Cuando sean adultos, ¿qué recordarán de la pandemia los niños de hoy? ¿Les habrá dejado el miedo al coronavirus una huella indeleble en el ánimo? Los mayores viven la pandemia como un drama. ¿Y los niños y niñas? Cuando se cumple un año de los primeros casos de COVID, un grupo de diez alumnos y alumnas de tercero de primaria (de ocho y nueve años) del colegio Santa Teresa participan en un debate organizado por Fuentes de Información para escuchar qué opinan, piensan, sienten, temen sobre el coronavirus.
Sorprende la "normalidad" con la que han vivido los niños y niñas este año de pandemia. Un año que ha supuesto, cuando menos, confinamientos y aislamientos. Cuando más, enfermedad y hasta muerte. Pero los niños parecen haberlo vivido de forma normalizada. Mejor que haya sido así.
Esa ausencia de tristeza es lo primero que sorprende cuando se les presta oídos a los niños para conocer lo que sienten ante la pandemia de coronavirus. Lo que no quiere decir que no sean conscientes de la gravedad del problema, sino que lo viven (o lo expresan) sin drama. Ríen mientras relatan algunas de sus pesadillas, ante las que a un adulto se le ponen los pelos de punta.
Es posible que los niños no sientan el peso de la tragedia porque ninguno de ellos la ha vivido de cerca, en casa. Sólo uno de los diez participantes ha tenido a sus abuelos ingresados en el hospital y se curaron. Reproducen los mensajes recibidos a través de los telediarios o de los padres, pero parecen inmunes a la tragedia.
(Aparecen con la mascarilla bajada porque se les pidió para la fotografía)
Paula Carrillo ha visto el mundo desierto porque todos sus habitantes estaban confinados. Como a ella, a varios les produce asco ver la imagen del virus en televisión. A Ester Navarro la tuvo que despertar su madre para sacarla de una pesadilla en la que había viajado en el tiempo hasta 2030 y todavía seguían muriendo personas por el coronavirus.
Niños y niñas dicen que tienen miedo del COVID, especialmente por los abuelos, pero no dejan de ser niños que juegan a vivir o que viven como si la vida fuese un juego. "Quiero que el coronavirus se vaya, ojalá no existiera", dice Cristian Romero. Guillermo Navarro tiene pesadillas en las que siempre está presente su hermano Mateo, a veces disfrazado de virus. Guillermo ha soñado que se quedaba en el mundo únicamente acompañado por su hermano. Lo mismo ha soñado Elena Barcia. Leo Gorospe ha visto en una pesadilla un montón de muertos por los suelos. También María Talavera dice que ha tenido miedo de que todos murieran y verse sola en el mundo.
A Cristian Romero lo despertó su abuela cuando él se veía dentro de un ataúd. Después de despertar repitió varias veces la señal de la cruz. Paula siente que "cada vez estamos quedando menos en el mundo". Cristian tiene infinidad de historias que contar, pero sus compañeros apenas le dejan hablar porque todos tienen cosas que decir. Ester Navarro dice que teme por sus abuelos, que tienen 75 y 91 años. Laura Muñoz teme que toda su familia enferme, que la tierra entera quede contagiada por el virus.
El miedo es una constante que repiten uno a uno todos los participantes. No tienen miedo por ellos, sino por los demás. Especialmente por los abuelos, sin duda por el mensaje que han oído repetir sobre el riesgo de los mayores. Todos han visto los informativos de televisión durante meses y eso les ha marcado. La muerte es una constante en sus pesadillas, aunque siempre es algo que les pasa a otros, como en los cuentos o en los vídeojuegos.
Darío Ruiz tiene miedo por su familia. Darío es el único que ha tenido familiares afectados, sus abuelos, pero sin consecuencias. Él les mandó al hospital un dibujo a través de su madre, enfermera. En broma, María empuja su silla para alejarse de él. Todos ríen. No hay drama. Es como si a esta edad tuvieran en los ojos un cristal que les impidiera ver el lado triste de las cosas.
No hay que tener tanto miedo, explican varios a la vez, atropelladamente. No hay lugar al miedo si se toman precauciones como usar mascarillas, lavarse las manos y mantener la distancia de seguridad. Tienen la lección bien aprendida porque el tema ha sido trabajado en clase. No en balde han participado en el programa "Le damos la vuelta al COVID" del colegio Santa Teresa. Mientras más pequeños, más disciplinados son.
Las profesoras Mari Carmen Martín y Mari Carmen Domínguez sostienen que niños y niñas son más cumplidores, "a rajatabla", que los adultos. "Si alguno lleva la mascarilla mal puesta, los demás se lo corrigen", dicen. Las profesoras atribuyen la "normalidad" con la que los pequeños relatan su año largo de convivencia con el coronavirus a que ninguno ha sufrido casos graves de cerca. En el colegio se sienten seguros, más que en la calle. Tal vez porque han jugado a fabricar medicamentos contra el COVID, al que le han dado la vuelta y dentro de la escuela es el DIVOC, un elemento menos dañino, más "manejable".
Las profesoras creen que los niños y niñas reflejan lo que viven y muchas veces son los adultos los que les transmiten sus angustias. También de los telediarios reciben mensajes muy negativos, tanto que algunos padres han tenido que cambiar de canal ante las noticias que estaban dando.