La destilación de un licor tiene sus secretos. Para obtener un buen anís, por ejemplo, se necesita mano experta, además de una libreta donde guardar bajo siete llaves la fórmula mágica. No basta mezclar ingredientes y echar a andar la caldera para que del serpentín del alambique salga la deseada poción. Falta también oficio y algo de magia. La fórmula del aguardiente de Ricardo Gómez no es tan valiosa como la Coca-Cola, pero casi. Al menos para el éxito de la fábrica de licores de Fuentes. Veinte mil litros de aguardiente y diez mil litros de ginebra brotan al año de la caldera de Rigo. Tres millones desde que en 1947 empezó a manar del caño. Tres mega litros de aguardiente. Medio millón de litros más de los que rebosan una piscina olímpica.
Los magos de los caldos alambicados son Ricardo y Camilo Gómez, hijos de Manuel Gómez, nietos de Ricardo Gómez, fundador de la destilería, y bisnietos de José Gómez, el creador de la taberna. Setenta y cinco años haciendo aguardiente dan para rebosar una piscina olímpica y para hilar muchas historias. La primera de ellas podría ser que los magos trabajan, sobre todo, para Hacienda. Impuestos especiales, les llaman. Pero ésa es una corta y gris historia. Mejor historia es que, según cuentan, el rastro del anís Rigo ha sido detectado hasta en Escandinavia y Rusia, nadie sabe bien por qué extraños caminos llegaron tan lejos. O que esta feria habrá un licor de melón exclusivo para alguna caseta. Alto secreto de estado. O que antaño no había obra o tajo donde faltara una botella de aguardiente al pie de un olivo o de un andamio. Tiempos en los que el aguaíllo, el rey de las frías mañanas de invierno, empapaba los mostradores de madera aromatizando las tabernas de rústicos efluvios. Había que matar el gusanillo, decían. Aguardiente matabicho.
Otras historias señalan que fue Matruco, el electricista de cuando la luz era un bien escaso (por mor de los precios ahora es un bien casi imposible) el que facilitó el cobre necesario para la puesta en funcionamiento de la fábrica de Rigo. Hubo que fundir mucho cobre para hacer planchas y doblarlas hasta crear tubos que dieran forma al serpentín que enfría el anís a la salida de la retorta. Historias de cómo de una botella de aguardiente Rigo la gente antaño sacaba cuatro y hasta cinco de mistela. Cosas de la pobreza, que lo único bueno que tiene es que obliga a aguzar el ingenio. La historia debería recoger que este año en la romería se ha consumido tal cantidad de mistela, que la destilería ha tenido que afanarse en producir cuatro partidas. Más de quinientas botellas de una tacada, cuando el año anterior fueron 192 botellas. Ya reza en los anales que hubo un intento de llamarle "María Auxiliadora" a la mistela de Fuentes, intento abortado por la curia de Sevilla.
Mistela que no es mistela, sino "delicia de limón" por aquello de la normativa sobre el etiquetado. Lo básico de la mistela es el aguardiente, el agua, el limón, el azúcar y una pizca de azafrán. Luego, que cada cual aplique su arte y sus gustos. Jarabera, alcoholímetro, densímetro, termómetro, probeta, alquitara, alambique de cuello de cisne o de elefante, retorta, caldera y serpentín, que todo oficio que se precie debe atesorar su propio diccionario. La magia del lenguaje importa. Alquimia y misterio, ciencia y arte. El arte de los Rigo, Ricardo y su hermano Camilo, consiste en haberle dado continuidad a una larga historia que dura ya 75 años. Siempre ampliando el negocio.
De los tres hijos que tuvo José Gómez Conde, Emilio se metió a trabajar en la Renfe, Ángel llevaba la taberna y Ricardo la fábrica. El abuelo Ricardo empezó fabricando tres productos. Los nietos hacen ahora 28. El abuelo con caldera de leña en la calle Mayor, los nietos con gas en la calle Lantejuela de Fuentes, paraje más conocido como camino Pozo Santo. El abuelo tuvo dos hijos, Manuel, padre de los actuales propietarios, y el tío Pepe, que compartieron el negocio familiar hasta 2004, año en el que sufrió una crisis y Ricardo Gómez, que hasta entonces no había tenido inquietud por la destilación, se hizo cargo y lo trasladó a la nueva ubicación. Ahora es un apasionado de su oficio y no para de ingeniar productos nuevos.
