El pasado día 4, con suave viento de levante, en el Palacio de San Telmo, la Junta de Andalucía celebró con pompa y boato el “día de la bandera”. Unos niños con ropa de ir a misa de once izaron la bandera Rojigual…, perdón Blanquiverde. Los actos me recordaron, salvando las distancias democráticas, a otros igualmente apolillados, como el día de la raza. Nuestro risueño presidente, emulando a George C. Scott en la película “Patton”, hizo colocar tras de sí una bandera andaluza del tamaño de una mesa de ping pong. Feliz como una perdiz, nos contó que la bandera es de todos.

¡Qué alegría me dio, albricias, por fin!

No fue así siempre, por mucho que trepe por mástil Moreno Bonilla; por mucha puesta en escena, por mucho llanto de una poeta inundada de lágrima y moco; por mucho discurso huero de una maestra de ceremonias, a la que le da vergüencilla hablar en público con acento andaluz, no fue siempre así. Tras ensalzar a Blas Infante, al acabar el discurso, este sí, con acento andaluz, Moreno gritó entusiasmado ¡Viva Andalucía! Lo de libre, ya si acaso, lo dejamos para otro año. Si ensalzamos a Blas Infante, tenemos que respetar su memoria. El lema “Viva Andalucía Libre” también es un símbolo de nuestra tierra.

Un día, Josep Tarradellas dijo: “Ja sóc aquí”, llegó, vio y venció y Cataluña tuvo su ansiada autonomía, vale, era lógico. El País Vasco también la consiguió, natural. Que Galicia… bueno, sea. Pero eso de que Andalucía consiguiera el autogobierno interrumpido en el treinta y seis, no lo iba aceptar un estado españolero. Ni el centrado Adolfo Suárez, ni su partido formado con retales de distintas derechas tragaban. Solo Manuel Clavero Arévalo puso por delante de su cargo el compromiso con su tierra. Para el resto, aquel plebiscito al que el gobierno de España nos obligó (solo Andalucía tuvo que atravesar un campo lleno de minas) aquel “no era nuestro referéndum”. De haber colado esta idea, todavía estaríamos esperando el que sí sería nuestro referéndum. Igual creían que además de pobres éramos cortitos con sifón.

La manifestación del 4 de diciembre de 1977 fue la respuesta de un pueblo humillado, condenado a la ignorancia y la pobreza, a huir para poder vivir. Nuestra tierra era para España un vivero de mano de obra barata y un manido estereotipo decimonónico de toreros y folclóricas. A diferencia de lo que dijeron muchos en el rancio acto institucional de la bandera, la lucha por la autonomía sí era ideológica, aunque no partidista. Rojas Marcos, muy presente en el acto, dijo que en aquella época el Partido Andalucista hizo esto, el Partido Andalucista hizo aquello. En aquella época ese partido se llamaba Partido Socialista de Andalucía, aunque a él se le haya olvidado. Nunca tuve claro cuál era su ideología, quizá por ello, por no tener ideología, el P.A. desapareció. Por muy andaluz que se sea, no se puede ser socialista-liberal-cristianodemócrata-conservador.

Tardó mucho la derecha en admitir una Andalucía autónoma, supongo que pensaban, cómo no, que se rompería España. Un día despertaron a la realidad y Javier Arenas empezó a cantar al terminar sus mítines “andaluces levantaos pedid, tierra y libertad” ¿A quién le pedía la tierra Javier Arenas? A su padre no, era el señor de Olvera. Aznar también cantaba lo mismo, era surrealista, yo lo vi sin dar crédito a lo que fotografiaba, algo increíble, o quizá no. Más tarde hablaba catalán en la intimidad. En cualquier caso fue un gran avance, por fin estábamos todos, los de derechas, los de izquierdas y los de “por un lado no sé qué decirte, por el otro, qué quieres que te diga”.

Ojalá, este no sea el principio para inmatricular los símbolos de Andalucía, como ha hecho la derecha tantas veces en España. No tengo por qué poner en duda el compromiso con Andalucía que siente el presidente, pero su partido siempre ha arrastrado los pies. Dos días más tarde, el día 6, se celebraba en Madrid la Constitución. El presidente ya no habló de Andalucía, habló del sur, no tenemos nombre. Al parecer no somos una nación, ni una comunidad autónoma, solo somos un punto cardinal. Nuestros gobernantes no lo pueden evitar, últimamente se oye cada vez con más frecuencia la palabra región. Región, región, región, región, especialmente en Canal Sur. Región, una porción, un trozo de tierra sin consciencia de su existencia, sin identidad. Las palabras nunca son inocentes, a este paso, seremos ABAJO.

Espero que nadie privatice el sentimiento de ser andaluz y que de repente haya buenos y malos andaluces. Espero que también se consideren banderas de Andalucía la educación, la salud, la cultura… Para sentirse andaluza o andaluz no hace falta ser de izquierdas o derechas, no hace falta ser pobre o rico, ser del Betis, del Granada C.F. o de la Balompédica Linense, nacer aquí o en la Conchinchina. Basta con conocer Andalucía, porque conocerla es amarla. Nadie nos ha regalado nada, nadie nos podrá hurtar nuestra identidad.

¡Viva Andalucía libre!