic, la última gota, un ya está bien, un hasta aquí llegó Fernández. Vemos las señales de que algo no funciona con antelación, pero tampoco en este caso hacemos nada para solucionarlo. Que pare el otro, pensamos, para encastillarnos en Peñíscola como el Papa León trece. Cuántas voces pega una pareja hasta decir “no te aguanto ni un segundo más”. No hay despedidas, en la película “Casablanca” no se oye decir a Rick: Louis presiento que este es el final de una hermosa amistad. Qué ocurre para pasar de una amistad intensa a no dirigirse la palabra.
Las relaciones humanas son como borricos a los que vamos cargando de leña, mientras el animal no se queje, mientras no nos suelte una coz… Luego suele ser tarde. Lo que está muerto no puede morir. Entonces en ausencia de “superglú”, cuando se acabó la pasión, el amor o la amistad, todo se vuelve pretérito. Tendremos que reconstruir nuestro pasado, maquillando momentos importantes, corrigiendo con tipex partes imprescindibles de nuestra vida. Es un arte sobrevivir a nosotros mismos. Deberíamos tener en cuenta lo que decían los griegos. “Panta rei”, todo fluye, todo cambia.
Llueve. Llueve cada día aunque no lo veamos. Llueve tiempo ácido que todo lo carcome, que todo lo renueva; hace que todo muera, que todo nazca. Es como el oxígeno, el veneno sin el cual no hay combustión en nuestras células, hace que envejezcamos hasta morir, pero sin él la vida no es posible. Llenaremos vasos rebosantes de inconveniencias, recelos, cuentas pendientes, reproches y deudas, eso es seguro. En nuestras manos está vaciarlos o dejar que se desborden. Seguiremos construyendo futuros nuevos o inventándonos pasados llenos de ausencias.
Somos tiburones, solo podemos nadar hacia adelante.