Me encanta mirar al Sol con los ojos cerrados, sentir cómo la energía me dora el espíritu, notar su calor a ciegas. Siempre me ha fascinado esa sensación de ingravidez auto inducida. Siento  como si mi cuerpo dejase de ser denso. Sólo se puede mirar al Sol sin verlo, las leyes de la física lo prohíben. Por eso me oculto tras unas gafas de Sol que me libran de todo mal. Las gafas son un burladero tras el que esconderse de miradas que embisten y a veces empitonan. Desde la seguridad tintada puedo mirar sin usura, observar las caras de la gente, la evolución de las formas, la intensidad de la luz. Mirar y conseguir ver es el gran vicio de los fotógrafos.

Se necesitan los dos ojos para que el cerebro óptico procese una imagen tridimensional. Gracias a la estereoscopia podemos profundizar en el infinito de las cosas, calcular la distancia entre lo útil y lo fútil, lo superfluo y lo relevante, el trigo y los choco Krispis. Es necesario usar dos ojos para entender el volumen; sin él la realidad es una planicie tosca que se aplasta contra el suelo. Siempre me he preguntado qué visión tendrán del mundo los estrábicos o los ciegos de un ojo (perdón, me he dejado llevar por la ñoñez imperante, quería decir tuertos) cómo ven venir el devenir ¿Ven el mundo, regordete o escuchimizado?

Los bizcos y los tuertos son víctimas involuntarias de la planicie, lo siento por ellos. Por los que no siento nada es por los cíclopes voluntarios. A no ser que se tengan seis años de edad, lo de tapar el Sol con un dedo, es una gilipollez. Ver sólo con un ojo es como ver con ninguno. Por eso tanta gente cree que vivimos en un eclipse total, que el fin del mundo está cerca. Estamos rodeados de beltenebros que se iluminan con la luz de un cigarro bajo en nicotina. No ven lo que no quieren ver, no ven porque no quieren ver, dicen ver lo que no ven. Los que sólo ven por un ojo porque quieren no tienen ningún problema físico, pero si mental. “Pito, pito, gorgorito, elijo el lado más bonito”, dice cada día más gente, la misma que quiere rosas sin espinas, verano sin calor, bebés sin llanto, tele sin anuncios.

Muchos quieren ver sólo lo que les dé la razón, lo que les reafirme como librepensadores, aunque su única idea sea la de seguir al abanderado. Para ver la realidad a su gusto les basta con un solo cristal. Vicente, el casi invidente, hoy estará a favor, mañana en contra y de nuevo a favor la semana que viene. Se cambia de ojo con la naturalidad con la que a Igor le cambiaba la joroba de sitio en “El jovencito Frankenstein”. Qué sabrá la ciencia, piensan muchos integrantes del club de los “enteraos”, el que tiene información privilegiada no apta para pobres diablos como nosotros. Son los mismos que exigen ser escuchados aunque no digan nada, aunque jamás hayan tenido una idea, aunque su discurso sea el mismo de un guacamayo. Los cicateros que siempre lloran sólo con un ojo, de tanto mirar a su caballo acaban reventando de gordo.

Necesitamos todos nuestros sentidos para entender hacia dónde vamos. Hay muchos aspirantes a caudillos, mesías de la nada futura, salvadores de lo inexistente, prohombres de barro, alfeñiques manejados por marionetas con hilos de fibra óptica. Les gustaría que tuviésemos ojos que no vean y corazones que no sientan. De momento nos están dejando tuertos, sólo vemos la verdad de nuestro lado, lados que acaban siendo trincheras. Se nos está muriendo el periodismo y con él la capacidad de crítica. Entregamos nuestro poder soberano a la frivolidad, mientras bailamos con vídeos de TikTok.

No existen ni el blanco ni el negro, sólo millones de tonos de gris. Tampoco existe el centro (murió hace tiempo, ahora le llaman epicentro). Lo que sí existe es la neutralidad equidistante que no se compromete con nada, que exige soluciones milagreras, pero quiere que decidan otros. Los matices lo son todo, pero preferimos el trazo gordo, nos estamos convirtiendo en una reata de borricos con anteojeras, que sólo ve el estrecho camino marcado por tahúres indespeinables.

Quiero mantener los ojos bien abiertos, aunque sé que la estupidez deslumbra más que la sensatez. Hay que enfrentar las luces con la misma valentía que la ausencia de ellas. El consenso es casi imposible porque los intereses son adversos. No me hago ilusiones, pero se podría acordar algo alguna vez, deberíamos escuchar lo que se dice y no quién lo dice. Seguir mirando con un solo ojo es además de estúpido, peligroso. Hay muchos intereses oscuros deseando que creamos que nada podemos hacer, que todos son iguales, que la democracia no sirve para nada, que es mejor tener los ojos vendados, que es mejor ser siervo.