La producción ginebra empezó en 1952, antes de que se conociera el cubalibre. Ahora hacen ron y diversos licores (guinda, entornao, limón, café, canela, manzana, mora y plátano, entre otros). Y numerosos licores sin alcohol porque el consumo de bebidas alcohólicas sufrió serios reveses con la entrada en vigor de restricciones para la conducción. Lejos quedan ya aquellos albañiles o jornaleros que antes de irse al trabajo le echaban al cuerpo dos, tres, cuatro... copas de aguardiente. Para entonarse. El aguardiente entró en crisis en los años 80 con la irrupción de los combinados. De pronto el aguardiente pasó a ser cosa de viejos. Los gustos se fueron hacia sabores menos montaraces, más sofisticados. La modernidad estaba reñida con el acto de matar el gusanillo. Así y todo, los veinte mil litros de aguardiente que destila Rigo al año y otros diez mil de ginebra, que son los dos productos estrella, son muchos litros.
Por eso huele a matalauva, anís verde (pimpinella anisum) en la fábrica de Rigo. Huele a gloria bendita, aunque la parroquia pilla lejos. La pimpinella anisum es de la familia de los opiáceos y fue traída inicialmente de Asia en tiempos de rudas historias. La palabra matalauva no tiene nada que ver con el asesinato del fruto de las parras, sino que viene del árabe "habbat lhalāwa", que significa grano de dulzor. Grano que ahora se cultiva en Fuentes, si bien hasta hace unos años obligaba a Manuel y Ricardo Gómez a viajar a El Saucejo. Allá iban con una furgoneta llena de sacos nuevos a cargar matalauva para su fábrica de la calle Mayor. En la caldera, agua, alcohol de 96º y matalauva. Y doce horas de cocimiento hasta destilar 280 litros de un aguardiente de entre 73 y 78 grados de alcohol puro, que después habrá que rebajar a 45 grados. Seco o dulce, depende del azúcar añadido.
Si la tradición dice que el aguardiente era tradicional en Cazalla de la Sierra y Cantillana, a qué responde la existencia de una fábrica de anís en un pueblo como Fuentes. Responde sobre todo a la inquietud de Ricardo Gómez, fundador de la destilería, y a su afán por demostrar que él era capaz de hacer todo lo que otros hicieran. Vendían en la taberna el aguardiente que traían de Cazalla y de Constantina, los confines del mundo en aquellos años. Hasta que un buen día se dijo "eso lo hago yo también" aquí. Constantina era un emporio con un centenar de fábricas de licores, liderazgo que Cazalla le arrebató por aquello de disponer de mejores comunicaciones gracias a la estación del tren.
A Ricardo Gómez le hablaron de una destilería cerrada en Montellano y allá se fue el hombre en "la viajera" a ver el estado de los artilugios en desuso. Corría el año 1947. El alambique le costó 22.000 pesetas, un dineral en la época. Tiene la friolera de 115 años y ahí sigue, como un adolescente de la licorería. Cobre y bronce capaz de haber destilado tres millones de litros de aguardiente. Matruco proporcionó cobre para hacer 20 metros de serpentín. Ricardo Gómez tuvo que comprar también el cupo de alcohol y azúcar, entonces regulados por el Gobierno, y se puso manos a la obra. Aquí nunca ha habido una ley seca, como en EE.UU. aunque la producción de bebidas alcohólicas siempre ha estado muy vigilada y gravada.
Para los primeros años de la aventura, Ricardo Gómez contó con la sapiencia de Luis Prados, de Montellano, conocedor de los secretos del oficio. Matemáticas, química y climatología, magia y suerte, ganas de aprender y de trabajar mucho. Libros y libretas de aquella época pueblan los anaqueles de Rigo. Igual que una extensa colección de etiquetas y botellas con aguardiente aderezado con todo tipo de ingredientes: guindas, aceitunas, naranjas, limones, melocotones, ajos, arándanos, higos, fresas...
Lo mismo que otros muchos oficios artesanos, la destilación se bate en retirada. Cuando los hermanos Gómez se jubilen, para lo que no falta tanto tiempo, el futuro de la destilería Rigo estará en el aire. Ricardo dice que no tiene sucesión familiar para la fábrica y que le da mucha pena, pero lo más probable es que venda el negocio o lo cierre porque sus hijos, Sara y Ricardo, tienen otras expectativas laborales. Entonces se romperá la tradición y Fuentes puede perder su única fábrica de licores.
Los hijos dicen que no todo en la vida va a ser destilar aguardiente. Aunque quién sabe lo que el destino depara para dentro de seis u ocho años. Rigo puede desaparecer o permanecer otros 75 años más. Es posible que el alambique esté soñando -los alambiques tienen sueños etílicos- con llegar a destilar cuatro, cinco o seis millones de litros de aguardiente. Sueña con seguir aromatizando las maderas de los mostradores, que ahora son de acero inoxidable. Sueña con llenar varias piscinas, olímpicas o no. O decenas de albercas. Magia tiene el alambique para lograrlo. Sólo hace falta que haya un mago dispuesto a echarlo a andar por otros tres cuartos de siglo.