El órgano más desarrollado que posee el ser humano es, con mucha diferencia, la vista. Supera incluso la versatilidad de la mano. Gracias a ver bien, conquistamos el mundo, para luego destrozarlo, es cierto, pero esa es otra historia. Además de la precisión de la retina y la luminosidad del cristalino, disponemos del cerebro óptico, capaz de ordenar, relacionar, cotejar y superponer imágenes a una altísima velocidad.
La vista es nuestro órgano estrella, la ventana por la que entra la información para su comprensión y análisis, para actuar en consecuencia. Vemos y nos ven, aunque no podemos decidir ser vistos o no, ni siquiera qué partes de nosotros mostramos y cuáles no (exceptuando a Cristina Pedroche, claro). Lo que con frecuencia sí escogemos es qué vemos y qué no. Pero… ¿Vemos la realidad o solo lo que queremos ver?
Hay una parte de la sociedad, cada vez más numerosa, que camina por la calle con miedo a ser asaltada por delincuentes extranjeros, por “inmigrantes que vienen a España a robar y violar”. No importa en absoluto que la policía insista en que no corremos ningún peligro, que el nuestro es uno de los países más seguros del mundo. “Qué importa, las cifras mienten, nos están engañando, no se puede salir a la calle”. Los bulos y las bolas, están de moda, como los chips en las vacunas, las abducciones extraterrestres o que la tierra es plana. Ver y/o creer lo que a uno le dé la gana es una opción respetable, allá ellos, mientras no salpiquen ni haya damnificados… El problema llega cuando él o la visionaria, cegatos de conveniencia, son los líderes de la sociedad, los que ostentan el poder que el pueblo les ha otorgado. Entonces sí hay damnificados.
Para el ala dura de la gaviota, al parecer la única que sostiene el pájaro, todos los que huelen a progresismo son comunistas, pero no como los del PCE que renunciaron a revanchas, señas de identidad, banderas y repúblicas en pos de la convivencia democrática, sino como los del camarada Stalin. Ven etarras, pese a que están todos en la cárcel, pese a que hace mucho tiempo que la democracia les ganó la partida a los asesinos.
¡Ganamos!
La victoria no hizo que desaparecieran las víctimas, pero hizo que los independentistas vascos ahora participen de la democracia. Paradójicamente, últimamente tienen más sentido de Estado que algunos partidos que agitan la bandera de España hasta en la ducha. Tampoco ven que el llamado “procés” está muerto y enterrado, en eso coinciden con Oriol Junqueras, cuestión de vista.
Ayuso ve un precipicio gigante, un socavón que se tragará el país, pero son los socavones del metro de San Fernando de Henares, los que han hecho que los vecinos lo hayan perdido todo, por una desastrosa gestión. Para la presidenta no hay vecinos, sino social-comunistas-bolivarianos-politizados, que solo quieren réditos políticos. Igual para mucha gente, hay cosas mucho más importantes que ganar o perder elecciones. Cosas como tener un techo sobre sus cabezas, el mismo que tenían, el que pagaron durante toda una vida.
Esperanza Aguirre, la madrina de Ayuso, la que veía un estanque lleno de ranas en lugar de una cloaca llena de corrupción, tiene otro súper poder. A ella nunca le salpica nada, ni la lluvia la moja. La sanidad es perfecta, los médicos son sindicalistas que viven del cuento de la confrontación. No ven los pasillos a reventar de camillas, las listas de espera interminables. Igual nuestro presidente Juanma Moreno debería ir pensando en comprarse gafas de culo de vaso para ver algunas realidades sanitarias.
Sin embargo, sí ven cosas inexistentes, como las ventajas de bajarles los impuestos a los ricos. Ven un “timo ibérico”, que hace que paguemos la luz carísima, pero mucho más barata que en el resto de Europa. Ven razonable a la intolerable ultraderecha, esa que ve claramente los derechos inalienables de los nonatos, pero no los de las mujeres.
Igual este es un vicio común, igual vemos solo lo que nos da la gana, lo que nos viene bien para reforzar nuestra percepción del mudo. Igual el neoliberalismo murió hace mucho, pero algunos se empeñan en no verlo, en pensar que es la solución, en lugar del problema.
Un personaje del genial Jaume Perich (“El Perich”), decía “El hombre invisible existe, yo lo he visto”.