Cuando lo que escribo salga a la luz será el último día de 2024. Un par de días antes, me he puesto delante del papel en blanco pensando hacer un recordatorio del mismo, lo tengo fácil, solo hay que repasar la prensa, escuchar la radio, mirar la TV y hacer un resumen. Sin embargo, no sé por qué hoy recuerdo a Handy y a Chidi Bachid, los saharauis que siendo niños estuvieron con nosotros a través del programa de vacaciones en paz. Crecieron y se convirtieron en adultos. Chidi volvió a España y vive en Madrid. Handy sigue en los campamentos de Tinduf.
He buscado noticias del Sahara Occidental, de sus campamentos de refugiados, nada, solo noticias de hace tiempo, solo aparecen reseñas cuando en un buscador de internet escribo “muros”. Entre otros muros de la vergüenza aparece el que a través de varios miles de kilómetros construyó el rey de Marruecos, Hasan II alrededor del Sahara Occidental para no dejar pasar al Frente Polisario. Como la gran muralla china o el muro de Adriano en Britania, está plegado de almenas defensivas, construidas y mantenidas con un coste enorme.
La memoria es flaca, pronto olvidamos que el Sahara Occidental fue una provincia española que el dictador Franco en su lecho de muerte cedió a Marruecos y Mauritania. Olvidamos que, hasta hace poco, o tal vez aún, vivían saharaui con documento nacional de identidad español. Se nos olvidó que durante algunos años niñas y niños saharauis estuvieron en nuestro pueblo durante las vacaciones de verano intentando olvidar durante unas semanas las duras condiciones de los campos de refugiados de Tinduf. Hasta estos campos viajamos algunas personas hace tiempo para conocer de forma directa esas condiciones. No solo las conocimos, sino que quedamos prendados de la dignidad, la generosidad del pueblo saharaui. Recuerdo con admiración, respeto y cariño a la madre de Handy, sola, como la mayoría de las mujeres saharauis, los hombres andaban con el Frente Polisario o visitando a sus otras familias, a cargo de la familia y cómo me cuidó y ofreció todo lo que tenía.
El pueblo saharaui es un pueblo olvidado a consecuencia especialmente de intereses españoles, marroquíes, franceses y estadounidenses. Un pueblo que, en estos momentos, a la puesta del sol, aún sigue allí, saliendo de sus tiendas y casas de adobe, al fresco de tarde, después de pasar la mayor parte de día refugiado, doblemente refugiado, del implacable sol del desierto. A esta hora la luz del desierto es mágica, vibra como nunca la verás en otra parte del mundo y cuando llega la noche el firmamento es redondo y con millones de estrellas que dejan boquiabierto a todo aquél que sepa mirar hacía arriba. Pero la belleza del desierto no es suficiente para ser libre cuando tu tierra está al otro lado de un muro y cuando tienes que vivir de lo que otras personas, en otro mundo, quieren dar para sentirse mejor.
Aquí, en nuestro pueblo, donde por costumbre sentimos durante un tiempo la solidaridad: Ucrania, Sahara, Siria, Palestina… deberíamos tener una memoria persistente para que la historia no nos juzgue como nosotros mismos hemos juzgado a los alemanes, por ejemplo, de la II guerra mundial cuando miraban para otro lado ante los campos de exterminio. El muro que vemos en la película “La zona de interés” es el del Sahara, el de Gaza, el de Melilla y Ceuta, el de todas las fronteras marítimas donde mueren cada día cientos de personas intentando entrar a un paraíso que se vuelve infierno para ellos. Nuestro mundo es un mundo aislado, rodeado de muros infranqueables, mientras ahí fuera mueren, sufren, los demás miembros de nuestra especie.
FELIZ 2025 en este lado del muro.