Juan Manuel Moreno Bonilla, al lado de Donald Trump, Isabel Díaz Ayuso, Alberto Núñez Feijóo o Santiago Abascal parece un santo. Parece, pero no lo es. Moreno Bonilla preside el gobierno andaluz bajo la apariencia de no haber roto un plato en su vida, pero ejecuta las mismas políticas destructivas que Isabel Díaz Ayuso planta en Madrid. Con el agravante de que Andalucía tiene los peores indicadores socioeconómicos del Estado, no contiene sedes de grandes empresas ni de grandes bancos y su capital, Sevilla, es completamente subalterna del centralismo que reside en la capital del reino.

Por el AVE no viajan las inversiones en industria para las que el capital humano y empresarial andaluz están perfectamente preparados. Viajan gentes que vienen a llevarse calentitos los contratos públicos y celebrarlo en la feria de Sevilla. Esa es la metáfora de una economía pisoteada con bajo valor añadido. Salarios, indicadores de desempleo, desigualdad estructural de mujeres y jóvenes, pobreza, precariedad laboral, explotación de la inmigración y vivienda inasequible se suman a la inexistencia de políticas públicas en industria, agroecología, energía, sanidad, educación o dependencia.

El presidente andaluz oculta su auténtico trabajo de tres formas. La primera, una vez que se desprendió de su pacto con Vox, tras las últimas elecciones generales, es envolviéndose en la bandera de Andalucía, como lo hiciera el PSOE tras el referéndum por la autonomía máxima del 28 de febrero de 1980. Pura retórica sin aplicación práctica. La segunda forma es no elevar nunca el tono y no perder la sonrisa, mientras entrega la educación pública a la iglesia católica, la formación profesional a tramas empresariales, y la sanidad a empresas con domicilio social en Madrid. Y la tercera forma es parecerse al PSOE lo más posible. Por eso no entra al choque con Maria Jesús Montero y por eso ha conseguido que el propio PSOE, en un error de bulto, lo apoye sin más para ser el próximo presidente del Comité de las Regiones de la Unión Europea. De hecho, no ha cambiado prácticamente nada de la estructura de poder de la que disponía el PSOE tras casi cuarenta años de gobierno andaluz.

Con una estrategia así, Juan Manuel Moreno Bonilla trabaja para Feijóo, para Isabel Díaz Ayuso y, en última instancia, para Donald Trump y su monaguillo español Santiago Abascal. Con las políticas del Partido Popular andaluz, la comunidad autónoma que podría ser por población el país quince de la UE y por territorio, el dieciséis, Andalucía, no va a tener voz propia para defenderse a sí misma en los debates de estado, en los de la Unión Europea y, mucho menos, en las dinámicas globales que pueden afectar gravemente a nuestra economía y a nuestros derechos como pueblo político.