La inteligencia artificial tiene poco que hacer contra el oficio de los barberos. La nueva amenaza tecnológica contra el trabajo manual les afecta a los barberos tan poco como lo hizo la moda hippie de dejarse crecer la melena. El barbero sigue erre que erre, corta que corta, peina que peina. Antonio Labella es el último capítulo de una serie que arranca a primeros del siglo XX en la calle La Matea y va a terminar en la calle Lora. Sus protagonistas han sido el abuelo José Luis, el padre Luis y el hijo Antonio. Todos bajo el bello apellido de Labella. Tímido, hombre de pocas palabras y reacio a posar para las fotografías, Antonio se define como un barbero clásico, de los de toda la vida, aficionado a la música y al cine. Para dar con el barbero Antonio Labella hay que saber que está en el número 56 de la calle Lora y empujar la puerta de aluminio y cristales porque en la fachada no hay el menor signo que publicite el establecimiento.
Pregunta.- Antonio habrá oído contar historias que muchos fontaniegos querrían conocer.
Respuesta.- (Silencio)
P.- ¿Ninguna que se pueda contar?
R.- El barbero tiene la obligación de cortar, escuchar y callar. Es verdad que en las barberías la gente cuenta más cosas que en otros sitios, pero son secretos de confesión, que diría un cura. Están sujetas al secreto del sumario. El maestro Olla si tiene mucho que contar de las cosas de Fuentes. Antes de que salieran las redes sociales, las barberías cubrían esa necesidad de cotilleo que tiene el ser humano. Yo escucho mucho y hablo poco, a no ser que con los años cojas mucha confianza con algún cliente.

P.- El barbero, como el artista ¿nace o se hace?
R.- En mi caso, las dos cosas. Nací en una familia de larga tradición barbera y me limité a seguir la senda. Barbero de cuna.
P.- ¿Dónde arranca esa senda?
R.- En mi abuelo José Luis Labella, nacido en 1898, el año del desastre de la pérdida de Cuba, y hecho barbero en los felices años veinte. El abuelo fue camarero, barbero y crupier del casino de los señoritos. Qué más podría haber sido un hombre marcado por esas dos fechas, que además era alto, guapo, elegante, serio y seductor.
P.- ¿Y tu padre?
R.- Mi padre se llamaba Ernesto Luis Labella, fue barbero en Fuentes y Ciudad Real, además de minero en Avilés. Mi madre era Dolores Ruiz y, de alguna manera, también formaba parte del negocio porque cada día se levantaba a las seis de la mañana para limpiar la barbería. Aunque eso la gente no lo veía. Mi padre perdió el nombre de Ernesto y se quedó con el Luis con el que lo conocía todo Fuentes. Era el tercero de 11 hijos que tuvieron mi abuelo José Luis Labella y mi abuela Ascensión Martín. Dos de los 11, mellizos, murieron poco después de haber nacido. Tres se hicieron barberos como el abuelo: Luis, Manolo y Salvador. Los dos últimos acabaron emigrando a Barcelona y Manolo, que pelaba a un químico alemán que trabajaba en la Damm, cambió la barbería por la fábrica de cervezas. Menos Luis y Pepe, todos emigraron a Barcelona, donde quedan vivos Salvador y Ascensión.
P.- ¿Cuántas barberías tenía Fuentes entonces?
R.- En la memoria guardo ocho: Mamurcia, el maestro Olla y Reparito en la plaza de Abajo, los hermanos Luna en el Postigo, Conirra en la calle Mayor, Morillo en la calle la Huerta, el Mallorquín en la Carrera y la de mi padre en la calle La Matea, que después pasó a la calle Lora, donde sigo yo. Mi padre se hizo cargo de la barbería a la muerte del abuelo, se casó con mi madre cuando ya tenía 35 años, y tuvieron sólo dos hijos, mi hermana Ascensión y yo. Ascensión es Filóloga y vive en Bormujos y aquí estoy yo, aprendiz de barbero con 15 años y al frente de la barbería desde 1993.
P.- Esta cadena de barbero se rompe contigo, ¿no?
R.- Sí, claro. Cuando me jubile dentro de nueve o diez años habrá que cerrar. Estoy soltero, supongo que por lo tímido que siempre he sido con las mujeres. Mi vida ha pasado entre estas cuatro paredes, los peines, las tijeras, las maquinillas eléctricas de cortar el pelo y las charlas con los clientes.
P.- ¿Ha cambiado mucho el mundo de la barbería?
R.- Como la noche y el día. Para empezar, hay mucha competencia y las técnicas cambian continuamente. Yo sigo siendo clásico. Hago lo básico, sota, caballo y rey, en parte porque mi clientela está compuesta sobre todo de personas mayores. Después de la jubilación del Boby de la calle Mayor, yo soy el más veterano. Los jóvenes van a otro tipo de barberos. Ganan terreno los barberos unisex. Tampoco ha bajado mucho el número de barberos de Fuentes. Ahora, que yo sepa, estamos Mario Vergara en el Calvario, Kevin en el Silo, Piloto en la Carrera, Alberto Vergara en la calle Nueva, Fede en la calle Ancha y uno que no recuerdo su nombre en la Vapora. Siete en total.
P.- ¿Recuerdas cuándo llegaron las primeras maquinillas manuales?
R.- Claro, mi padre fue uno de los primeros en tener una. Había que saber manejarlas porque, si no, dabas unos tirones de pelos enormes. Ahora son eléctricas e inalámbricas. La barbería ha cambiado en equipos y en estilos de pelar. Los más innovadores son los ingleses, los números uno de la barbería. Hace muchos años no había peluquerías de mujeres, sólo de hombres, que sólo se cortaban. Luego empezaron las mujeres a cuidarse el pelo y a teñírselo. Ahora los hombres se arreglan tanto como las mujeres, sobre todo en las ciudades, donde la frontera entre hombres y mujeres, en esto del cabello, casi ha desaparecido. Hay jóvenes que acuden a la barbería cada semana.
P.- En las entrevistas suele quedar una pregunta sin hacer. En este caso ¿cuál sería?
R.- Puedo contar que mi abuelo fue sacamuelas, además de barbero, camarero y crupier. Desde la edad media era tradición que los barberos sacaran muelas e hicieran pequeñas cirugías. Por eso había gente que acudía a mi abuelo para que le sacara alguna muela en mal estado, cosa que hacía con la ayuda de la eficaz anestesia de un buen trago de aguardiente. Lo mismo que en las películas del Oeste, pero en vez de whisky, aquí tenían el aguardiente de Rigo.