Los estudiantes de Fuentes intentábamos traficar con números, pero siempre nos pillaban en las aduanas de Écija, Carmona o Marchena. Atrapados con un alijo de malas matemáticas. Hubo muchos en Fuentes que penaron el resto de sus vidas por no llevar a buen recaudo las fórmulas y los teoremas, los binomios y las enésimas potencias. Condenados a cadena perpetua en la formación profesional, trabajos forzados en oficios que manchaban las manos, enviados a las galeras de las escayolas, sentenciados de por vida a vestir mono grasiento, encadenados a los andamios.

Aquellos aduaneros, alzados amenazantes sobre la tarima del aula, podían ser José María García Bañuls, Cristóbal el Cabrero o Chari Barcia esgrimiendo la espada del teorema del resto, según el cual, el resto es el resultado de dividir P(x) por F(x), que da un cociente de Q(x) y un residuo R(x), de tal forma que P(x)=F(x)Q(x)+R(x). Ejercicio: calcula a para que la siguiente división sea exacta: (X, elevado a 2-ax+2) : (x+1) En las aduanas -institutos- de Écija, Carmona o Marchena había que luchar, a cara de perro, cada evaluación. ¿Qué fontaniego de aquellos años no guarda en lo más hondo de sus recuerdos el odio que sentía por las aduanas de segundo de BUP?

La nostalgia se tiñe en esta ocasión de resquemor hacia los profesores-aduaneros y sus teoremas, fórmulas, binomios y potencias que había que aprender de memoria, amén de aplicarlos sin errar en intrincados ejercicios que se antojaban imposibles. Resquemor apenas amortiguado por el paso de cuarenta años y la sospecha de que ellos -los propios profesores- también eran víctimas de un sistema educativo basado en absurdas exigencias de la jerarquía académica. Fuese culpa de uno o de otros, lo único cierto es que éramos legión los alumnos que sucumbíamos bajo el peso de las matemáticas.

En nuestras pesadillas nocturnas aparecía José María García Bañuls, vestido con uniforme de húsar del rey Matías Corvino y al frente de un escuadrón que esgrimía contra el alumno el número Pi a modo de lanza. ¡Haga este ejercicio aplicando el binomio de Newton! Las granadas de los aduaneros lanzaban metralla compuesta por números, fórmulas y binomios. Había que conquistar las colinas de Écija, Carmona y Marchena, pero el avance chocaba una y otra vez contra las líneas defensivas levantadas por los profesores. El campo de batalla quedaba sembrado siempre de las víctimas del bando estudiantil, cuyos cuerpos pasaban a ser pasto de los oficios peor pagados y socialmente menos valorados.

En la aduana de Écija montaban guardia Federico Madero, Chari Barcia, José María García Bañuls y Alfonso Boliche. Chari Barcia era una profesora de Fuentes y decía Paco Paniagua que para aprobar exigía el 80% del temario aprendido en teoría y ejercicios. Con ese 80% y un poco de suerte podía concederte un 5 raspado. En Carmona esperaban, con la bayoneta calada, Cristóbal, el “Cabrero” y la señorita María Luisa. Entre los dos hacían cada curso una escabechina con los alumnos de Fuentes. En la aduana de Marchena estaba el profesor Lorenzo, Atila, rey de los Unos. Su nota más común era el uno. También en Marchena estaba Enrique Díaz Rivera, cuya nota dependía del humor con el que se hubiese levantado ese día. Solía decir que en Matemáticas el razonamiento es nulo, que no hay más que hincar los codos, aprender la teoría y aplicarla en los ejercicios.

El único improbable consuelo de los vencidos era que algunos profesores también tenían problemas para comprender aquellos teoremas y que temían verse descubiertos por la pregunta importuna de algún alumno avispado. Nunca asistimos a semejante victoria. A lo máximo que podíamos aspirar los abonados a las medianías era que llegase en momento de las rebajas, que no eran las de enero, sino la repesca de septiembre. El profesor de las rebajas era García Bañuls, del instituto de Écija, aunque natural de Triana, que aplicaba un curioso sistema consistente en exigir al alumnado todo el temario en las evaluaciones parciales. En julio aplicaba un cierto descuento y en septiembre, con la mitad ibas servido.

Pero ni aprovechando las rebajas de septiembre aprobaba la mayoría, que acababa dando con los huesos en las mazmorras de la FP o en los tajos del campo. Muchos queríamos una carrera que diera acceso a una oficina dotada de sillón ergonómico, mesa de madera maciza -nada de formica- lámpara de diseño. Con marchamo y garantía de funcionario, si fuese posible. Abogado, juez, notario, maestro, artista, traductor, filósofo, periodista… ¿Para qué servían los binomios para defender a un asesino? ¿Para qué aprender el teorema del resto si te querías dedicar a las bellas artes, a la antropología o a la escritura de crónicas sobre famoseo? ¿Ciencias exactas? Puro empeño de los aduaneros. Ganas de inducir pesadillas en los alumnos de BUP, amargarles el verano después de haberles hecho sudar tinta china entre septiembre y junio.

La EGB era harina de otro costal. La señorita Mercedes en la escuela de la Estación y don Ramón en la Puerta el Monte eran compasivos con nosotros durante la EGB, especialmente ella: los números y sus operaciones, las ecuaciones con una incógnita, las ecuaciones lineales y las funciones, la geometría y las transformaciones geométricas. Luego venían los malvados señalándoles con el dedo acusador porque -decían- los alumnos llegábamos al instituto sin la base necesaria para enfrentarnos al BUP. Habladurías sin fundamento y maldad injusta. Lo que nos pedían era un imposible. Memorizar un sinfín de teoremas, fórmulas, definiciones, ecuaciones y ejecutarlas al pie de la letra. Perdón, al pie del número.

Para nada tenían en cuenta que hay cerebros impermeables a las matemáticas, lo mismo que en el campo hay suelos arcillosos, arenosos, albarizos, limosos, calizos o salinos. El cerebro de un alumno puede fertilizar las matemáticas -los menos- la lengua, la geografía, la historia, el derecho, la pintura o la música. Los hay también predispuestos a germinar el jaramago, el cenizo y el cardo, pero ésa es otra historia que mejor no contar. Obligar en segundo de BUP a un cerebro hecho para las letras que manejase el álgebra del producto escalar, los vectores, ecuaciones recta-plano y resolución de problemas de distancias, ángulos, áreas y volúmenes… era como pedirle peras al olmo. La cosa tenía enmienda al llegar a tercero de BUP, donde el programa educativo preveía la elección de rama, ciencias o letras. Un suspiro de alivio recorría los pasillos de las aduanas. Los traficantes de números a un lado, los traficantes de letras, a otro lado. A quien Dios se la dé, san Pedro se la bendiga y cada mochuelo a su olivo.