La Unión Europea es, más que una grandísima fuente de subvenciones, un modelo de desarrollo social, un ejemplo de paz y un conjunto de servicios públicos. Europa es sinónimo de estado del bienestar. Eso y no otra cosa es lo que estamos llamados a defender hoy en las urnas. Ayudas, desarrollo, paz y equilibrio social frente al sálvese quien pueda, la pobreza, la guerra y la desigualdad. Eso es lo que nos jugamos este domingo. Nada más y nada menos. Es un momento crucial de Europa porque se enfrentan fuerzas políticas que quieren destruir la unidad y fuerzas que la quieren preservar. ¿Estamos dispuestos a encogernos de hombros pensando que esto no va con nosotros?

Las elecciones de este domingo van de nosotros, de nuestra sanidad pública y universal, de nuestra educación gratuita, de nuestros campos subvencionados y de nuestro planeta preservado para las futuras generaciones. Europa no es un ente abstracto ni una realidad lejana. Desde 1986, Europa somos nosotros porque los españoles compartimos con los habitantes de otros estados miembros un espacio común que tiene un peso importante en la escena mundial debido precisamente a que sumamos mucha población (consumidores), una poderosa economía (producción) y una enorme cultura (creatividad). ¿Qué peso tendrían España o Italia, por no decir Portugal, en el mundo globalizado actual? Poco o ninguno. Los estados-nación fueron el reflejo y sirvieron para lo que sirvieron desde la Edad Media hasta finales del siglo XX. Lo mismo que los feudos lo fueron antes.

La UE es la historia de la combinación de varias necesidades: la necesidad de dejar atrás para siempre la guerra entre estados europeos, la necesidad de ganar competitividad en un mundo cada vez más globalizado y la necesidad de crear un estado de bienestar (salarios dignos, sanidad pública, educación gratuita y pensiones seguras) con el que el capitalismo respondió al sueño revolucionario del movimiento obrero surgido del industrialismo fabril. El estado como agente corrector de las desigualdades inherentes al capitalismo. En los tiempos que corren conviene recordar esos orígenes porque, aunque a estas alturas puede parecer mentira, existen tensiones para desmantelar el pacifismo, la competitividad y el estado del bienestar. Si ganan las fuerzas políticas de extrema derecha, que proponen liquidar esos valores fundacionales, Europa habrá muerto.

Conviene recordar los orígenes porque asombra lo fácil que ha calado en una parte muy importante de la ciudadanía el discurso populista, engañoso a todas luces, según el cual Europa es un lastre porque impone límites a la destrucción del planeta, es una carga que exige controles al uso del dinero de las subvenciones y promueve los derechos y la integración de los trabajadores migrantes. Asombra que ese discurso lo repitan como loros ciudadanos de a pie que llevan años beneficiándose de cuantiosas ayudas, que viven precisamente de la tierra y de la mano de obra que les proporciona la inmigración.

Hagamos por un momento el ejercicio de imaginar qué pasaría si mañana Europa amaneciera sin el control de los productos químicos que se emplean en la agricultura, sin el dinero de las subvenciones y sin los inmigrantes que trabajan los campos y fábricas, limpian las ciudades o cuidan de los mayores. Pronto acabaríamos envenenados -mucho más aún de lo que ya estamos- empobrecidos y sin gente dispuesta a hacer los trabajos más penosos y mal pagados de esta sociedad de la opulencia. Porque, aunque se empeñen en hacernos creer que vivimos al borde de un precipicio, salvo una minoría, la mayoría disfruta de un país que nada en la abundancia.

Lo que propugnan el nacionalismo y el neoliberalismo emergentes en Europa es romper Europa para volver a instaurar el capitalismo salvaje de los primeros albores de la industrialización. Le llaman "libertad", cuando lo que quieren decir es volver a las armas, a la desigualdad más lacerante, a la tensión entre países hermanos y a la destrucción. Por más que los partidos sólo hablen de sus luchas por el poder, por más que bastantes jueces le hagan el trabajo sucio a la derecha, de la defensa de los salarios dignos, de la pervivencia de la sanidad pública, de la educación y de las pensiones van estas elecciones. ¿Nos vamos a dejar engañar tan fácilmente?