En 1978 decían en el bar de los Catalino que Roma debía de tener mejores tierras que Fuentes porque el Vaticano había conseguido sacar tres cosechas de papas en la temporada. Las variedades de papas extraídas aquel año de las tierras vaticanas eran Juan Pablo I, Pablo VI y Juan Pablo II. Tres papas hubo aquel año y no todas las variedades cosechadas eran de la misma calidad alimenticia. La conclusión era inevitable: los papas, como las papas, pueden ser buenos y no tan buenos. Malos, lo que se dice malos, no llega a haber, llueva o ventee. Hay papas mejores y menos mejores, según los intereses de cada cual. O será que es muy duro llamar malo al máximo representante de Dios en la tierra.

La pregunta pertinente aquí y ahora es ¿de qué lado caerá la cosecha de papas de 2025? ¿Será un papa de los de arriba como Juan Pablo II, de los de abajo como Francisco o medio pensionista como Juan Pablo I? Dada la proverbial tendencia eclesiástica a nadar y guardar la ropa, lo previsible es que sea mediopensionista. Un alivio será que no salga en consonancia con los tiempos reaccionarios que traen los vientos vigentes. Como dijo el propio Francisco, el problema de la Iglesia es que los curas tienen a Jesucristo amarrado a las sacristías y sólo dejan salir a la calle a los cristos de madera. Y las pocas veces que sale a la calle sólo lo dejan visitar los palacios y los barrios ricos.

Fiel a su tradición política, podríamos afirmar sin temor a equivocarnos, que la gente de Fuentes prefiere a un papa que mire a los de abajo. Eso seguro. Aunque pongan al que pongan, nunca lloverá a gusto de todos los mayetes fontaniegos. Dice la voz del pueblo que aquí gusta para el mando la gente sencilla, compasiva y generosa. Por eso cautiva el Cristo humilde de la Humildad y el Señor del Calvario, enclenque, achacoso. Dice la voz del pueblo que por eso seduce la labor de las hermanas de la Cruz con su trabajo callado y útil al cuidado de las personas mayores, necesitadas, vulnerables. Por eso había calado aquí el mensaje del argentino Francisco a favor de los migrantes, los marginados, las personas trans y los presos. Francisco era un papa a la medida de la mayoría de los fontaniegos. Digamos que a medida de la mayoría, aunque tampoco podemos negar que una pequeña parte de la gente de aquí reza para que venga un papa con las misas gregorianas bajo el brazo, las rudas formas y las normas rígidas.

Cuando se mira a Roma tampoco hay que exagerar en cuanto a posiciones políticas de uno u otro lado. Porque si algo caracteriza a la Iglesia en sus más de dos mil años de existencia es su calculada ambigüedad en lo tocante a sus relaciones con el poder terrenal. Con el poder de Dios en el cielo nadie sabe cómo se llevan los papas, pero con el poder de los hombres en la tierra se han llevado siempre de maravilla, incluido el último pontífice. Francisco, el papa de los humillados, concilió con la Rusia de los bombardeos sobre Ucrania y con el Israel de las masacres contra Gaza. La llamada ONU de Dios contemporiza siempre y, si acaso, los papas más comprometidos con los humildes han pedido compasión. El Jorge Mario Bergoglio jefe de los jesuitas de Buenos Aires hizo lo mismo en la Argentina de las matanzas del dictador Videla.

Ahí se incardina la labor de las hermanitas de la Cruz, aquellas que bajo la canícula o el ventisco piden para ayudar a los pobres. Las monjas Mercedarias se sacrificaban para que las niñas del campo estuvieran escolarizadas. Antes los curas eran considerados los desertores del arado o enviados especiales de los patriarcas de las familias pudientes a llamar a las puertas del cielo y a pedir el favor de los despachos. Fuentes, tan lejos de Roma, valora sobre todo la labor social de las hermanitas de la Cruz. Como en el pasado enseñaron a ser costureras a las niñas y cuidaban a los ancianos.

Los únicos brillos de la iglesia fontaniega son sus procesiones y sus cuatro beatos empavonados dedicados a prender cirios y a pagar el bordado de mantos pensando que así ganarán un cielo que no verán ni de lejos. Pasará antes un camello por el ojo de la aguja que un rico en el reino de los cielos. Todo lo demás en la iglesia de Fuentes es auxilio social, caja de resistencia, consuelo del desvalido, esperanza del humillado. Por eso la gente de Fuentes cree en las hermanitas de la Cruz más que en los sermones de las misas, en el cuidado de los viejos más que en el cirio encendido, en la mano tendida más que en los golpes de pecho, en la palabra amiga más que en la palabrería huera del ave María, la salve, el yo pecador y el credo.

Roma está tan lejos de Fuentes como el Sahara de los hielos polares. Aquí importa más la recaudación que logre PADIS para llevar adelante su labor social, cuyo partido se celebró ayer, que el nombre y la sensibilidad que vaya a tener el futuro papa. Ca-uno-eh-ca-uno, lo diga Mahoma o el Papa de Roma. El que quiera creer que crea y el que no, que siga a sus asuntos. Que las cosechas de papas prosperan poco por estas tierras, por más que en el Vaticano haya uno o tres papas al año, como ocurrió aquel 1978, según cuentan las crónicas sin nostalgia fontagiega.