Hace unas décadas, los antropólogos Kristel Hawkes y James O`Connor publicaron una teoría que daba una explicación de la menopausia en la mujer. Dado que solo ocurre en nuestra especie, basaron el sentido evolutivo de su existencia a que, al alargar la vida de las mujeres una vez terminada su época fértil, pudieron ayudar a sus hijas en el cuidado de los nietos -no de los hijos de sus hijos- que así tuvieron más posibilidad de sobrevivir una vez destetados de la madre. Por otro lado facilita el aumento de la población al dar oportunidad de más embarazos a las mujeres jóvenes en los albores del Paleolítico.
La teoría de la abuela, como fue llamada, tuvo en su momento científicos a favor y no tan a favor, como el propio Arsuaga que, entre otras razones, aludía que para que las abuelas cuidaran de los hijos de sus hijas tendrían que vivir en una sociedad matrilineal (las mujeres se quedan a vivir con su grupo originario junto a sus madres) y no hay evidencias de que en los grupos de cazadores-recolectores del Paleolítico esto fuera así. No sé qué de cierto tiene la anterior teoría de la abuela, aunque me gustaría que fuera cierta. Al ser solo una aficionada a la antropología, sin pretensiones, puedo soñar libremente sobre lo que pudo ser. De lo que estoy segura es de la vital importancia que hemos tenido siempre las mujeres a lo largo de la evolución de nuestra especie, de la vida en este planeta que creemos nuestro, que nos necesita, sin darnos cuenta que somos nosotros quienes lo necesitamos.
Sí, la mujer es la creadora de vida en su etapa fértil y más tarde, en la menopausia como abuela, ha sido y es fundamental para la supervivencia en nuestros días. Creo no exagerar con esta expresión cuando veo a las abuelas que, una vez terminada su tarea de crianza, de trabajo dentro y fuera del hogar, siguen realizando una labor de cuidados con las nietas y nietos. Ellas son imprescindibles en las familias, donde la falta de conciliación en los trabajos que impone un capitalismo despiadado hace imposible que las madres y padres puedan atender a sus hijas e hijos, recayendo la responsabilidad en las abuelas. Mujeres a veces vencidas por la edad o por enfermedades heredadas de una vida dura de privaciones y trabajo.
He sido testigo de abuelas que cuando la vida se les presenta tranquila, con tiempo para ellas mismas, cosa desconocida por la mayoría de las mujeres, tienen que cuidar de nietas y nietos para que la economía familiar de hijas e hijos esté saneada o al menos dé para una vida digna. No somos conscientes de lo que el capitalismo ha hecho de nuestras vidas, donde el trabajo es la piedra angular de la misma, sin tener en cuenta conciliación familiar, ni horarios, fechas de vacaciones, ni proximidad al trabajo.
Gracias a las abuelas el mundo funciona un poco mejor a costa de seguir cuidando y dando su tiempo, ese que le fue secuestrado de joven y, a veces, su salud a la infancia. Sin embargo, son las primeras en sentirse apartadas, muchas veces, en la fiesta y el ocio. Diría que las abuelas son la sal de la tierra, sin ellas andaríamos perdidas en un mundo hostil que solo nos pide que produzcamos para consumir y volver a producir y volver a consumir, en un círculo infernal envuelto en papel de celofán.