El deseo es, con frecuencia, un torturador tirano y egoísta que crece de noche y engorda de día. Señor y amo de lo imposible, rey de la quimera, se va haciendo con la voluntad del ser hasta esclavizarlo, hasta convertirlo solo en carne, solo en latido. No se puede discutir con él, pues no hay razón victoriosa ante la codicia, es hambre insaciable de estómago sin fondo. Siempre pide más ante el miedo al vacío. No hay contención posible, nunca es suficiente, nunca se desea lo que se tiene. Anhelamos lo que poseen los demás ¿Por qué lo tienen otros, por qué yo no? No hay vino capaz de calmar tanta sed cuando la envidia toma el control.
Con el nuevo año, se renuevan los deseos, los nobles, los inconfesables, los mezquinos, los lujuriosos, los originales, los maniqueos, los que están de moda, los que pasaron de moda, los humildes, los soberbios, los que están por encima de nuestras posibilidades y los que están por debajo. Ya que soñar es gratis, deseamos a lo grande, soñamos con gigantes, sospechando que más tarde o más temprano se transformarán en nomos. A fin de cuentas, el imaginario tiene ventanas para que se renueve el aire viciado, pero carece de puertas.
Suenan campanas y, entre uva y uva, mueren los deseos desgastados por obtenidos. Qué interés tiene lo ya conseguido, lo que consideramos propio. Hay que codiciar cosas nuevas para desecharlas en cuanto las metamos en el morral. Nos planteamos un nuevo año de conquistas, contando los éxitos como si fuesen monedas antiguas que apilamos sin hacerles mucho caso. Acabamos por confundir perder con no ganar, no saber qué comer, con no tener qué comer. La vida es de usar y tirar, es desechable, está embotellada en un envase no retornable. Todo se suma a la desmemoria, consciente o inconscientemente, amañamos nuestra percepción para no valorar nada de lo conseguido, para estar siempre empezando de nuevo.
¡Qué asco de reinvenciones!
Afortunadamente, no todo el deseo es materia. No es contante y sonante el anhelo noble de un mundo sin sangre fácil. Hay muchos deseos que solo buscan el bien, la felicidad, el amor, la amistad, la justicia… pero a ojos del planeta y de miss universo todo parece ñoño, sensiblón y chorreoso. Hay que dominar el mundo, gloria o derrota, esa es la dicotomía. En lo supremo está la única meta, lo genial, lo extraordinario, lo sobrenatural; el tamaño XXL triunfa, de no tener éxito debemos aplicarnos el código samurái del bushido y hacernos el haraquiri. El fracaso no es una opción.
Echo de menos las viejas películas de Frank Capra, en las que pequeños personajes anónimos luchan con valentía por deseos colectivos, pagando un alto precio sí, pero siendo recompensados al final con la medalla del valor de la dignidad ¿Qué fue de los caballeros sin espada y los Juan Nadie? George Baily deseaba no haber nacido, hasta que un ángel regordete le demostró la importancia de cada uno de los individuos que conforman una sociedad y así acabar pensando que, pese a todo, es bello vivir.
Desear no es malo en sí, pero sí lo es la ruin calidad de lo que se quiere. Muchos pagan el precio de la estupidez ambiciosa. Hay que tener mucho cuidado con lo que se desea porque puede que se cumpla y la ensoñación se convierta en pesadilla. Me imagino al genio de Aladino, acomodado en su estrecho habitáculo, muerto de risa al conceder las gilipolleces que se le ocurren al incauto que frote una lámpara de aceite. Ni teniendo mucha suerte, el mundo es tan bonito como lo imaginamos en nuestros generosos sueños.
En estas fechas tan entrañables, todos deseamos el bien, aunque más de uno suena más falso que un dandi en alpargatas. Nada cuesta tener buenos deseos. Total, casi nunca se cumplen y, si lo hacen, nadie los fiscaliza, nadie lleva la cuenta. No seamos cicateros, pues, con los deseos. Que nos toque la lotería a todos, que haya un restaurante de tres estrellas Michelín en cada esquina, con menú a cinco euros, que desaparezca el reguetón para siempre, que la declaración de la renta nos salga a devolver a todos, que todos los equipos ganen la liga del champiñón. A fin de cuentas, el deseo es una de las pocas cosas que nadie nos podrá quitar nunca.
“Cuando el deseo estalle, como rompe una flor,
te quitaré el vestido, te cubriré de amor,
y en la espera, te pediría,
no te desnudes todavía, no te desnudes todavía.”
L.E. Aute